Para el líder la autoridad es la oportunidad de servir, inspirar y superar; para el jefe, un privilegio de mando.

Hoy nos enfrentamos a una pandemia que está generando cambios radicales, movimientos vertiginosos y acelerados en muchos sentidos de nuestra vida. Son cambios exponenciales que revolucionan a nuestras sociedades, instituciones, empresas, nuestras ocupaciones, la manera en que interactuamos, nos comunicamos, tomamos decisiones y muchos otros aspectos relevantes de nuestra vida.

En el Foro de las Naciones Unidas de 2015 se adoptaron 17 objetivos para el desarrollo sostenible, dicho de otra forma, el mundo no es sostenible si seguimos haciendo las cosas iguales.

Y en la Reunión de Davos del mismo año, los “líderes” más influyentes del planeta concluyeron con los 10 grandes retos de la humanidad, y asombrosamente uno de ellos fue la escasez de líderes.

Este es el problema más serio de la humanidad: no tenemos suficientes líderes con la visión, los valores y la influencia necesarios para resolver con decisión y valentía los retos que hoy enfrentamos.

Y aquí hago una distinción muy importante entre un líder y un jefe. Los líderes son muy escasos – lo que predomina son jefes con autoridad, y solemos interpretar la autoridad de mando como liderazgo.

Para el líder la autoridad es la oportunidad de servir, inspirar y superar; para el jefe, un privilegio de mando.

El líder tiene tres responsabilidades que no son delegables: anticiparse al futuro; atraer, retener y desarrollar más líderes, y crear una cultura que unifique a la organización o al país hacia un propósito común de orden superior. En resumen: planeación a futuro, el mejor talento y la cultura. Todo lo demás es delegable.

Analicemos cómo califican en estos tres aspectos los “líderes” de nuestras empresas y gobiernos, y sabremos si tenemos líderes o jefes.

El subordinado necesita de un jefe que le dé órdenes, mientras que el líder evoca una inspiración, un sueño que contagia a los demás.

En la mayoría de las organizaciones no atraemos líderes porque lo que buscamos es mantener la estabilidad – nuestro status quo. Sin darnos cuenta, nos llenamos de seguidores que reciben órdenes y terminamos formando grupos homogéneos con muy poca diversidad de ideas y pensamientos.

Un líder enfrenta los desafíos inspirando y generando emociones positivas para llevarnos a un destino, al cual, difícilmente iríamos sin él; un destino que tal vez nunca imaginamos que podríamos llegar.

Cuando analizamos las empresas y también las naciones con mayor riqueza y bienestar, encontramos que su valor radica en sus intangibles. Todo aquello que no aparece en sus estados financieros ni en sus balances o cuentas nacionales.

Su liderazgo, su talento, su agilidad para responder ante los cambios, su capacidad de innovar, de reinventarse constantemente buscando dar valor al cliente o al ciudadano.

Todos sabemos que aquello que no medimos, difícilmente lo podremos mejorar y si el predictor de mayor éxito en una organización o país es su talento, sus valores y su cultura, ¿por qué no medirlos y tomar acciones si esto es lo más importante para crear valor o bienestar?

La mayoría de quienes dirigen países y organizaciones no saben cómo gestionar la cultura, no creen en su valor o no lo ven. No le dan la debida importancia y no alcanzan a darse cuenta de que la cultura es como la huella digital de su país o de su organización. Es lo que nos hace únicos. Así de simple, así de claro.

Aquellos países y empresas que admiramos, basan gran parte de su desarrollo y bienestar en afianzar sus valores y su cultura, y mantienen cero tolerancia a quien intenta romperlos.

Si verdaderamente aspiramos hacia organizaciones o países que fomenten la formación de líderes con una auténtica visión de futuro –atentos a lo que sucede en el entorno, con empatía, responsabilidad social y ciudadanía– es fundamental que esto se promueva desde las universidades, generando las condiciones que les permitan comprender las grandes diferencias entre ser un líder y ser un seguidor.

En el futuro próximo, viviremos cambios rápidos y muy profundos que generarán mayores diferencias entre aquellos que tengan el liderazgo para inspirar, desafiar y cuestionar muchos paradigmas que hoy damos como verdaderos. Esta crisis exige redefinir el concepto de liderazgo.

Hoy vemos empresas en agonía y cuando intentan cambiar, ya es demasiado tarde, porque cuando el ritmo de cambio del entorno es mayor que el ritmo de cambio interno, su final estará cerca.

En la economía del conocimiento es imperativo entender que la formación de talento y liderazgo, junto con un vibrante espíritu emprendedor en un ecosistema amigable para las empresas, determinará quienes serán los ganadores del siglo 21.

Esta será la única fuente sostenible para el bienestar y el desarrollo.

Presidente del Tecnológico de Monterrey

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