Filósofo, historiador, conocedor de la “tinta roja y negra”, traductor, poeta, defensor de las lenguas y de los territorios indígenas, sabio imprescindible, tlamatini , Miguel León-Portilla nace en la Ciudad de México el 22 de febrero de 1926. Hijo de Miguel León Ortiz y de Luisa Portilla Nájera, revela una temprana curiosidad por la cultura, especialmente por los clásicos de la literatura universal y de la filosofía novohispana (basta decir que leyó la Historia Antigua de México , de Francisco Xavier Clavijero, cuando contaba apenas con 12 años). Sin embargo, entre tantas posibilidades, de los filósofos y sabios del mundo, don Miguel escogió siempre a los sabios del antiguo México como maestros y acompañantes de vida: "Sí son muy respetables Aristóteles y Hegel, grandes pensadores… pero yo me quedó con Agustín y con Platón y sobre todo me quedo con los tlamatinime, ellos me han enriquecido el corazón".

En un ambiente académico dominado por una visión eurocéntrica del mundo y de la filosofía, su primera publicación La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes tuvo el mérito de haber rescatado de los códices, textos prehispánicos y documentos novohispanos el pensamiento de la cultura mexicana antigua, además del valor particular de haber insertado el pensamiento filosófico náhuatl en un contexto analítico, neokantiano y si acaso marxista como el que se daba entonces. Con valentía, don Miguel se abrió paso para comenzar lo que llegaría a ser una magna obra a través del estudio del pensamiento de los pueblos del centro de México antes de la Conquista, a partir de fuentes directas y de la ampliación de la definición de filosofía enfatizando que el propio concepto es de suyo análogo y que, como tal, la unidad de la filosofía es una unidad de semejanza:“Ya pasó el tiempo -decía- en que se creía en una filosofía única para la humanidad. Si las normas son idénticas en el fondo, la libertad de pensar y la originalidad en el ver son de escala sin límite. El valor de cada filosofía radica en su propia construcción”, concluye en el prólogo de su Filosofía náhuatl .

En 1959, en ese México en el que también resonaba el neopositivismo y el quehacer filosófico pretendía ser sistemático, la obra de León Portillla suscitaba el escándalo, pues la mayoría de los académicos consideraron que había una contradicción intrínseca en la frase “filosofía náhuatl”. En respuesta, con extraordinaria simpatía, él afirmaba con más fuerza la verdad de la flor y canto . En 1957 se incorporó al Instituto de Investigaciones Históricas donde se desarrollaría como investigador y académico paralelamente a su trabajo como traductor, editor de manuscritos antiguos y códices, así como promotor de la literatura en lenguas. Nunca dejó de trabajar, de animar a los investigadores jóvenes, de apasionarse con los textos, de acumular proyectos de etnografía, historia, filosofía, arte, literatura... Fundó, de la mano de su maestro Garibay , el Seminario de Cultura Náhuatl , en funciones hasta el día de hoy. Y en ese mismo año inauguró, también con osadía, toda una época de reflexiones sobre el pasado mexicano al introducir una nueva categoría histórica que precisamente daba nombre a su libro más conocido: La visión de los vencidos , obra en la que, también por primera vez, se presentan y anotan textos nahuas en los que tenochcas, tlatelolcas, texcocanos y tlaxcaltecas expresan el significado que para ellos tuvo la Conquista. La obra se publicó en braille, fue traducida al esperanto, inglés, alemán, ruso, italiano, francés, polaco, húngaro, sueco, hebreo, catalán, portugués y japonés, entre otras lenguas.

En el mundo de la literatura en lenguas indígenas no solo orientó la clasificación de un grupo desordenado de textos antiguos en géneros específicos ( tlaquetzalli , teotlahtolli , zanzinilli , huehuetlahtolli ) sino que promovió la creación de la casa de los escritores en lenguas indígenas (junto con Carlos Montemayor y Rodolfo Stavenhagen ), iniciando una etapa de reconocimiento para los autores contemporáneos en lenguas originarias sin precedentes. En libros como Culturas en peligro mostró su preocupación por la desintegración cultural de las comunidades en sintonía con la necesidad de una educación en lengua indígena de calidad y la autogestión de los territorios de las comunidades.

Siempre un incansable promotor del respeto hacia las diversas identidades culturales, fue León-Portilla un hombre de libros, pero también de compromisos vitales; preocupado por los indígenas “vivos”, apurado por sus problemas de exclusión y su condición de pobreza. Sin duda el gran inspirador de cada humanista sensible a las necesidades de los indígenas mexicanos, sin duda el gran maestro, luz, tea, espejo de hermosa sonrisa, esposo y padre ejemplar, trabajador incansable (como la hormiga). Sin duda imprescindible, sin duda eterno porque: de jade se quiebra y de oro se rompe, el plumaje de quetzal se desgarra, pero para siempre en la tierra se quedan el aliento y la palabra de quien nos enseñó a escuchar el canto y contemplar la flor. Tlazocamati Miqueltzin . Gracias por pintar nuestros corazones hasta quedarte a habitar con ellos los textos que lleguemos a escribir, las palabras que pronunciemos.

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