Aterrizaba en Guadalajara para entrevistar a Daniel Arizmendi, El Mochaorejas, un secuestrador que en los años 90 aterrorizó a la ciudadanía por sus estrategias de cortar las orejas de sus víctimas para ejercer presión al momento de negociar un rescate. Era 2015. Por la naturaleza del perfil antisocial que tiene Arizmendi, estaba un poco más nerviosa de lo común por la entrevista y estaba retraída, tratando de prepararme emocionalmente.

Pasaron por nosotras unos elementos de la Unidad Especializada Contra el Secuestro, quienes tenían la encomienda de llevarnos al penal de Puente Grande y esperarnos. Una colega criminóloga iba conmigo: Mónica, quien comenzó la conversación con los agentes. Yo me puse mis audífonos pretendiendo no escuchar. Iba concentrada en lo que vendría.

“Cómo van las cosas aquí en Guadalajara”, preguntó Mónica. “Complicadas”, contestó uno de ellos. “Fíjese que tuvimos ahorita dos semanas de negociar un secuestro de una niña de 12 años. Un secuestro complicado, muy violento”, continuó. Los secuestradores amenazaban con violar y matar a la víctima, nos dijo. “Amenazaban con hacerla cachitos y mandarla a sus familiares por partes, si no se pagaba el monto solicitado”, narraba. Los dos elementos cuentan cómo pudieron hacer investigación de geolocalización durante el cautiverio y “apenas hace tres días pudimos agarrar al hijo de la chingada del secuestrador. Lo hubiera visto, un chaparrito todo cobarde. Ya se imaginará cómo le fue. Muy chingón diciendo pura pendejada en el teléfono; cobarde”, siguió. “Santa madriza que le metimos cuando lo detuvimos. Imagínese que no lo hemos podido ni presentar”, terminó el relato.

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Llevábamos varios meses viajando a distintos penales para trabajar en el “Perfil de Secuestradores”, un proyecto psicosocial de los plagiarios del país para la creación de proyectos preventivos que contribuyan a erradicar el secuestro. La prueba de Estambul —que determina tortura en los procesos— era la constante en las historias de los hombres más violentos. La estrategia entre ellos es simple: comprueban tortura en la detención y el proceso se caía por fallas en el debido proceso. Para presuntos secuestradores como Cesar Freyre, acusado del secuestro de Hugo Alberto Wallace, esa era su llave de salida de prisión. Así, aunque sus manos estén bañadas en sangre, con buenos abogados, la libertad está a la vuelta de la esquina.

Estaba fría con el relato de los agentes antisecuestro. ¿Cómo podía ser que los policías que negociaron el plagio fueron los encargados de detener y presentar a los presuntos responsables? ¿Cómo puede ser que se hable de casas de arraigo clandestinas con tal normalidad, “para que se le bajen los golpes y entonces poderlo presentar”? ¿No se daban cuenta que al golpearlo o torturarlos le estaban dando las herramientas para salir libre? ¿Cómo podía ser posible que las personas certificadas para salvaguardar la paz y la justicia en nuestro país violenten los procesos, bajo un sistema de impunidad y corrupción sistematizada?

De ese 2015 a este 2020, tristemente muy poco ha cambiado.

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Las puertas giratorias del sistema de justicia tienen sus cimientos en prácticas ilegales que lejos de crear justicia para las víctimas, perjudican la integridad de los mexicanos. Hace unos días fue Giovanni y Alexander; asesinados por la “mano dura de la policía”, por el abuso policial. Hoy más que nunca es urgente combatir las prácticas “extrajudiciales” de nuestras policías, que lejos de ayudar a construir un México en paz, suman al país violento que hoy sufrimos.

En el combate de estas prácticas, es imperativo priorizar la salud mental. Mientras escuchaba a los elementos aquel día hablar, irónicamente sentía cierta compasión hacia ellos. Hacían lo que podían con las pocas o nulas herramientas que tenían. El enojo, la impotencia y la violencia ya eran mecanismos de defensas adoptados para salvaguardar su “salud mental”. Nuestros policías están expuestos todos los días al máximo nivel de violencia, impunidad y corrupción, y el nulo apoyo psicológico que reciben también ha borrado en no pocas ocasiones, la línea entre el bien y el mal.

Presidenta y cofundadora
de Reinserta AC.

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