Construyo este artículo con dos preguntas. Primero: ¿a dónde quiere llevarnos, Presidente? Y segunda: ¿su ruidosa convocatoria se asemeja a la del flautista de Hamelin, que tuvo como destino el precipicio? Lo pregunto con respeto. Me explicaré, para que el lector advierta la preocupación que me anima, probablemente compartida por millones de mexicanos. No digo partidarios (salvo de México y de su futuro, que queremos luminoso); tampoco adversarios (salvo de la incertidumbre y su producto: el malestar que nos aqueja). Sólo digo mexicanos, destinatarios —junto con usted, Presidente— de estas reflexiones. Mexicanos que no comulgan con la obediencia ciega que algunos patrocinan.

Le pregunto a dónde quiere llevarnos. Sepámoslo de una vez y de veras. En sus jornadas electorales trazó un vago destino. Nos colmó de retórica y mencionó algunas intenciones (“primero los pobres”, prelación plausible). Pero la única certeza de entonces fue la incertidumbre. Lo sigue siendo. Así iniciamos y continuamos la marcha. Cuando intentó perfilar el rumbo y el objetivo —si acaso lo intentó, Presidente— deslindó a la sociedad mexicana en sectores contrapuestos. El primer fruto fue la división que cundió entre los mexicanos. Y sabemos que “por sus frutos lo conoceréis”. ¿No es así?

No han quedado claras las reglas del juego que estamos jugando con usted al frente, manejador de las piezas sobre el tablero. Lo que sí está claro es que las reglas y los compromisos están sujetos a súbitas revisiones, a discreción de quien manda. En un minuto se desvanecen, por obra y gracia de la autoridad presidencial, que no acepta rectificaciones. Ni un punto, ni una coma, se ha dicho últimamente, para asombro de todos. Hay que beber hasta la última gota, sin respiro. Vale preguntar: ¿seguimos siendo república democrática, donde los derechos se afianzan y la palabra se cumple?

La otra expresión en el título de este artículo alude a un flautista en Palacio. No el ejecutante, sino quien gobierna la marcha. Es éste quien fija la meta y convoca a sus compatriotas para que viajen a donde le plazca, como dueño de la melodía. Me valgo de un cuento de los hermanos Grimm. Usted y nosotros sabemos que los cuentos son aleccionadores, abrevan en la experiencia y anticipan el futuro. No son pura fantasía, desprovista de razones.

El flautista fue contratado para sanear Hamelin, una comunidad devorada por las ratas. Cumplido su encargo, no obtuvo la compensación esperada. Entonces resolvió, en un arranque vindicativo, atraer a los niños del pueblo —los vulnerables, los capturables— y encaminarlos al abismo. El resentimiento y la venganza determinaron la partitura del flautista. Así les fue a los buenos habitantes de Hamelin, muy confiados y poco previsores. Carecieron de malicia y perspicacia.

Vuelvo a la pregunta que formulé al principio: ¿a dónde quiere llevarnos, Presidente? Conviene que lo diga a partir de proyectos explícitos y compromisos veraces y firmes, para que la nación delibere y conozca, como es propio de una democracia, qué destino le aguarda en su “plan de viaje”, y si los ciudadanos pueden ponerle —todavía— algún punto o alguna coma. Debe ser un destino claro, en el que los hechos cotidianos coincidan con las promesas y las palabras empeñadas Nos parece (hablo en plural, porque somos muchos los solicitantes de veracidad y congruencia) que tenemos derecho a saber a dónde quiere llevarnos. Luego veremos, recordando la lección de Hamelin, si nos seduce la melodía.

Profesor emérito de la UNAM.

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