Durante aquella pandemia del año 2020, en una región tropical del planeta, el Doctor responsable de contener el número de las víctimas, recomendó que nadie saliera de sus casas, para no contaminar al prójimo ni ser contaminado.

Lo expresó de forma muy imaginativa:

—Quédate en casa —dijo.—Quédate en casa. Y quédate en casa.

Sin embargo, en el último piso de una de las torres más altas de aquel país, un Empresario observaba en una pantalla de plasma las barras de ingresos y de egresos de su consorcio, y pensó distinto:

—Haz dinero. Haz dinero. Sigue haciendo dinero.

¿Por qué la barra de ingresos había crecido de esa forma inusual?

Porque la mayoría de las tiendas y bancos del país habían cerrado, para proteger a sus empleados, y las tiendas y bancos del Empresario seguían abiertas.

Astuto.

Así que el Empresario tomó varias decisiones acordes a su propio decreto de hacer más dinero.

Ordenó que sus empleados siguieran trabajando en sus empresas, aún a riesgo de contaminarse; que se cortara a todos los empleados renuentes y a los que ya hacía tiempo quería despedir, sin indemnización (astuto); y que se propagara por su televisora (porque era dueño también de una televisora, astuto) una noción realmente extravagante: que entre salir de casa a trabajar para ganar dinero y quedarse en casa para salvar la vida, la primera opción era la más sana.

Indignado, el Doctor anunció en una de sus conferencias públicas que las empresas que trabajaban serían cerradas por la autoridad. Y como muestra, una tienda del Empresario fue cerrada en la provincia de Nuevo León: ahí un empleado contaminado había contagiado a otros tres que a su vez habían contagiado quién sabe a cuántos clientes y familiares de los clientes.

El Empresario se enfureció.

—Mi consorcio no es una Democracia —pensó. —Acá el dinero es Dios.

Y decidió mostrar quién era el más fuerte, él o el Doctor, un capitalista o un médico salva vidas. En su televisora los técnicos hurgaron en el youtube profundo para encontrar a locos que exponían locas teorías de por qué el dinero es Dios y la Vida no vale nada y que siempre culminaban con el mismo mensaje:

—Dejemos que la Naturaleza siga su curso. Que los débiles perezcan y sobrevivan los fuertes.

Durante una semana entera se emitieron los reportajes, al final de los cuales siempre aparecía un locutor que agregaba:

—Maten al Doctor.

Se me olvidaba: en ese país había un Presidente. El Presidente decidió juzgar quién tenía razón, el Empresario o el Doctor, y en un video informativo dijo:

—Quiero mucho al Doctor y quiero mucho al Empresario.

Es decir que el Presidente no juzgó sino que fue muy amoroso.

Así que el Doctor siguió recomendando Quédense en casa y el Empresario siguió diciendo Trabajen para mi barrita de ingresos. Los infectados pronto rebasaron el círculo de los trabajadores del Empresario y pronto en el círculo creciente de infectados hubieron muertos, no uno o diez, miles y miles.

Por soberbio, el capitalista se había vuelto un asesino. Ah, pero la barra de sus ingresos seguía creciendo.

¿Cuál es la moraleja de esta historia?

Que el Capitalismo es una bestia que debe embridarse. Que su obsesión por la ganancia individual opera al final contra el Bien Común. Y que terminando esta pandemia los más sensatos nos liberaremos del Capitalismo y nos iremos a vivir a Tulúm, para ver a diario el mar turquesa y acordarnos de que la única vida bien vivida es la vida en plena belleza.

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