Por decreto mañanero del presidente, la felicidad ha inundado al país. No importan en la realidad presidencial el enojo de madres trabajadoras de escasos recursos porque desmantelaron las estancias donde dejaban a sus hijos mientras trabajaban, ni el de los enfermos y sus familias porque les restringieron tratamientos y medicinas; tampoco existe el coraje de campesinos y productores que bloquean carreteras y avenidas por los recortes y modificaciones en los apoyos al campo; y es una ficción el inmenso dolor de miles de madres, hijos, hermanos y familiares de víctimas desaparecidas, secuestradas, asesinadas por la violencia del crimen organizado en casi toda la República. Y por supuesto, no hay lugar en el “pueblo feliz” de AMLO para las miles de mujeres que, hartas e iracundas de ser violentadas, acosadas, abusadas y asesinadas, salieron a las calles de varias ciudades a gritar “ya basta” y a pintar, romper y destrozar como recurso desesperado para ser escuchadas.

“Se dan estos casos (las manifestaciones recientes), pero en general, lo voy a decir, hasta se los adelanto, en mi informe. El pueblo está feliz, feliz, feliz, hay un ambiente de felicidad, el pueblo está muy contento, mucho muy contento, alegres. Entonces, no hay mal humor social”, aseguró ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador que, fiel a su estilo, no proporcionó ni presentó ningún estudio, indicador o medición en la que base su afirmación de la felicidad plena y total de los mexicanos.

Esa visión idílica del presidente, sobre un supuesto sentir generalizado de la sociedad mexicana, claramente obedece a la percepción personal del presidente alimentada por lo que él ve y percibe en sus giras, recorridos y eventos por la República. Es claro que su imagen popular y cercana a la gente, como la de pocos mandatarios mexicanos, provoca todavía, un año después de su triunfo histórico, que la gente se arremoline en torno a él cada que se aparece en un aeropuerto, en un restaurante o en cualquier lugar público para decirle algo o tomarse una fotografía con él. Eso es un signo sin duda de su popularidad, que se mantiene alta entre sus seguidores y entre la gente que lo sigue viendo como un político distinto, pero también es una expresión de la cultura presidencialista que tenemos en México; de eso a medir con ese tipo de expresiones el nivel de felicidad de la gente, hay un tramo. Y si se refiere a sus actos y eventos públicos, no es un secreto que, como en los de cualquier jefe de Estado, hay un control y un filtro para saber quién entra y a quién se permite participar, por lo que esos públicos son en su gran mayoría formados por seguidores afines y difícilmente son un buen termómetro para medir el ánimo social.

Si el presidente López Obrador realmente quisiera saber qué tan felices estamos los mexicanos y qué tanto su gobierno ha avanzado en la meta de lograr la “felicidad social” que proclama desde que llegó al gobierno, no estaría mal que tomara la referencia y el ejemplo del primer país del mundo en medir la felicidad de sus habitantes con un índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB), similar y más importante incluso que el PIB. En Bután, un pequeño país de Asia, la medición de la felicidad, a través del FNB, está constituido por cuatro pilares básicos: la buena gobernanza, el desarrollo socioeconómico sostenible, la preservación cultural y la conservación del medio ambiente. Esos cuatro conceptos fundamentales —construidos a partir de más de 100 subindicadores y 33 indicadores— son presentados y monitoreados por el Centro de Estudios de Bután a través de nueve grandes dominios que, sumados, componen el índice de la FNB: 1) El bienestar psicológico de la población 2) La salud, 3) La Educación, 4) El uso del tiempo, 5) La diversidad y resiliencia cultural, 6) El buen gobierno, 7) La vitalidad de la comunidad, 8) La diversidad y resiliencia ecológica, y 9) las condiciones de vida. ¿Le entramos entonces a medir en serio qué tan feliz está “el pueblo” mexicano?

En todo caso, López Obrador nos está dando en esa frase, y sería su único valor, un adelanto de lo que dirá en su primer Informe de Gobierno el próximo 1 de septiembre, en el que, tal como su antecesor Peña Nieto, se organizará un acto en Palacio Nacional para informarle a los mexicanos lo realizado en sus primeros 10 meses de gobierno, mientras manda al Congreso a su secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, para cumplir con lo que marca la ley en materia de rendición de cuentas ante el Poder Legislativo. Y si ese será el tono de lo que nos dirá el presidente en su primer informe, un mensaje complaciente, triunfalista y basado sólo en sus “otros datos” y no en la realidad que viven y perciben la inmensa mayoría de los mexicanos, lo que escucharemos, más que un balance real sobre el estado que guarda el gobierno y el país en este lapso, será un discurso destinado dirigido sólo a sus fieles seguidores y no toda la sociedad.

NOTAS INDISCRETAS…

La rebelión de Martí Batres ayer en el Senado, para desconocer y cuestionar el resultado de la votación para la nueva presidencia de la Mesa Directiva, ya es comparada por algunos morenistas con el “berrinche” que protagonizó Manuel Camacho en la sucesión del 94 cuando le ganó Colosio. Otros ponen un ejemplo más casero y recuerdan al mismo Ricardo Monreal, al que hoy cuestiona severamente Martí y lo acusa de “ensuciar” la votación y hasta de haber dado “cañonazos” económicos y en especial a los senadores y senadoras para que votaran en su contra, cuando las “encuestas” no le favorecieron al zacatecano en 2017 para obtener la candidatura de Morena a la Jefatura de Gobierno que le ganó Claudia Sheinbaum. Es precisamente a aquellas fechas y a aquella contienda a donde se remite el pleito entre Monreal y Martí, que desde entonces quedaron confrontados, cuando Ricardo desconoció los resultados de la encuesta y se dijo “engañado y defraudado” e incluso amenazó con abandonar Morena para ser postulado por otros partidos. En aquella ocasión Martí, aliado con la ganadora Sheinbaum, le tiró con todo a Monreal, que al final terminaría arreglándose con López Obrador y llegaría como coordinador al Senado. Hoy el nuevo encontronazo entre Monreal y Batres tiene que ver no sólo con una elección interna que el propio Martí pidió al desconocer un acuerdo previo, de hace un año, de permitir la rotación y la paridad de género en el segundo año de la Mesa Directiva del Senado, sino el verdadero fondo es la disputa por la dirigencia nacional de Morena, en la que el bloque Monreal-Ebrard, con Mario Delgado como su candidato, se enfrentará al bloque de Yeidckol-Martí y algunas figuras del gabinete como Olga Sánchez Cordero, Rocío Nahle y Tatiana Clouthier, que estuvieron llamando a senadores para presionarlos a que votaran por Batres, y por otro lado al otro bloque formado por Bertha Luján y buena parte de los colaboradores más duros del lopezobradorismo. Y si en esta disputa por el Senado está claro que el presidente López Obrador no metió las manos, seguro tampoco lo hará en noviembre, cuando se espera la “madre de todas las batallas” en Morena por el control del partido gobernante. Vayan haciendo sus apuestas y preparen los paraguas, que en la contienda interna de los morenistas va a llover de todo…Los dados mandan Escalera Doble. Bueno el tiro.


sgarciasoto@hotmail.com

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