A pocos días de concluir el Otoño, hoy le dedico este espacio. Quizá por ser la estación menos mencionada. La primavera es popular por sus colores, el invierno por su frío, y el verano por sus vacaciones. ¿Y el otoño dónde queda? Más guardado de adjetivos, pero dos grandes poetas admiraron su singular encanto, plasmándolo en poemas que titularon “Oda al otoño”.

John Keats es el primero. Poeta inglés del romanticismo, que nacido en 1795, murió a la juvenil edad de 25 años, pero dejando una vasta producción lírica en la que se destacan las “Odas”.

Pablo Neruda le sucede. Literato chileno nacido en 1904, y acreedor del Premio Nobel de Literatura en 1971. Curiosamente, también en él destacan sus “Odas Elementales”.

Aunque los poemas deban leerse originales, aquí algunas pistas de su contenido:

“¡Ay cuanto tiempo tierra sin otoño, cómo pudo vivirse!” Así clama Neruda al principio de sus versos, respondiendo a Keats que un siglo antes había debutado con: “Estación de las nieblas y fecundas sazones, colaboradora íntima de un sol que ya madura”.

Estos inicios dan paso a las dos características otoñales que las Odas principalmente exponen: la fecundidad y la sencillez.

La fecundidad es la capacidad de generar nuevos frutos. Keats menciona que el Otoño sabe “colmar todo fruto de madurez profunda”. Las uvas, las manzanas, las calabazas, las avellanas y las flores se ven bendecidas por su paso: “la calabaza hinchas y engordas avellanas con un dulce interior; haces brotar tardías y numerosas flores hasta que las abejas los días calurosos creen interminables”.

Por su parte, Neruda menciona que es profesión otoñal “fundir olores, luz, raíces, subir vino a las uvas, acunar con paciencia la irregular moneda del árbol en la altura”. Y así “Por eso, otoño, camarada alfarero, constructor de planetas, electricista, preservador de trigo, te doy mi mano”. Y le extiende la mano y lo admira a tal grado que remarca: “Siempre quise ser aprendiz de otoño, ser pariente pequeño del laborioso mecánico de altura”.

La virtud de la sencillez la atribuyen como sinónimo de modestia y naturalidad. Keats dice que esta estación puede encontrarse simplemente: “sentada con descuido en un granero, aventado el cabello dulcemente, o en surco no segado sumida en hondo sueño”. Neruda escribe que: “Modesto es el otoño como los leñadores. Cuesta mucho sacar todas las hojas de todos los árboles de todos los países”. Porque él recalca que la tarea otoñal no es encender, sino apagar; dejar caer, para renovar. Y lo sabemos de sobra: pausar y renovar es indispensable. “Hay que saber callar en todos los idiomas y en todas partes, siempre dejar caer, caer, dejar caer, caer, las hojas”.

Diferencias entre las Odas hay varias: la de Neruda es más extensa, y también compara al Otoño con todas las demás estaciones, mientras Keats sólo contrasta la Primavera.

Pero juntando sus similitudes y restando las diferencias, así como las que usted, lector, encuentre, podremos aún subrayar una conclusión común: que una metáfora otoñal es la fecundidad modesta. Que es tarea de esta estación madurar frutos, guardar semillas y colorear los árboles de Oro.

Quedan dos semanas para que el Otoño se nos escape. Antes de que lo haga, podemos pausar a contemplarlo, y quizá regalarnos la pregunta y respuesta de John Keats: “¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes? Quienquiera que te busque ha de encontrarte.”

Regalarnos su pregunta y respuesta, y de paso, un nuevo y grande encanto.

Maestra de primaria en escuela pública. Licenciada en Educación Primaria por el Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima (ISENCO). sofiglarios@hotmail.com

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