—Ayudaremos a los pobres —: el plan del Presidente López Obrador ante la crisis que vivimos ha dejado en el desamparo y la zozobra a la otra mitad de la población, la clase media.

El “plan” del Presidente Trump, llamemos de algún modo a la sucesión de sus ocurrencias, es brutal e impiadoso:

—Tomen cloro. No haremos más pruebas para detectar la enfermedad. Disneylandia se abre ya, como el resto de los centros de trabajo.

Salvo radiantes excepciones, los líderes mundiales parecen estar dando a la crisis respuestas que van desde la insuficiencia hasta la brutalidad. Y todas son inadecuadas en la medida que ni siquiera enfocan el verdadero problema que aqueja a la especie.

A decir: nos hemos desadaptado de la Naturaleza.

Nos lo venía anunciando la aceleración de la frecuencia de los desastres naturales. De los huracanes y las inundaciones, los incendios de amplios territorios y los sismos. Ahora la pandemia del Covid-19 lo anuncia con el vigor ensordecedor de un millón de trompetas.

Y nuestros líderes siguen hablando y pensando en un lenguaje economicista. Hablan del Producto Interno Bruto, de subsidios, de remontar la productividad. Un lenguaje que nos regresa al interior de lo humano cuando nuestro problema está afuera, y es el dicho: nuestra mala relación con la Naturaleza.

En el siglo XIX la especie enfrentó algo semejante. La Revolución industrial había esclavizado a sus máquinas a millones de campesinos convertidos en obreros. La insalubridad y las jornadas de 14 horas asesinaban a los más débiles, mientras se celebraba como a héroes a los impiadosos barones del progreso.

La especie tardó décadas en desarrollar un lenguaje que pudiera siquiera nombrar lo que ocurría. Solo cuando por fin se forjó el lenguaje adecuado, fue posible encontrar las soluciones.

Aquel lenguaje forjado en el siglo XIX, el economicista, es el que desde entonces ha dominado la conversación colectiva. ¿Mercados con libertad irrestricta o un Estado regulador?: entre esas antípodas llevan moviéndose las lenguas humanas para debatir lo colectivo. Y cuando hablamos de quién gobierna, en realidad hablamos de qué sistema económico impone.

Bueno, es ese lenguaje economicista el que también nos ha traído a esta crisis con la Naturaleza.

Su énfasis en la ganancia, ese horizonte que siempre está ahí pero siempre se mueve más allá cuando parecemos haberlo alcanzado, nos ha propulsado a la conquista de los territorios más remotos del planeta, para horadarlos, saquearlos, torturarlos: para desequilibrarlos. La reacción de la Naturaleza son los desastres naturales, el más reciente el castigo feroz del Covid-19, de seguro no el último castigo ni el peor.

Los pájaros. Hemos dejado de trabajar durante la pandemia y los pájaros han entrado a nuestras ciudades. Hemos dejado de producir humo y han llegado nuevas especies volando. Y han entrado a las psiques de quienes ya tenían un lenguaje, el lenguaje ecologista, para entender su anuncio.

Mientras los políticos siguen hablándonos de economía, mientras los barones del Capitalismo siguen obsedidos por la competencia, el progreso, la ganancia, en los márgenes de la imaginación de nuestra especie se están terminando de forjar dos lenguajes alternativos.

Llamemos al primero Hiper-capitalismo-digital-sideral. En medio de la pandemia, el cohete Falcon 9 de Elon Musk despegó y llegó a la E.E.I., la Estación Espacial Internacional. El plan es llegar pronto a Marte. Jeff Bezos por su parte prepara la conquista de la luna.

Ambos magnates imaginan una humanidad, más bien una élite de la humanidad, que escapa del desastre de la Tierra y vive ahí lejos, en esas esferas rodeadas de escafandras llenas de aire respirable y atendida por robots.

La otra alternativa es la narrativa ecologista. El sueño es salir de las ciudades y del trabajo compulsivo y caer de espaldas en la hierba. Irse lejos del ruido industrial con los hijos y los aparatos digitales. Investigar los sistemas naturales de producción material y los sistemas de convivencia natural que parecen más felices que los nuestros. Digamos un ejemplo: ensayar matrimonios de tribu estilo bonobo.

Es decir, convertir a la biología en la religión cotidiana, cuya meta es el bienestar. El estar bien en este planeta.

Mi apuesta es por la ecología. Solo imaginar la vida bajo la bóveda de una escafandra me da ahogo. En las junglas y las playas el aire es más fácil.

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