Un soldado de la Guardia Nacional de pelo —evidentemente— ralo, bajo la gorra de camuflaje café, flaco de los pies a la mandíbula y con una mirada de quien pareciera querer salirse de clases para ir al recreo en lugar de quien porta un arma larga, se me acercó al vidrio del auto. Yo manejaba sobre la vía que va de Sonora hacia Arizona, una carretera donde es común pasar por retenes militares antes de llegar al destino.

“Bájese, debemos hacerle una revisión exhaustiva a su vehículo”, me ordenó. Solo pensé en la pérdida de tiempo que son esas rutinas, pero me resigné a ello. De pronto, cerró la puerta trasera tras revisar los asientos y, antes de continuar con lo demás, vino hacia mí.

“Una pregunta… usted que es mujer ¿sabe qué me puedo poner en los labios? Tengo días durmiendo en el monte, nos trajeron de Chiapas en la caja del vehículo, anduvimos en Caborca con mucho viento y frío, y luego aquí, y se me partieron”, dijo. Entonces reparé en sus labios gruesos y amplios, pero sumamente blancos, partidos, y con pedazos de piel y carne casi expuestos.

Sentí más cariño maternal que respeto o miedo frente a esa autoridad. Recomendarle que comprara una crema para labios era inútil en medio de ese desierto, así que le dije que si veía una planta de sábila la cortara y se colocara la baba de dentro. Pero después busqué en mis cosméticos y encontré un brillo sin color, se lo regalé y fue como si le hubiera dado un vaso de agua en medio del naufragio. Lo tomó, me agradeció y no continuó la inspección. “Que llegue bien, que Dios la bendiga”, musitó al despedirse.

Tengo meses charlando con miembros de la Guardia Nacional, esos de la tropa que viven en la intemperie, que no tienen autoridad ni intereses, y que ganan lo mínimo, para entender qué está pasando dentro de esa corporación.

A la mayoría, como al personaje del inicio de este relato, la mueven sin previo aviso de un lado a otro por todo el país, y sin anticipar a qué se enfrentarán ni en qué contexto estarán.

Desde hace un tiempo trabajo en un reportaje a fondo sobre esas condiciones de vida, porque no son de trabajo: sus días al servicio son en realidad su vida entera. No ven a sus familias, les quitaron un bono ―en el caso de quienes eran de la extinta Policía Federal― para ir a sus lugares de origen una vez al mes, y los y las mantienen en el mínimo de condiciones para sobrevivir.

Si antes ser soldado o policía era enfrentarse a una realidad agreste, ahora lo es más por un coctel conformado por la austeridad de la autollamada Cuarta Transformación y por el desprecio que los líderes castrenses ven en quienes ingresaron y eran policías federales o marinos. Las divisiones internas y el poder económico no visto antes depositado en los altos mandos, está generando que por dentro la Guardia Nacional se esté destruyendo a pedazos.

Algunos de los miembros de la tropa me dicen que acuden a zonas de alto riesgo sin información de inteligencia o estrategia alguna. Duermen en casas de campaña sin importar calor o frío, solo tienen un uniforme que difícilmente pueden lavar, comen a veces solo un pan con un jamón ―me han enviado fotografías y video―, y son tratados como presos de un penal que resulta ser itinerante. ¿Cómo y por qué seguir?

Gran pregunta. Según datos oficiales, la Guardia Nacional ha registrado en menos de tres años mil 914 bajas, de las cuales mil 477 han sido por renuncia voluntaria, algo no visto antes.

Muchos de los elementos intentan irse, o deciden no estar varios días lo que deriva en sanciones. Durante 2021 se registraron 7 mil 570 “correctivos disciplinarios”, mientras que en el periodo de 2016 a 2018 en Sedena (no hay una comparación directa debido a que no había Guardia Nacional) hubo 2 mil 700 resoluciones ejecutorias por actos que merecieron corrección.

“Estamos, pero no sabemos para qué; sabemos que hay dinero, que tenemos que cargar costales, que tenemos que estar en obras, hacer lo que nos digan, pero no entendemos el sentido”, me comenta otro elemento.

Vuelvo a preguntar ¿por qué seguir? Cuando los números relacionados a inseguridad van al alza y México está entre los países con más presencia del crimen organizado, según la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Trasnacional. Cuando los homicidios están como nunca en la historia. Cuando se protege más a delincuentes que a ciudadanos. Como bien señala Ivabelle Arroyo en un artículo en Letras Libres “en materia de seguridad nacional y defensa del Estado el Ejército es irrelevante”.

La pregunta es cuánto tiempo personajes como el soldado de labios partidos continuarán de aquí a allá sin las mínimas condiciones de vida digna defendiendo un país en el que no saben qué hacen, por qué están, ni hacia dónde van.

@Sandra_Romandia