Cual abogado de oficio u oficioso, el presidente López Obrador intercedió el viernes ante el presidente Joe Biden para que “todos los países y sus gobernantes” del continente americano fueran invitados a la Cumbre de las Américas que tendrá lugar el próximo mes de junio en Los Ángeles. Aunque no mencionó nombres, el presidente en realidad se refería a la negativa del gobierno de los Estados Unidos, anfitriones de esta cumbre, a invitar a los tres dictadores activos de Latinoamérica: Nicolás Maduro, de Venezuela; Miguel Díaz-Canel, de Cuba; y Daniel Ortega, de Nicaragua.

“Con todo respeto, le planteé al presidente Biden que, si va a haber una cumbre de las Américas, tienen que platicar todos los países y todos los pueblos de América … Que Nadie debe excluir a nadie (los periodistas le gritaban nombres de Maduro, Díaz-Canel u Ortega) Todos, todos, todos… que nadie debe excluir a nadie. Y que ya tiene que cambiar la política en América, ya no podemos seguir manteniendo la política de hace dos siglos. Porque ¿cómo es que convocamos a una Cumbre de las Américas, pero no invitamos a todos, entonces de dónde son los que no están invitados, de qué continente, galaxia o satélite?”, dijo ayer el mandatario.

La respuesta a los oficios de López Obrador en favor de los tres gobernantes autoritarios, llegó ayer mismo desde la Casa Blanca: Estados Unidos no invitará a Venezuela, Cuba y Nicaragua a la cumbre de Los Ángeles por considerarlos gobiernos antidemocráticos. Fue el subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Bryan Nichols, quien ayer dejó en claro la posición de su gobierno, ante las peticiones que le hizo el presidente mexicano a Biden:

“Es un momento clave en nuestro hemisferio, un momento en el que estamos enfrentando retos a la democracia y los países de Cuba, Nicaragua y el régimen de (Nicolás) Maduro, no respetan la Carta Democrática de las Américas y por lo tanto no espero su presencia”, dijo Nichols en entrevista ayer con una televisora estadounidense. “El régimen cubano en el poder desde hace décadas, estuvo en la Cumbre de 2015 en Panamá, ¿ustedes lo van a invitar a esta Cumbre?”, preguntó el conductor. “No, es una decisión para el presidente (Biden) pero yo creo que el presidente ha sido bien claro en que las presidencias de los países que por sus actuaciones no respeten la democracia, no van a recibir invitaciones”, respondió contundente el funcionario de la Casa Blanca.

Quedó claro, pues, que las oficiosas peticiones del mandatario mexicano fueron desechadas por el presidente Biden, quien por cierto en aquella llamada telefónica del viernes pasado también le pidió y conminó a López Obrador a que “México se sume a las sanciones y represalias en contra de Rusia por la invasión a Ucrania” y apoye así al bloque de países que no sólo han condenado esta invasión de palabra –como de hecho lo hizo el gobierno mexicano– sino que también tome acciones para castigar al régimen invasor de Vladimir Putin. De eso nada dijo a los mexicanos el mandatario tabasqueño que sólo resaltó su abogamiento por la inclusión de todos los países americanos en la Cumbre.

El choque de visiones y posiciones sobre la política latinoamericana entre las administraciones de López Obrador y Biden no es nuevo y ya se había manifestado desde la recepción de Estado que el mandatario mexicano le ofreció al dictador cubano, Miguel Díaz-Canel, a quien tuvo como invitado de honor en las pasadas fiestas Patrias de 2021. Luego vino la Cumbre de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) a la que vino también como invitado a la Ciudad de México, Nicolás Maduro, y en el caso del dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, el gobierno mexicano se ha negado a condenar los asesinatos, persecuciones y encarcelamientos de candidatos opositores, periodistas y líderes disidentes.

Y para que no quedaran dudas, el presidente anunció ayer mismo su visita de Estado de este fin de semana por Cuba, donde será recibido por el presidente Díaz-Canel; dijo que arribará a La Habana la tarde del viernes 6 de mayo procedente de Centroamérica, que comenzará con su visita a Guatemala el jueves 5 de mayo, luego a El Salvador, donde se reunirá con el presidente Nayib Bukele, y el viernes temprano llegará a Honduras para entrevistarse con la presidenta Xiomara Castro; de ahí viajará a Belice y de ahí al territorio cubano donde estará al fin de semana para regresar el domingo por la noche a México.

Aunque en la agenda oficial de la visita a Cuba solo está contemplada una reunión con el presidente Díaz-Canel, ayer en medios de La Habana y de México se comentaba la reciente reaparición del expresidente Raúl Castro, quien, tras una larga ausencia, se dejó ver en el Desfile del Día del Trabajo el domingo 1 de mayo en la capital cubana. ¿Será que a López Obrador también lo recibirá el único sobreviviente de los hermanos Castro?

En todo caso queda claro que, por alguna extraña razón, al presidente López Obrador se le da más fácil la confrontación de posiciones en las que no está de acuerdo con Joe Biden, a quien sí se atreve a responderle y a decirle cuando no coincide en sus planteamientos, mientras que con Donald Trump siempre se negó a contestarle ni con el pétalo de una declaración, menos un reclamo, cuando despachaba en la Casa Blanca y aun ahora que ya está fuera del poder y anda en campaña. ¿Por qué con Biden sí puede diferir y reclamar y no con Trump?

Lo más curioso es que en sus peticiones “con todo respeto” a Biden para que aceptara incluir a los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua en su Cumbre del mes próximo, López Obrador decía ayer que la política estadounidense hacia Latinoamérica debe cambiar para ser más incluyente y promover el diálogo entre todos. “Además, vamos a dialogar, vamos a entendernos, vamos a unirnos, vamos a hermanarnos, eso es lo que necesitamos, no la confrontación”, dijo el presidente mexicano. Y ¿entonces? Si lo tiene tan claro por qué no lo practica en casa, donde no dialoga ni con ambientalistas, ni con opositores, ni con feministas ni con madres de desaparecidos; mucho menos fomenta la unión y lejos de “hermanarnos” se empeña en dividir, confrontar y polarizar a los mexicanos entre sí. Con razón le dicen siempre al tabasqueño que es un buen candil de la calle.

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