A grandes males, grandes remedios administrados con lucidez y eficacia. Ambas virtudes son indispensables cuando soplan vientos de guerra. ¿Es mucho pedir si están en juego la salud y la vida? Esto lleva a la exigencia de liderazgo para enfrentar la crisis cuyo agravamiento se avecina. Clamamos por un liderazgo convincente, que encamine sus medidas —y su estilo “personal”— hacia la salud de los ciudadanos.

Ni digo ni insinúo que todos los males se originaron dentro del país y obedecieron a nuestros continuos desaciertos. Vienen de otras latitudes y afectan al mundo. Pero están aquí, y debemos enfrentarlos. De ahí la necesidad de contar con un liderazgo lúcido y eficaz, que se desempeñe con energía y serenidad. ¿Es mucho pedir en favor de ciento veinte millones de mexicanos que sufren el avance de la pandemia y aguardan sus estragos?

Dije que soplan vientos de guerra. Tomo palabras utilizadas en otros países. Si hablamos en esos términos evocamos los liderazgos de otras crisis. Churchill, Roosevelt, De Gaulle enfrentaron tormentas con lucidez y eficacia. Tenían madera para hacerlo, y si no la tenían, la asumieron en el camino.

Ahora enfrentamos problemas que ponen a prueba el rumbo y los métodos para resolverlos. Uno es la inseguridad abrumadora. Otro, la revolución femenina, un movimiento magnífico, hoy ensombrecido. Uno más, la retracción económica. Y finalmente, la pandemia con un torrente de consecuencias.

Es evidente que la estrategia de seguridad no ha tenido éxito. Lo es que el conductor del Estado no encabezó, como era su deber histórico, la revolución cultural de las mujeres. Lo es que el capitán de la nave ha impulsado el naufragio de la economía. Y lo es finalmente —por ahora— que en el puente de mando han proliferado las actitudes erráticas y las deficiencias manifiestas (sin que ignoremos el comportamiento de funcionarios que han “dado la cara” y de servidores de la salud acompañados por una legión de voluntarios).

Es alarmante que se desatienda la racionalidad reclamada por científicos que ponen su competencia al servicio de México. Es alarmante que no adoptemos una sola medida a la altura de las circunstancias para enfrentar las enormes consecuencias económicas de la pandemia. Es alarmante que se produzcan desórdenes que amenazan —más todavía— la seguridad y la paz. Es alarmante que no sepamos la verdad comprobable sobre enormes cantidades retiradas del fondo de contingencia —sin que operasen los contrapesos de la democracia— y de los cuatrocientos mil millones mencionados en promesas mañaneras.

Es alarmante que la opinión pública no pueda unirse en el conocimiento fidedigno de la pandemia y de los medios para enfrentarla. Es alarmante que se multipliquen los remedios aislados en un campo de batalla que reclama acciones unitarias. Es alarmante que no haya un plan de crisis que proteja a quienes no pueden “quedarse en sus casas” y a millares de empresas a punto de la bancarrota.

Se anunció la adopción de medidas. Una de ellas facilita adquirir equipos y medicamentos cuyo desabasto fue provocado por acciones que comprometieron la salud de los más desvalidos, que no se satisface con discursos oportunistas, sino con médicos, medicinas y hospitales.

También están a la mano otras medidas extremas para contener la enfermedad que avanza. Figuran en la Constitución —a través del Consejo de Salubridad General y de la autoridad sanitaria (artículo 73, fracción XVI)— y en la Ley General de Salud (capítulo II del título octavo). Pueden ser necesarias, y no son inconstitucionales o ilegales. Pero deben ser aplicadas con gran cuidado y vigiladas rigurosamente, no sea que la defensa de la salud se resuelva en afectaciones a la democracia y al sistema de libertades civiles.

Hay nubes muy oscuras en el horizonte de nuestra navegación. Por eso reclamamos del capitán asumir responsabilidades claras a través de programas pertinentes, suprimir proyectos dispendiosos que consumen recursos necesarios para la salud de los mexicanos, manejar con lucidez y eficacia la nave cuyo timón puso el pueblo en sus manos con una confianza que declina y una esperanza que mengua. Liderazgo de estadista, a la altura de las circunstancias, no caprichos aldeanos. Es indispensable restar errores y multiplicar aciertos. Es la aritmética que nos salvará del abismo.

Senador de la República

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