A la ministra Piña Hernández, por su entereza

Cada ciudadano —todos respetables— depositará su voto en 2024. La suma resolverá. En la plaza se propone y en las urnas se dispone. Pero cambian, eso sí, las circunstancias y los medios para reunir los sumandos que darán el resultado. Hoy el poder se las ingenia para operar el músculo del que dispondrá mañana. ¡Y vaya que podrá! Cada vez que florece un esfuerzo democrático, se le confronta con otro autoritario, revestido con piel de oveja.

Cada ciudadano —todos respetables— depositará su voto en 2024. La suma resolverá. En la plaza se propone y en las urnas se dispone. Pero cambian, eso sí, las circunstancias y los medios para reunir los sumandos que darán el resultado. Hoy el poder se las ingenia para operar el músculo del que dispondrá mañana. ¡Y vaya que podrá! Cada vez que florece un esfuerzo democrático, se le confronta con otro autoritario, revestido con piel de oveja.

La cuantiosa manifestación del 18 de marzo fue urdida mucho antes —años, no días— para anticipar el porvenir. Fuimos aleccionados: cátedra sobre el pasado, el presente y el futuro. En alta voz, con sonrisas melifluas y rotundas advertencias. Hasta hubo “poesía”. En el Zócalo se desplegó una lección de historia y un presagio de voluntad: aquélla ilustró, éste amagó. Recordamos 1938 y adelantamos 2024.

La obra tuvo varios actos, para encender el ánimo hasta volverlo frenético. Primero, las glorias del régimen, que la dura realidad contradice. A los indóciles se agregó Cuauhtémoc Cárdenas cuando cuestionó, en su propia conmemoración civil y familiar, la política energética. Luego una prolija lección de historia leída por el caudillo, maestro del pasado, protagonista del presente y profeta del futuro. Minucioso examen de los hechos de ayer para entender y prever los que vendrán. El futuro nos alcanzó.

No tiene desperdicio —¿y cómo podría?— el relato de una sucesión presidencial: subieron al escenario los hechos del pretérito para instruir sobre el porvenir. Vimos de nuevo las reflexiones y los augurios que motivaron la decisión en favor de Ávila Camacho, no de Mújica. ¿Sólo ayer? ¿Hoy también? Y tampoco tiene desperdicio el acucioso elogio del presidente Roosevelt, héroe de la buena vecindad, que supo respetar la soberanía mexicana y entendió (y acaso protegió) el cambio de rumbo en su vecino meridional. Ninguno de los personajes en el discurso presidencial —salvo, por supuesto, el gran presidente Lázaro Cárdenas— recibió tantos elogios del caudillo. ¿Vacuna eficaz? ¿Amparo precautorio?

Quedó sellado el rumbo, aunque todavía estén pendientes las manos en las que se depositará. Pero quedó a la vista la mano que moverá la cuna. En la lección de historia no hubo tiempo ni lugar —ni siquiera en atrevida imaginación— para alternativas y opciones democráticas, ausentes del imaginario oficial. Recordamos, como en otras ocasiones, que no hay más ruta que ésta ni más mexicanos que éstos.

Otros hechos sobresaltan. Son parte de la lección que montó el profesor en el aula del 18 de marzo. Veámoslos en ese contexto, que abarca el hoy y el mañana. Entre ellos, encono que oscurece la democracia: quema de efigies, mensajes de intolerancia y aversión. Antigua violencia reanimada en el corazón de la República y de los mexicanos. Efectos del discurso de odio que anida en la enseñanza oficial y se propala todos los días desde la tribuna donde debiera respetarse la diversidad y predicarse la concordia. La explosión de violencia merece un vigoroso rechazo, apenas “esbozado” con reticencia y evasivas por el comentario presidencial.

En fin, acudimos al aula montada en cuatro años de laboriosa destrucción. Sobre las cenizas se erige el porvenir. Que tomen lección tirios y troyanos, que quieren atraer manifestantes a las plazas y votantes a las urnas.

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