Hace un par de días, en una entrevista a Patricia Armendáriz , economista experta en empresas medianas, pequeñas y micros, caí en la cuenta de que la clase media en nuestro país ha desaparecido del relato de lo público.

En el relato de este gobierno hay solo dos clases: los ricos y los pobres.

Y porque la clase media ha desaparecido del relato público, está de hecho en vías de desaparecer de la realidad.

Me explico.

Patricia simpatiza, tanto como yo misma y una mayoría de los mexicanos, con la principal intención de la 4T : barrer la corrupción que ha plagado la relación del Estado con la ciudadanía.

En ese contexto, Patricia se refirió al acierto del Presidente López Obrador de no auxiliar, en estos tiempos de penuria económica, a los grandes empresarios del país, es decir: a los ricos.

Tal hubiera hecho un gobierno neoliberal: fondear a las grandes empresas, bajo el mito neoliberal de que eso, inevitablemente, haría gotear el dinero, vía los salarios, a los pobres.

Un mito desmentido ya en los hechos de anteriores crisis económicas.

No, ahora la idea ha sido entregar, vía los programas sociales, ayudas directas a los pobres. Dinero contante y sonante a millones de hogares pobres.

¿Y qué con las empresas micro, pequeñas y medianas?, le pregunté entonces a la economista. Esas que en la realidad dan trabajo al 70% de los mexicanos.

Han recibido un préstamo de 25 mil pesos, me respondió.

Un dinero que en el caso de las empresas pequeñas y medianas, con 5 a 15 empleados, apenas pudo haber cubierto una quincena o dos de salarios.

Es decir, luego de ese préstamo inicial, se les ha dejado en el desamparo y cuando el lentísimo torbellino que nos arrasa termine de pasar, es probable que descubriremos que buena parte de esas empresas, y el sistema de convivencia y de valores que albergaban, han desaparecido.

La pérdida no sería pequeña.

Esa cultura de la clase media es la que durante un siglo albergó los mejores valores del país. El trabajo esforzado, el aprecio por la educación y el conocimiento, el odio y la crítica a los gobiernos corruptos.

Es la clase que proveyó al país de servicios profesionalizados, la que re-inventó cada década simbólicamente a la Patria, merced a sus artistas y académicos, la que prohijó a nuestra ciencia, también la que nutrió los peldaños de la burocracia y la que representó para los más pobres el sueño de arribar a la auto suficiencia.

¿Una clase impecable, libre de corrupción?

No. Los maniqueísmos impiden la visión de la realidad. Nada en un país de gobiernos corruptos puede ser impecable. Pero una clase que en su gran mayoría votó por la 4T, confiada en que sus mejores recursos no eran las trampas de la corrupción.

La pregunta que ahora importa es otra. ¿Qué país nos espera sin la clase media?

Un país de tres sectores. El de los gigantescos consorcios; el de un gobierno gigantesco y empoderado; y de una acrecentada mayoría de pobres.

Una clase de personas por desgracia siempre en la necesidad, siempre en la duda de la posibilidad de sobrevivir: la población ideal para proveer a los grandes consorcios de trabajadores que explotar, sin misericordia y sin ley, y proveer a los gobiernos de las huestes que pastorear, a golpes de micro subsidios.

Al inicio del sexenio, el Presidente solía llamar a sus adversarios “los fifís”. Y solía contrastarlos con “el pueblo bueno”. Los fifís eran los más ricos entre los ricos, típicamente conservadores, neoliberales y con vasos comunicantes de corrupción con el Estado. El pueblo bueno eran simplemente los pobres.

Desde ahí ha venido la omisión de la clase media del lenguaje y del proyecto del gobierno actual.

Me parece a mí que es urgente que el gobierno repiense a la clase media. Que vuelva a nombrarla en su relato y la incluya en su proyecto. Porque de otra forma, a merced del infinitamente despacioso vendaval de la pandemia, la clase media irá siendo borrada de nuestro país.

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