En nuestro vendaval chocan vientos encontrados. Unos asedian la vida de las instituciones. Otros la conservan y engrandecen. En ocasiones anteriores me he ocupado de los torbellinos devastadores. Ahora me ocuparé de los vientos que traen agua para fecundar la tierra y frescura para serenar los ánimos. Quiero hablar del Seminario de Cultura Mexicana, una institución bienhechora, que tributa a la cultura y hoy celebra ochenta años de vida, apenas unos menos de los míos. Éstos no ameritan tambor batiente: sólo mi reflexión muy íntima. En cambio, merecen clamor los años del Seminario, que se mantiene vivo y posee fuerza, talento y emoción para perdurar por todo el tiempo que venga.

Un acuerdo presidencial del 28 de febrero de 1942 creó el Seminario. Presidía la República Manuel Ávila Camacho, general civilista. El secretario de Educación Octavio Véjar Vázquez, general y licenciado (y además profesor de la Facultad de Derecho), impulsó el cumplimiento de aquel acuerdo. Los diarios del 1º de marzo dieron cuenta: “Veinte intelectuales se reunieron en la Secretaría de Educación Pública”, organizados como “grupo que pugnará por el desarrollo de la cultura nacional”.

Solícito, el secretario Véjar Vázquez prometió: “Tendrán ustedes toda la ayuda moral y material de que podamos disponer”. Una vez acreditada su competencia y fortaleza, el Seminario recibió la poderosa investidura de una Ley Orgánica del 30 de diciembre de 1949, que dispuso: “Con el nombre de Seminario de Cultura Mexicana se crea una institución al servicio de la cultura del país, dotada de personalidad jurídica, en la que se hallarán representadas las diversas ramas y tendencias de las ciencias, las artes y las letras”. Esa ley, bien cumplida, se mantiene vigente e intacta, al abrigo de veleidades legislativas.

En los primeros días presidió el Seminario el poeta Enrique González Martínez, dispuesto a “torcer el cuello al cisne de engañoso plumaje”, que dijo en un celebrado poema. Lo acompañaron mexicanos eminentes, como Manuel M. Ponce, Julián Carrillo, Manuel Sandoval Vallarta, Luis Castillo Ledón, Fanny Anitúa, Luis Ortiz Monasterio, Mariano Azuela, Frida Kahlo, Alfredo Gómez de la Vega y José Luis Cuevas, por mencionar algunos, representantes de muy diversas disciplinas. En esa época se hablaba de una cultura mexicana (como la que animó el discurso de Justo Sierra en la fundación de la Universidad Nacional de México) y se recibía el impulso misionero de José Vasconcelos. De aquel tiempo dijo Daniel Cosío Villegas: “se sentía, en el pecho y en el corazón de cada mexicano, que la acción educadora era tan apremiante como saciar la sed”.

Pasaron los años. No ha sido en balde. El Seminario cuenta con 59 esforzadas Corresponsalías en otras tantas poblaciones de la República, a las que llegan los miembros de aquél para dictar conferencias, instalar talleres, celebrar conciertos, abrir exposiciones. Las Corresponsalías son la columna vertebral del Seminario, cuyo Consejo Nacional —hoy bajo la eficaz presidencia de Felipe Leal— conserva su integración representativa de numerosas áreas de las ciencias y las artes y cumple la encomienda “misionera” que recibió del ímpetu vasconceliano.

El Seminario ha cumplido ochenta años. En los billetes de la Lotería Nacional correspondientes al sorteo del 18 de febrero de 2022 aparecen los integrantes del Consejo Nacional del Seminario. Ahí están, como lo estuvo el avión presidencial en los billetes de otro sorteo. Pero este aparato cuesta mucho y no vuela nada. En cambio, el Seminario vuela mucho y cuesta muy poco. Ha vivido con austeridad, pero también con acierto, entusiasmo y rendimiento. ¡Felicidades por estos primeros ochenta años!

Profesor emérito de la UNAM

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