Entre los problemas que provocan mayor angustia figura la inseguridad prevaleciente. El crimen ha puesto en jaque nuestra vida. De esto dan cuenta las noticias, que no son fruto de la imaginación ni de una conspiración llamada a oscurecer los “éxitos” de una transformación fallida. No importa si esa criminalidad surgió hace unos siglos o unos meses. Está aquí. Para enfrentarla no basta con endosar al pasado la responsabilidad por el presente y el futuro. Se necesita verdadera solución, aquí y ahora.

Los lectores de EL UNIVERSAL estamos familiarizados con la geografía del horror a través de los artículos de Alejandro Hope y Héctor de Mauleón. Informan sobre el auge del crimen y la ineficacia del gobierno para enfrentarlo. Las “políticas” (sic) de prevención y defensa social son quimeras de las que penden nuestro sueño y nuestras menguadas expectativas de paz y seguridad. Esa es la realidad, que no se modifica con los “otros datos”, pan de cada día lanzado a la nación desde la burbuja del Palacio Nacional.

A tres años de 2018, es hora de que se nos diga qué podemos esperar de este gobierno en materia de seguridad. Creímos con ingenuidad las promesas que figuraron en planes, discursos y reformas constitucionales. Pero el candor ha cesado frente al desbordamiento de la delincuencia, una ola tan irresistible y letal como la pandemia que tampoco hemos podido contener.

En este orden, no olvidamos la criminalidad desenfrenada que cundió en la coyuntura del proceso electoral. Y tampoco ignoramos los comentarios del primer mandatario sobre el “comportamiento” de algunos sectores en aquella circunstancia. El crimen organizado —dijo— se portó bien. Los criminales de cuello blanco —reprochó— se portaron mal. Esta segunda expresión acompañó la condena favorita en la matinée: contra la clase media, los fifís, los conservadores, destinatarios permanentes del furor presidencial. ¿Y la primera expresión? ¿Qué se quiso decir al asegurar que la delincuencia organizada se había “portado bien” en el proceso electoral? Esa buena conducta, ¿tiene que ver con el oscuro corredor del Occidente y con los números acumulados en otros escenarios?

Los partidos políticos aliados frente al poder desbocado denunciaron ante una instancia internacional los hechos criminales que oscurecieron el proceso electoral. Supongo que lo hicieron movidos por la certeza de que el gobierno nacional no puede, no quiere o no sabe responder a la demanda de seguridad, cuya desatención envenenó los comicios. El recurso a medios internacionales sólo procede cuando no hay respuestas satisfactorias en el orden interno, que es el primer obligado a responder ante la nación. Por eso vale insistir, reiterar, reclamar: Presidente, ¿hay respuesta —verdadera, sin elusión— a este clamor de sus compatriotas que exigen y esperan la seguridad que usted ofreció en su acceso al poder?

Presidente: su Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024 proclamó: “la seguridad de la gente es la razón primordial de la existencia del poder público”; el pacto básico entre éste y la población implica que el poder público adquiere el “compromiso de garantizar la vida, la integridad física y el patrimonio de los individuos”. Es verdad. La autoridad responde de que las palabras se trasladen a los hechos.

Hoy, usted es la suprema autoridad de la República. Por eso decimos: Presidente, ¿qué respuesta ofrece a la nación para que no se invoque fuera lo que debemos resolver dentro? No queremos que nuestras cuitas lleguen a otras instancias. La instancia nacional debe estar expedita y ser competente, diligente. ¿Lo está? Presidente: ¿hay respuesta?

Profesor emérito de la UNAM

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