Hace dos lunes, el presidente López Obrador reclamó a la Organización Mundial de la Salud no haber aprobado las vacunas Cansino y Sputnik. Después de todo, ha pasado ya casi un año de que fueron aplicadas en México, la Sputnik a 2.4 millones de personas, la CanSino a 4.6 millones, entre estos últimos los maestros y las maestras del país.

—Los llamamos a aprobarlas ya –urgió el Presidente desde el podio de la mañanera –y a no dejarse presionar por razones económicas o ideológicas.

Ese mismo lunes tuvimos en el foro de Largo Aliento, el programa que conduzco para la televisión pública, una conversación por zoom con la doctora María Van Kerkhov, experta de la OMS en enfermedades infecciosas, y le mostramos el clip donde el Presidente reclamaba la pronta aprobación.

En este asunto la doctora contestó algo muy genérico. Dichas vacunas no han sido aprobadas porque sus fabricantes no han entregado las últimas fases de las exploraciones que demuestran su seguridad y efectividad.

—¿Qué datos les faltan entregar? –le insistí.

Se disculpó por no estar autorizada para revelarlo. Pero agregó:

—Claro que podemos darnos más prisa, siempre y cuando no nos saltemos ningún paso del método científico que seguimos para aprobarlas.

Con “presiones ideológicas o económicas” el presidente señalaba hacia las versiones que circulan y suponen que las vacunas CanSino y Sputnik son discriminadas por la OMS porque una es china y la otra rusa, es decir: provienen de países no occidentales, y las farmacéuticas norteamericanas las quieren fuera de la competencia para dominar ellas el mercado internacional de la vacunación.

De ser cierta esta versión, estaríamos ante otro caso, ni el primero ni el último, en que cuestiones instaladas en la realidad biológica se deciden por razones de cálculo político o económico. Vaya, todo el torpe manejo de la pandemia en México y en otras latitudes capitalistas se lo debemos a esa tara humana.

Pero podría ser también que la vacuna Cansino o la Sputnik funcionan poco o causan daños colaterales importantes, y que por ello sus fabricantes están ocultando las últimas fases de sus exploraciones. A nadie se le escapa que son vacunas que fueron producidas al calor de una urgencia mundial y traídas a México porque eran las disponibles.

De cierto, ahora ya sabemos que la vacuna CanSino logra solo “una protección entre el 65% y el 68%, que disminuye en un 50% a los seis meses”. ¿La fuente?

La misma productora de la vacuna, CanSino Bio. Lo que implica que los maestros de México hoy están dando clases presenciales con solo un 33% de protección.

Malísimas noticias, porque en todo esto lo que importa son las vidas de los millones de mexicanos vacunados con CanSino o Sputnik.

¿Están protegidos o no? Y si están protegidos, ¿en qué medida? Y si no están bien protegidos, ¿cuándo los volverá a vacunar el gobierno?

La verdad es que tratándose de los vacunados con Sputnik hay un método a la mano para averiguarlo. Nuestra Secretaría de Salud podría contactar a una muestra suficiente de vacunados con esa vacuna y cifrar cuántos de ellos se han contagiado; cuántos —ojalá ninguno— han muerto; y luego testear a un par de miles de vacunados.

Es seguro que el doctor López Gatell ya ha pensado en esto. El método de usar grupos de muestra para proyectar los resultados en una población más amplia es un método científico del que uno se entera en la preparatoria.

Pero en el caso de los vacunados con CanSino, y en especial en el caso de los maestros y maestras, es asombroso –más bien alarmante— que el doctor desatienda los resultados ya oficiales de CanSino Bio y no esté ahora mismo en curso una segunda vacunación con una mejor vacuna.

¿Qué espera para hacerlo, doctor López-Gatell?