Libramos las elecciones, pero las nubes pueblan de nuevo el firmamento. Del cielo encapotado bajarán los rayos que ofrece el poder omnímodo. En las matinées cotidianas ha soltado, como quien libera una jauría, un programa de novedades (o antigüedades) a cual más temible. Cada una merece más que un artículo: un libro entero. Y hojas clínicas detalladas. Ceñido a las fronteras de mi colaboración, me limitaré a formular una lista preliminar de los rayos que se avecinan. Ni supongo ni imagino. Sólo recojo las advertencias.

1.El poder omnímodo tomó una decisión histórica, que no pudo Nerón en su grandeza. ¡Y vaya que incendió Roma! Aquí arderán las clases medias. Mientras tanto —y de perdida— fueron despreciadas y quedarán abolidas. Invertimos un siglo en dotar a México de clases medias, creyendo que eran producto y baluarte —ambas cosas— del progreso. Pero ¡cómo fastidian! Se han vuelto reflexivas, críticas, indóciles. Sufragan —¡lo hicieron!— por su cuenta, conforme a su experiencia y su conciencia, arrastradas por la “guerra sucia”. Ahora se atendrán a las consecuencias de su irritante “aspiracionismo” (sic, por supuesto). ¡Duro y a la cabeza!”

2.La Guardia Nacional, fallida en el intento de frenar el crimen, se integrará a las Fuerzas Armadas. En rigor, de ellas viene y siempre ha estado en ellas. Ahora se formalizará esa pertenencia, que ya se advertía en el desvanecido Plan Nacional de Paz y Seguridad (noviembre de 2018) y en las malhadadas reformas constitucionales de 2019. Mientras la criminalidad avanzaba, incontenible, el buen gobierno destruyó la policía federal y naufragaron las policías locales, hundidas en el olvido. Los resultados han sido catastróficos. Pero el Ejecutivo tiene la solución a la mano: militarizar la seguridad pública. A contrapelo de la historia y de la cordura.

3. Vendrán reformas en el sistema electoral. ¡Se las ha ganado! Pesó demasiado la independencia de las autoridades que administraron el proceso hacia el 6 de junio. Tuvieron un éxito insoportable, aliadas a fifís y conservadores, académicos y reaccionarios. Operaron desafiantes. No se plegaron. No se rindieron. Y no es posible sufrir tamaña entereza. Por lo tanto, se promoverán reformas para que esas autoridades se confinen en la más obsecuente y ahorrativa burocracia, plegada al gobierno en turno. Y además —he aquí la “cereza”— se suprimirán las diputaciones plurinominales. El Congreso será el paraíso del partido único, sin minorías que perturben su imperio. ¡Ya verán lo que es una reforma electoral verdaderamente definitiva!

4. Habrá cambios en la regulación constitucional sobre generación de energía. De lo pactado, ni hablar. La palabra se empeña, pero no se cumple. Avanzamos a tumbos. Las reglas del juego son eso: reglas “de juego”. La nostalgia impulsa los cambios. Sin embargo, la historia no se aviene con ellos. El futuro va en otro sentido, mientras nosotros apostamos al pasado. ¿Importa el precio que pagará el pueblo?

5. El Ejecutivo seguirá con mirada filosa las reflexiones de la Suprema Corte en el espinoso asunto del artículo 13 transitorio (¡una belleza normativa!) de la Ley Orgánica del Poder Judicial. La oscura iniciativa que afloró en el Senado desafió a la Constitución y la derrotó en las primeras de cambio. Pero la ley suprema no se resigna a morir sin dar la batalla. El Ejecutivo mira y teme que pudiera prevalecer la Constitución, amparada. Si eso ocurre, aquél reposará tranquilo: habría hecho lo que pudo para que la Constitución naufragara, aunque no lo consiguiera en este caso. ¿Será? Veremos.

Profesor emérito de la UNAM.