Sí, señores: analicemos nuestro “modito” antes de que la sangre llegue al río. Si llega, no alcanzará para todos. Entonces, queridos amigos y sufridos compatriotas: ¡cuidado con el “modito”!

Decía don Jesús Reyes Heroles que en política la forma es fondo. En otros términos, el modo de hacer las cosas, es decir, la forma, revela la identidad de los problemas y encamina las soluciones, es decir, el fondo. Más o menos, en lectura libre. Agregaré que ocurre lo mismo en otros campos. Finalmente, todos vivimos de algún modo, que puede ser “ modito”. Cada quien el suyo, pero sin excesos.

De mi infancia recuerdo un libro que leí por consigna de mis mayores: el “Manual de Carreño” sobre buenos modales. Fue un breviario inevitable que nos enseñó modos y “moditos” para andar sin tropiezos. En aquellos años también campeó otra biblia del mismo género, aunque de distinto idioma: la obra de Emily Post sobre buenos modales. No descifré todas sus fórmulas de cortesía, pero las que no entendí me las imagine.

Llevado este asunto a su manifestación política —que nos eleva a cumbres insospechadas o nos hunde en profundos abismos— conviene recorrer la historia de los “moditos” politicos. Van de lo trivial a lo gravísimo. De ellos ha dependido el pase a la historia de muchos gobiernos y gobernantes, con todo y sus pueblos.

En la accidentada apertura de nuestra democracia se asedió al presidente Madero, mexicano luminoso, con infames comentarios y caricaturas grotescas. Este género no desmayó, aunque tropezara con sujetos autoritarios.

Hoy, con una pesada experiencia sobre los hombros, no acabamos de entender que la forma es fondo y que debemos cuidar nuestros dichos, nuestros hechos y nuestros pasos, disciplinados al “modito” dominante. Es verdad que los discursos sobre “moditos” no tienen el valor de las leyes, pero también lo es que sus reglas alcanzan un poder que ya quisieran para un día de fiesta las leyes más exigentes.

En el discurso mañanero se levantó la voz para impugnar iniciativas temerarias y cuestionar el “modito” con que se conducen los adversarios del orador, esto es, todos los ciudadanos que difieren del pensamiento que opera en Palacio. Ese cuestionamiento fue tan pertinente como oportuno, para que nos ajustemos a la versión moderna de los buenos modales, revisando los “moditos” que cunden.

También hay que tener a la vista la galería de los “modosos”, que estorban la transformación de la República. Son conservadores redivivos, neoliberales irredentos, fífís de la última ola (no importa que haya diferencias, e incluso antagonismos, entre lo que son y representan los conservadores, los neoliberales y los fifís, aunque todos se identifiquen, eso sí, como adversarios del progreso).

Quienes tuvieron la ocurrencia de presentar un proyecto alternativo o complementario, o lo que fuera, para aliviar la crisis económica que traemos encima (agravada por otros “moditos” de los que no hablaré ahora), faltaron a las reglas imperantes sobre el “modito” oficial para hacer las cosas.

Esos ocurrentes no acreditaron cordura, oportunidad, estilo, prudencia. Y ni siquiera gracia y cortesía. Asumieron un “modito” inaceptable y produjeron malas consecuencias. Por lo pronto, quedó en vilo la libertad de expresión e iniciativa, y se produjo un nuevo desencuentro. No hacían falta más aportaciones de este carácter a nuestra sociedad tan herida y dividida, por obra y gracia de muchos factores (y de ciertos “moditos” de los que no hablaré ahora).

Es tiempo de rectificar, queridos amigos y sufridos compatriotas. Basta del “modito” que puebla las columnas de los diarios y las revistas, los cartones de los dibujantes y caricaturistas, y no se diga los agresivos mensajes que muchos temerarios, con pésimo gusto y nula educación, remiten a diestra y siniestra por medios electrónicos. ¡Basta!

Recordemos que forma es fondo y observemos las reglas del derecho, la moral y la urbanidad política, interpretadas con fervor republicano. Los irreflexivos que provocaron la advertencia contra los “moditos” deberán reconsiderar sus ideas y su conducta. En lo sucesivo podrían decir: “¿Me permite usted?” O bien: “Salvo su opinión, que acataré”.

Nos iría mejor si abolimos nuestras angustias, cancelamos nuestros proyectos, aceptamos el pan de cada mañana —que está muy bien cocinado—, lanzamos por la borda los “moditos” que se aparten de la línea de mando y nos sumamos a las consultas a mano alzada que abonan a la verdad y dan bandera a la existencia. Si hacemos todo eso, habríamos ingresado a la era del buen modo, o sea, del “modito” que permita transformar a la nación.



Profesor emérito de la UNAM

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