-La obediencia a la Constitución importa. El cumplimiento de la Ley importa. La Verdad importa.

Palabras enjundiosas del Senador Kizinger este jueves en el Capitolio de Washington.

La señora Marianita López lo vio pronunciarlas en su viejo televisor. A un lado, por la ventana, podía ver otro espectáculo. El humo llenaba el aire. Y a través del velo del humo, muy distante, brillaba el fuego.

Las laderas del condado de Mariposa, en California, ardían, y en cualquier momento, en la TV, se cortaría el discurso del Senador con la alarma para escapar. Por eso atendía el televisor, donde azarosamente, hablaba el Senador.

—Si no renovamos nuestra fe en estos principios –siguió enjundioso el Senador–, este gran experimento nuestro que es la Democracia perecerá.

Al ulular la alarma, Doña Marianita saltó del sofá, tomó la maleta colocada junto a la puerta y salió corriendo, dejando atrás su única pertenencia importante, su casita de cemento, para esperar al borde de la carretera el transporte del municipio, un camión anaranjado.

Doña Marianita, que trabaja como afanadora en un Wal-Mart, tiene en su cuenta de banco 100 dólares. Nada inusual: la mitad de la población de la Democracia Norteamericana no tiene más de 400 dólares de ahorros. En el resto del continente, son 6 de cada 10 habitantes en la misma precariedad. En el planeta, son 8 de cada 10. Y para esa mayoría, la narrativa de la Democracia del senador Kizinger igual podría estar redactada en arameo o en otra lengua muerta.

Es una narrativa que no menciona sus pesares concretos ni tampoco al mayor problema que hoy aqueja a la especie, el Cambio Climático.

—Este gran experimento nuestro, la Democracia —siguió el serio y enjundioso Senador, en el televisor de la casita vacía, rodeada de lenguas altas de fuego—, no resistirá, si no renovamos nuestra fe en esos ideales.

Esta misma semana, el presidente de EUA no pudo lanzar su programa de emergencia contra el Cambio Climático, porque le faltó un voto para que se aprobará en la Cámara de Senadores.

Había recibido el día anterior en la Oficina Oval al senador de su partido, Joe Manchin, a quien le pidió el voto decisivo, pero el Senador tiene intereses que le son más caros: tiene inversiones en la industria fósil.

El fracaso del presidente Biden ilustra bien cómo y por qué la Democracia no le funciona ya a Marianita ni a las laderas incendiadas de Los Ángeles —ni a los miles de manifestantes que esta semana salieron a protestar en las avenidas de Holanda y Alemania.

El calor sofocante, el mayor calor jamás registrado en Europa, y la escalada de los precios de la electricidad, han vuelto al aire condicionado una necesidad apremiante —que no pueden saldar. Eso a la par que leen en los periódicos cómo la Democracia no se atreve a controlar la industria eléctrica ni a imponer salarios mínimos no precarios.

—Seamos pues fieles a la Verdad. La Democracia es un sistema capturado por élites, igual de Izquierda que de Derecha, que se llenan la boca de grandes ideales, pero no se atreven a movilizar al Estado para rescatar a la gente de sus pesares materiales ni a la Naturaleza de los petroleros.

Nadie dijo palabra por palabra tal cosa, pero esa es la narrativa que subyace a las protestas de la clase trabajadora que hoy se han vuelto rutinarias en el planeta —y que explica igual por qué los trabajadores hoy están votando por la Izquierda —y cuando esa Izquierda se revela ya en el gobierno medrosa y tímida— votan por hombres anti-democráticos, como Trump, Berlusconi, Bolsonaro, y más.

Eso mientras en los bordes de la Democracia va alimentándose una narrativa novedosa.

—Abandonemos los ideales sostenidos solo por la fe y atrevámonos a construir una narrativa basada en las leyes de la Naturaleza. Leyes de verdad reales, inquebrantables.

Por ahí y por allá, la nueva narrativa empieza a hilvanarse…

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