Hace dos años que busco al líder que nos abra las hojas del portón del Palacio Nacional. Ese es el encargo secreto que me ha asignado la cúpula del Neoliberalismo: encontrar al hombre que pueda regresarnos al Poder.

Y es raro que no logre encontrar a ese líder providencial, porque como grupo ideológico, hoy gozamos de circunstancias admirables.

Una unidad sin igual: nos une el rechazo unánime al Bobo que preside sobre la Nación. Tampoco nos falta narrativa: como el Bobo diario informa de lo que ha hecho y de lo qué hará, y como no es lo que dicta nuestro ideario, cada día hay más yerros frescos por los que denostarlo.

Además, no nos faltan lugares para expresar nuestro enfado. En los foros de debate televisivos siempre somos todos del mismo credo, y si acaso se cuela algún bribón izquierdoso, a pura pedrada verbal lo aplacamos.

Es rarísimo. Vencemos en cada foro de la televisión, y sin embargo mientras más triunfamos menos distingo a nuestro líder.

Entre los candidatos que observo, hay tres que prometen. Está el Emiliano el Ladrador: su furia contra el Presidente se expresa en do mayor, (pero acaso de forma demasiado ladrada). Está el Expresidente: socarrón, ocurrente y sobre todo audaz, (dado que critica al Bobo estando a dos pasos de un juicio por actos de genocidio). Y está el Intelectual Elegante, que destila su veneno en gotero, en gotas espaciadas y doradas (y acaso incomprensibles para el pueblo).

Joder con el maldito pueblo: en él reside en realidad nuestro problema: resulta que para ganar la próxima elección tenemos que convencer a esa multitud ignorante. Me encojo de terror: creo haber dado en el corazón del asunto.

Luego entonces, ¿dónde puedo encontrar a un hombre con una narrativa que no sea el puro rechazo al Bobo, y que abarque un tramo, así sea pequeño, de promesa de futuro para el pópolo?

El otro día se lo consulté al albañil que ponía en mi cocina los adoquines del suelo. (Una medida de mi desesperación: hablar directamente con el pueblo.) Lo que me dijo, hincado en la cocina, esparciendo con la paleta el cemento, detrás de su tapabocas y sus gafas, fue de alguna y remota forma iluminador.

Don Gerardo me dijo que en los treinta años en los que los neoliberales reinamos en la Nación, a él le fue no mal, sino pésimo.

No solo no pudo construirse una casa propia, los servicios públicos que el Estado le daba gratis se deterioraron: el hospital y la escuela para sus hijos se volvieron de espanto y dejaron de haber espectáculos gratuitos. Y mientras su patrón, un señor apellidado Higa, se volvía “archi reputri millonario el cabrón” (sus palabras textuales) y por su televisor pasaban inauditos escándalos de corrupción, en que las cifras del dinero eran de fábula, su salario no subió “un solo puto peso”.

—¿Quieres ser nuestro líder? —le pregunté sentado al mostrador de granito de la cocina, bebiendo un daiquirí, (con todo y sombrillita).

—Si pagan, cómo no —contestó el pueblo hincado junto a mis mocasines, colocando el primer adoquín.

Ayer presenté a don Gerardo el Albañil en el zoom semanal de la cúpula neoliberal. En su curiosísimo dialecto repitió su crítica al neoliberalismo y las cabecitas en la pantalla fueron asintiendo.

¡Tenemos líder!

Ahora solo nos falta extraer de su crítica una nueva narrativa de futuro que ofrecerle a la Nación.

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