Siento que me pasó un camión encima. El camino de regreso a mi casa es eterno. El vuelo de una hora se siente como cinco y sé que es por el día tan intenso que hoy viví.

Hoy lunes 30 de septiembre cerraron el Topo Chico. Aquel penal que es y que no será jamás, el penal más peligroso de América Latina. El penal donde murieron decenas de personas a punta de fuego con armas exclusivas del Ejército. Un niño de dos años que ahí vivía con sus papás, y aquellos que fueron quemados y decapitados vivos. Cosa de todos los días en el Topo.

Recorrí el penal vacío. Ya no había un alma. Era cuestión de minutos que se habían llevado al último interno. Caminé las celdas y respiré la desesperanza que se sentía en cada una de ellas. Los gusanos en el piso me recordaron lo inhumano que podemos ser con aquellos marginados. Los enfermos con tuberculosis que entre gusanos, comida podrida, hacinamiento y celdas cerradas contaban los días de su condena. Entré y vi los espacios donde se veneraba a la Santa Muerte y donde hacían sacrificios humanos sin ningún tipo de consecuencia. Los cuerpos los soltaban en las calles de Nuevo León y aparecían en los diarios como un día más de violencia en el estado. Entrar a estos espacios “sagrados” fue una película de terror en vida. Más de 40 estatuas de unos cuantos centímetros hasta aquellas que rebasaban los dos o tres metros tenían también un lugar entre estas paredes. Cada muerte, cada asesinado, decapitado o desmembrado era con su supervisión. El dormitorio del famoso Charal era un típico dormitorio con jacuzzi, piso marmoleado, regadera grande, ventanales, cama king size y más de 40 celdas que albergaban a 300 de sus cuidadores que estaban en guardia 24 horas los siete días de la semana. Era intocable. Desde su celda tenía nueve pantallas donde monitoreaba el C5 hackeado del penal y de Nuevo León. La seguridad de Nuevo León era vigilada desde este espacio. Una celda típica que vemos en las noticias y que ya no nos sorprende.

La sangre de la masacre del 9 y 10 de febrero de 2016 se ve y se respira por todos lados. Los cuerpos los apilaron encuerados como trofeos para las autoridades. Los custodios sollozaban en el piso tras ser secuestrados y brutalmente golpeados a palazos. Las imágenes y los videos literalmente me generaron náuseas. ¿Hasta dónde podemos llevar la violencia de manera tan deshumanizada y seguir en este camino de la vida como si nada? Indignada, triste y desesperada de saber que en mi país esto pasó y durante años se toleró. Se sigue tolerando en tantos estados del país. No lo concibo. Los días que las cosas se ponían pesadas dentro del Topo, siempre podías pasar al bar donde amablemente sobre una pared con estilo grafiti y a color te ponían las bebidas a elegir: michelada, perro salado, cuba, desarmados, piña colada, bombas, orgasmos... lo que querías había.

Mujeres entraban a las visitas. A las que les iba bien pagaban cuota monetaria. Las demás llegaron a ser violadas o como lo vimos en 2016 colgadas en puentes de Nuevo León. Decenas de niños y niñas vivían aquí. Cientos de niños visitaban a su papá o su mamá en este espacio sin la mínima certeza de saber si iban a salir con vida, o qué aprendizaje y/o aventura podrían tener. Mamá y/o papá vivían ahí. Es cosa de todos los días.

Platiqué con aquellos internos que le dieron cierre a este espacio. Aquellos que salieron y no volteaban para atrás. La pesadilla se había terminado. “Nunca sabías si ibas a despertar con vida. Hubo días que despertaba y para ir a trabajar tenía que pisar cadáveres humanos. Tu vida estaba asegurada por minutos y segundos. Nada más”

El Topo Chico cerró sus puertas para siempre. Para mí es un golpe de realidad pero la gasolina necesaria para esta lucha que tengo todos los días. El sistema penitenciario es un eje clave en materia de seguridad en México. Lo tenemos que entender. No podemos seguir pretendiendo que tener 80 por ciento de cárceles con autogobierno es normal. No podemos pensar que si se manufactura cocaína o heroína dentro de nuestros penales no pasa pasa nada “total, no me afecta a mí”. Tenemos que dejar de permitir que nuestras autoridades no hagan nada con los cientos de delitos que se están fraguando desde las prisiones de este país. NO ES NORMAL, es momento que lo entendamos.

Tenemos mucho que aprenderle a Nuevo León y al equipo encabezado por Eduardo Guerrero.

Quedémonos con una cosa, si se puede, es solo cuestión de querer.

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