La palabra cambio está en boca de todo mundo, es una de esas que se han puesto de moda y se considera políticamente correcta porque se supone que es lo que todos queremos o debemos querer. Por eso la usan desde los modistos hasta los chefs, desde los filósofos hasta los votantes.

Pensadores como Byung Chul Han y Rob Riemen han construído su celebridad sobre la afirmación de que no debemos vivir como vivimos y tenemos que cambiar. Escritores como Amos Oz y Amin Maalouf se han sumado a esta tendencia y para ellos es absolutamente necesario que el mundo cambie. Paul Preciado va más lejos y dice que si no queremos el cambio es porque el poder “destruyó nuestra capacidad de desearlo”, pobres de nosotros.

Sin embargo, que esto se diga una y otra vez, no significa que ellos o nosotros no estemos contentos con el mundo como es. Lo que sucede es que hay cosas que sí nos gustan y otras que no, pues como todo en esta vida, nada es totalmente malo o bueno.

Entonces, lo primero que habría que hacer, es ver que se entiende por la palabra cambio. Por ejemplo, hay quien considera que lo que hay que cambiar es el capitalismo, o el neoliberalismo, o el fundamentalismo, o la democracia, o el poder de los militares, o la existencia de grupos étnicos o religiosos diferentes, o el empoderamiento de las mujeres o los valores del vecino y un infinito etcétera. Y hay quienes creen que lo que hay que cambiar es exactamente lo contrario. De modo que lo que unos llaman cambio (y lo desean) para otros no lo es (y no lo desean).

A eso se agrega lo que cada persona en lo individual cree que debe cambiar: por ejemplo, no les gusta que el vecino tenga perro o haga fiestas.

Pero aún si todos estuviéramos de acuerdo en lo que queremos cambiar, parece que no nos percatamos de lo que implica desearlo, porque ese cambio puede resultar en un sentido diferente al que queremos, por ejemplo, cuando las grandes corporaciones de salud, de comunicación o de hidrocarburos se hacen cada vez más poderosas por nuestros deseos de tener acceso a ciertos productos. O cuando se lo consigue por la vía de la violencia (habrá quienes sí la quieren y quienes no). O, y esto se olvida con demasiada facilidad, cuando sucede (y siempre sucede) que si cambia una cosa arrastra a otras, incluidas algunas que no queríamos que cambien.

Los que proponen el cambio, suponen que siempre será en el sentido que a ellos les gusta. Por ejemplo, todos los mencionados arriba hablan del “regreso a la solidaridad social” (como si deveras eso hubiera existido antes), y ni siquiera se plantean que eso pudiera no suceder (como no pasó muchas veces en la historia). No quieren reconocer que los humanos vemos solo por nuestros intereses particulares y que solo queremos que cambie lo que no nos gusta o acomoda, pero que se quede igual lo que sí nos gusta y acomoda.

Esta es la disputa que estamos viviendo con el gobierno de la llamada 4T. El Presidente considera que ciertas cosas deben modificarse, otros consideran que no, o que deben cambiarse de otra manera. Lo que a él le parece correcto y justo, a otros les parece incorrecto e injusto. Los discursos de unos y otros para defender sus posiciones provocan respuestas airadas de los seguidores de ambos. Y en ese ir y venir de descalificaciones, amenazas e insultos, es donde estamos hoy.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
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