Nuestro presidente nos sorprende (y conforta) con expresiones que aleccionan. Elocuente, provee información y tributa a la cultura de las nuevas generaciones. Hacerlo es tarea del buen gobernante. Más aún, es misión del estadista con responsabilidad histórica. Reconozcámoslo y celebrémoslo.

A veces hay que salpicar la cátedra con expresiones jocosas para ganar la atención del público y brindarle momentos de retozo. No olvidamos algunos antecedentes de esa tónica refrescante. Recordemos, para ejemplo, cuando el actual inquilino de Palacio, entonces huésped del edificio de enfrente, tuvo sabrosas ocurrencias de este género para frenar la verborrea de otro mandatario: “Ya cállate, chachalaca”. ¿Quién no tiene memoria de ese proyectil acerado?

Pero pongámonos al día. Hoy las cosas ya no son como antes (se nos advierte con frecuencia). Buena observación, escritura de la historia. Pero por fortuna la elocuencia no desmaya ni abandona el discurso pedagógico que la nación necesita. Lo cultiva el orador más diligente de nuestro tiempo. En las mañaneras (a las que un extraviado, que Dios perdone, llamó “oratoria rupestre”) incorporó amables expresiones: “Me canso, ganso” y “Ya chole”. Estupendo y erudito. Aquélla traduce la determinación del estadista, y ésta el hartazgo del hombre de bien frente al asedio de ciudadanos de mal. Lo entendemos y lo secundamos.

Mencionemos sólo algunos casos que justifican el “ya chole”. Como son muchas las provocaciones y muchísimos los provocadores de esa expresión estupenda, desplegaré en dos artículos mi solidaridad con el usuario de aquélla, a riesgo de que a la mitad de alguno se me diga “ya chole”. Va el primero.

Ya chole de invectivas contra candidaturas irreprochables, que honran al país y enriquecen la política, urgida de pretendientes impolutos que se conviertan en gobernantes ejemplares. Esos candidatos merecen monumentos, no cuestionamientos de adversarios a sueldo que aprovechan coyunturas electorales: quítate tú para que me ponga yo. La oposición se ha valido de incidentes sin importancia, magnificados para sembrar de piedras el camino de candidatos de lujo. Es obvio.

Ya chole de observaciones malévolas sobre el crecimiento de la pandemia (que va de salida) al que los maliciosos califican como catastrófica, solo porque apenas se ha triplicado el número de contagiados y fallecidos previsto a las primeras de cambio. Los críticos contumaces también han reprobado —sin razón que los cobije— el esmerado manejo de la vacunación. Ya lo quisieran, para día de fiesta, ciertas naciones que observan con envidia (de la mala) el orden del que hacemos gala.

Ya chole de críticas sobre el uso de tiempos y recursos, giras y consultas con fines proselitistas, que sólo existen en la mente oscura de los reaccionarios, derrotados morales. Éstos tachan como giras electorales los recorridos interminables, cuyo único propósito es aliviar carencias y sembrar esperanzas. Vaya manera de alterar el objetivo de giras y discursos, tan ajenos a las elecciones y tan distantes de las urnas. No se vale.

Ya chole de furibundas legiones femeninas —reclutadas vaya usted a saber cómo— que arremeten contra un gobierno que se distingue (es notorio) por su feminismo militante y que ha eliminado hasta el último vestigio de machismo. Es perceptible la empatía de este gobierno hacia las mujeres. ¿Quién puede hablar, hoy día, de violencia de género? Sólo los ignorantes y los difamadores.

Aquí tomo un respiro y detengo las reivindicaciones del “ya chole”. El lector coincidirá en que esta expresión se justifica en quien la utiliza. Otros argumentos llegarán en el artículo que viene (si llega).

Profesor emérito de la UNAM.

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