Ya podemos descifrar el presente y vislumbrar el futuro, con razonable objetividad y fundamento. Tenemos los elementos que permiten formular un juicio puntual y sereno, aunque no necesariamente definitivo. Para ello rescatamos las páginas del calendario que cayeron en el año que terminó, y localizamos en medio de la turbulencia y la incertidumbre las constancias que sustentarán ese juicio.

El gobierno que arribó en 2012 y declinó en 2018 llegó al poder con banderas desplegadas. Con ventaja sobre su más cercano competidor, dejó atrás las sombras de la elección precedente. En 2006 se alzó la sospecha y se cuestionó la elección. Pero en 2012 aquélla cedió y amainaron las impugnaciones.

En 2012, el nuevo gobierno inició con la promesa de un futuro mejor. Los electores habían votado por la esperanza. Y corrieron las manecillas del reloj. Al cabo de 2018, ese gobierno había dilapidado la fortuna que lo encumbró. El dispendio político --y otros dispendios-- liquidó las buenas expectativas.

A la desconfianza y a la decepción generalizadas y al retraimiento de los antiguos partidarios, se sumó una novedad determinante del ánimo electoral. Esa novedad fue la ira. Una sociedad decepcionada e iracunda acudió a las urnas.

Cuando cunde la decepción y prevalece la ira, los electores no suelen comprometerse en análisis y predicciones. La reacción es terminante y en ocasiones visceral: sí o no. Y punto. El rechazo dictó la victoria electoral. Se quiso un cambio profundo. Una vez más, la tierra prometida. Hacia ella encaminamos nuestros pasos.

Ha transcurrido un año, suficiente para resolver las dudas y advertir el destino de la marcha. Persiste sin mengua la reprobación del pasado, pero comienza a bajar la confianza incondicional que animó a los votantes el 1º de julio de 2018. Vamos adquiriendo conciencia de dónde estamos y a dónde vamos. Una conciencia todavía borrosa, pero conciencia en fin de cuentas. Es que la realidad sí existe y comienza a operar.

No referiré todos los hechos que aparecieron en 2019. Sólo mencionaré algunos que pueden sustentar nuestra reflexión, aunque supongamos --con buen fundamento: la terca experiencia-- que es improbable que los vencedores de 2018 reconozcan los desaciertos y rectifiquen con profundidad y oportunidad.

Por supuesto, la rectificación no sería el resultado de los argumentos de analistas alarmados por el rumbo que ha tomado el país, sino de la pura observación de la realidad. Los hechos no se derogan con discursos jubilosos y desplantes mussolinianos. Ya hubo una “marcha sobre Roma”. Conocemos las consecuencias.

1.Se ha producido una grave fractura social.

Siempre hubo diferencias, distancias, animosidad. Pero la fractura de hoy tiene otro perfil: es más honda y peligrosa. Desde la más alta tribuna de la nación se ha provocado el enfrentamiento. Esa provocación construye hemisferios contrapuestos, que se miran con recelo y pudieran enfrentarse con encono.

Es posible que el discurso de encono se convierta en discurso de odio. ¡Cuidado! Al calor de las palabras proferidas en esa tribuna, hemos dejado de ser mexicanos, ciudadanos, compatriotas. Ahora tenemos otros títulos: unos, el de partidarios; otros, el de adversarios. Cada sector en esta composición maniquea recibirá el trato que corresponde a su categoría. La proclama divisionista se reproduce cada día y cala en la nación. ¿Qué destino aguarda a una casa dividida?

2. La verdadera democracia reconoce y respeta la pluralidad social.

No pretende uniformar el pensamiento y reducir el libre curso de las ideas y la honrada expresión de las convicciones. Nuestra Constitución --todavía en vigor-- pone a cargo de todas las autoridades de la República el respeto y la garantía de todos los derechos de todos los ciudadanos. Esos son los términos que constan en el artículo 1º de esa Constitución: todas las autoridades y todos los ciudadanos.

Si es así --y así es, conforme al texto constitucional-- es inadmisible que se cuestione la libre expresión del pensamiento y se descalifique su ejercicio. La prensa, asediada por el crimen, comienza a padecer el asedio del poder público. Existe una distribución caprichosa de los méritos y las virtudes. Bien para quienes coinciden; mal para quienes discrepan.

En la entrega de los premios que otorga la Fundación José Pagés --un foro de comunicadores libres, al que concurren lectores que también predican y practican la libertad-- se aludió al temor que oscurece el ánimo de los periodistas. No todos ceden. Muchos aguantan y perseveran. Pero es inaceptable que la prensa libre actúe bajo amenaza. No podemos esperar que el periodista se constituya en héroe o en mártir.

3. En un largo camino hemos construido las instituciones propias de una sociedad democrática.

Quedó atrás --¿atrás?-- la concentración del poder en unas manos, dotadas de facultades plenas. Nuestra divisa ya no es --¿ya no?-- “el Estado soy yo”. En esa sociedad democrática se han erigido instituciones que garantizan los derechos y las libertades de los ciudadanos. Son frenos para el poder arbitrario y diques para cualquier tiranía, inclusive la “tiranía de la mayoría”. No podemos “mandarlas al diablo”. Si lo hiciéramos, todos las acompañaríamos en ese viaje.

Hay arremetidas constantes contra algunas instituciones, a pesar de que contribuyeron, con su honesto desempeño, a garantizar cambios bienhechores en la marcha de la nación. Deploramos el asedio a uno de los Poderes de la Unión, el judicial, y los embates contra los órganos constitucionales autónomos, que pretenden restaurar la concentración del poder público.

Se ha vulnerado a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y al Instituto Nacional Electoral. No cesa el acoso. Sería muy elevado --impagable-- el precio que cubriría la democracia si esta situación culmina en el naufragio o el desvío de esas instituciones de la República.

4. En la historia nacional del arbitrio, que consta de varios volúmenes, ya figura una página escrita en los últimos meses.

Revela un talante y una tendencia. Recordemos cierto “memorándum” de orden suprema que instó a diversos funcionarios a subordinar la aplicación de la ley a sus apreciaciones personales sobre lo que es justo o injusto. Así, quienes prometieron cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan, pueden desecharlas a discreción.

Ese memorándum puso una bomba de tiempo en el orden jurídico. Sugirió desacatar las disposiciones del legislador, si no convencen a quienes tienen --hasta ahora-- el inexcusable deber de aplicarlas. Esta apertura al “buen juicio” de los funcionarios es incompatible con lo que llamamos Estado de Derecho, que no es solamente guarda del orden y la paz, sino también cumplimiento puntual de la ley. El memorándum de marras restablece el gobierno de los hombres, que sustituye al gobierno de las leyes. Platón se removió en su tumba.

5. Cada quien puede tener sus propios datos y exhibirlos como cartas triunfadoras en un juego de naipes.

A ello contribuye el ejercicio abrumador del poder. Sin embargo, está a la vista la realidad que sí existe. Millones de mexicanos se hallan al tanto de la verdadera situación que guardan nuestra economía y algunos servicios fundamentales para la “felicidad” de los ciudadanos. Éstos lo saben porque lo viven.

Hay una diaria confrontación entre cifras de diversas fuentes. Ninguna puede ocultar el estancamiento de nuestra economía y el enrarecimiento de servicios fundamentales, como las prestaciones en materia de salud. Son marginales las diferencias sobre el desempeño de la economía. Nos hemos estancado, y para nada importan --frente a esa realidad que sí existe-- las mediciones con las que se argumenta si hay o no recesión.

Lo que tenemos dista mucho de ser lo que se prometió. Sí, cada quien tiene sus datos, pero todos coinciden en que no crece la economía, aunque algunos afirman que a cambio de que no haya crecimiento hemos logrado desarrollo. ¿Cómo es posible distribuir lo que no se produce?

Podemos preguntarnos cuándo llegará el momento en que reconozcamos que un factor del estancamiento económico --sólo uno, de enorme entidad-- es la incertidumbre que prevalece acerca del camino y el destino del país.

6. Hablamos de la crisis de seguridad

. Nos acompaña. Nos agobia. Es tema de las angustias familiares. Nos ha llevado a modificar itinerarios, proyectos, trabajos y recreaciones. El propio gobierno reconoce que esta es una asignatura pendiente. No referiré las cifras ni relataré de nuevo las insólitas características de la criminalidad.

Es verdad que en el pasado --que es el tiempo histórico que manejamos con fruición, para reasignar las responsabilidades que tarde o temprano deberemos asumir-- hubo grandes errores y omisiones. Lo es que fracasó la estrategia de ayer, si acaso hubo alguna. Cierto: la inseguridad viene de lejos. Pero hoy es hoy, y en este tiempo nos encontramos. Los hombres que gobiernan en el presente deben responder por el presente y pronto responderán por el futuro. Bien que conozcan la historia, pero mejor que actúen para corregir los males que heredaron. En el derecho de las sucesiones hay una regla universal: las herencias se reciben tal como llegan al heredero. No hay beneficio de inventario.

Aguardamos las correcciones y, sobre todo, los resultados que nos permitan recuperar la paz. No basta el terrorismo penal emprendido a través de reformas constitucionales y legales. No basta la redefinición de actores en el ramo de la seguridad. Lo único que nos permitiría recuperar el sueño sería el cumplimiento de las promesas, un cumplimiento cuyos plazos se han vencido una y otra vez. Ya estamos en la vecindad de ser un Estado “fallido”.

Se ha dicho que no variará la estrategia adoptada a partir del Plan Nacional de Seguridad y Paz. Pero nos preguntamos: ¿cuál es esa estrategia? ¿y cuáles han sido, al final de un año largo, sus resultados?

No cuestiono las celebraciones y manifestaciones que presenciamos en los últimos días. Bien que haya entusiasmo para aplaudir o para reprochar. Pero más allá de estas explosiones respetables, quedan en el aire los hechos que he mencionado y las interrogantes que ellos suscitan.

Hay que revisar esos hechos y esas interrogantes para responder con seriedad y veracidad las preguntas que figuran en el título de esta nota: ¿en dónde estamos y hacia dónde vamos? Llegó la hora de saberlo.

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