A Rafael Moreno González,
In memoriam

En esta ocasión no me referiré a los graves temas políticos que nos agobian. Pero no ignoraré que las mujeres han librado una nueva batalla histórica, cuyas formas violentas es preciso analizar, entender y prevenir. El Ejecutivo explicó la violencia recurriendo al mito que frecuenta, leit motiv de un discurso monótono y aventurado: los conservadores atizaron el fuego. Ignoró los datos de fondo: hay una revolución en marcha, que reclama los derechos de las mujeres frente a la cultura que las oprime.

En días recientes perdimos a un notable compatriota: Rafael Moreno González. En 1970 asumió la dirección de Servicios Periciales de la procuraduría del Distrito Federal. Hombre probo y funcionario cabal, inició la tarea que cumpliría a lo largo de su vida fecunda: renovar a fondo la criminalística en México. Se trata de una disciplina al servicio de la verdad y la justicia, cuyos cultivadores, deben enfrentar incógnitas, vencer obstáculos, superar adversidades. Lo hizo Moreno González y mereció el título de “el criminalista mexicano”.

Conocí a Rafael en una etapa de madura juventud de ambos, alumnos de Alfonso Quiroz Cuarón, el ilustre criminólogo. Pronto advertí la maestría, la probidad imbatible, la solvencia científica del joven criminalista. Cuando éste llegó a la procuraduría del Distrito Federal, invitado por una nueva administración, todavía se aplicaba la famosa “prueba de la parafina” en las investigaciones sobre disparo de armas de fuego. Moreno González abolió esta prueba precientífica y la sustituyó por métodos modernos. A partir de ese momento comenzó el desarrollo constante y necesario de la criminalística en sus numerosas ramas. Moreno estableció el imperio de la ciencia en este ámbito. Formó varias generaciones de criminalistas, que lo reconocen como jefe de una escuela. Tal fue su aportación a la procuración y administración de justicia en México.

Médico de formación, Moreno González presidió con gran autoridad la Academia Mexicana de Ciencias Penales. En 1976 figuró entre los fundadores de un organismo de excelencia, prestigiado dentro y fuera de México: el Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE), siempre amenazado por vientos de fronda, que lo asedian de nuevo. Rafael contribuyó a construirlo, secundando a otro maestro eminente, emérito de nuestra Universidad, don Celestino Porte Petit.

Moreno González participó con honradez intelectual, ajeno a las marquesinas y a la voluntad de los poderosos, en investigaciones relevantes de su especialidad. Jamás torció el rumbo de sus indagaciones, ni ocultó sus resultados ni cedió ante la presión de quienes pretendieron ejercerla. Se mantuvo firme y erguido en defensa de la verdad. Actuó con probidad —de la que muchos somos testigos— en nuestras procuradurías de justicia. Las batallas que libró no fueron menores. Las ganó a fuerza de ciencia y experiencia, entereza y dignidad.

He dejado por un momento otros temas apremiantes de la vida nacional para recordar la tarea de un mexicano insigne, que los hay, a despecho de tantos que jamás lo serán. También es asunto apremiante rendir tributo a quienes lo merecen, en medio de la batahola en que se ha sumido a la nación. Se dice de nuestros personajes eminentes que pueden ser presentados como modelos de vida y obra a las nuevas generaciones, acaso desalentadas por los aventureros que son ejemplo de frivolidad y deshonestidad. Moreno González debe ser recordado por muchos motivos: es el padre de la nueva era de la criminalística; además, fue un hombre de bien, generoso y laborioso. Sirvió a México, con suma devoción.

Profesor emérito de la UNAM.