Vivimos en sociedad para no morir. En palabras de Darwin: las especies gregarias lo son para aumentar sus oportunidades de sobrevivir. Y en nuestras sociedades humanas, delegamos la administración de los servicios comunitarios a los políticos.

Nada como la pandemia ha enfrentado a cada sociedad a ese destino común y a su dependencia de los funcionarios públicos. Unas sociedades han aprobado la prueba, otras no.

En Alemania, a la Primer Ministro la llaman Muti, mamá. En Taiwán, la Primera Ministra es ovacionada con solo asomar la cabeza por la ventanilla de su automóvil.

No es nuestro caso, ni el de Brasil, India o Norteamérica. En Norteamérica bastó que esta semana Trump anunciara el regreso a clases para que las madres asegurarán por todos los medios a sus alcances, la televisión y las redes, que todavía no enviarán a sus hijos a las escuelas, y de paso acusaron al Presidente de ser un loco malévolo, un narcisista ciego y criminal.

En nuestro país el desapego de la palabra del Presidente, en lo que toca a la pandemia, ha sido sucesivo. Uno de los primeros síntomas ocurrió en abril, cuando un conductor de noticias incitó a la población al suicidio:

—Se lo digo con todas las palabras –dijo Javier Alatorre en el segundo noticiario más atendido del país. –No le haga caso a la autoridad sanitaria. Salga de su casa. Salga y haga su vida.

Las redes crucificaron al comunicador y al que le había escrito el mensaje en el teleprompter, su patrón Ricardo Salinas. El Presidente en contraste llamó a perdonarlo, y sin embargo —y esto fue crucial— no llamó a acatar el confinamiento obligatorio. La Oposición por su parte se quedó muda, para no ayudar en nada al Presidente. Y los intelectuales dedicaron su inteligencia a otras cosas de mayor envergadura, digamos a la raíz griega de la palabra “liberal”.

Mientras tanto, se fue volviendo evidente que la mitad de la población, los trabajadores informales y los trabajadores con patrones asesinos, como el patrón de Javier Alatorre, estaban saliendo de sus casas a trabajar. Unos porque no tienen salarios fijos, otros porque su patrón no les pagaría el salario, si no iban a los centros de trabajo.

¡La mitad de la población no acataba el confinamiento obligatorio! Ergo, estábamos a la buena de Dios, como una tribu de changos bonobos, sin gobierno central y sin estrategia para sobrevivir.

Para ahora, la narrativa de lo que intentábamos como sociedad en efecto se ha perdido en la confusión, de la que sobresale una sola certeza: la política no nos cuida. La política nos sirve para un carajo cuando se trata de salvar nuestra vida. La política es hoy el opio del pueblo, lo que lo distrae de lo verídicamente esencial: salvar la vida.

Y usted y yo, lector, lectora, es de otra vez Adán, otra vez Eva, tomando sus decisiones y las de sus seres amados, en una soledad abismal. Aquello que en abril Alatorre declamó leyendo del teleprompter, y entonces era falso, se ha vuelto en julio una horrenda realidad: —Lo que diga la autoridad es irrelevante.

Esta semana un desplegado confirmó el fracaso de nuestros políticos. Varias figuras de la oposición llamaron a formar un bloque, pero no para sacarnos de la pandemia, no, sino para quitarle el control del Congreso al partido del Presidente, en el año 2021. Con todo respeto, es otra vez ruido.

¿Hay regreso?

Lo hay, si los políticos, desde el Presidente hacia abajo, reconsideran su misión social en esta época terrible: organizar a los muchos, por el bien de todos.

Es evidente qué se necesita que hagan. Antes que nada, apoyar a los profesionales de la salud, que fieles a su juramente hipocrático, siguen trabajando en los hospitales turnos de guerra, intentando al fondo del ruido de los políticos salvar vidas.

Apoyarlos: ponerlos al frente de la conciencia colectiva, para que ellos nos digan qué hacer y qué no, y darles los elementos para trabajar mejor en los hospitales.

También, procurarle a los trabajadores informales o a los asalariados de patrones criminales, la posibilidad de no salir de casa, con un Ingreso Mínimo Vital, una entrega de dinero mensual. Una ayuda que durante la recesión que se nos ha venido encima será igual de clave para su sobrevivencia.

Y por Dios, callarse. Cerrar los labios, si no es para auxiliar a la población. Mientras la pandemia no ceda, posponer el ruido hostil.

De otra forma, seguiremos cada quién en su pandemia privada, cada quién sintiendo al entorno como al territorio enemigo, donde el virus acecha. Cada quién siendo el Fénix que debe resurgir de su ruina íntima con su propio y solitario impulso.

Google News

TEMAS RELACIONADOS