Hace años, caminando por la Avenida Ámsterdam de la colonia Condesa , vi a la pobre candidata del PRD: caminaba anunciándose por un altavoz de mano: una figura solitaria buscando a quiénes representar. Me apresuré a tocar timbres de vecinas.

Media hora más tarde, seis solidarias mujeres estábamos plantadas ante nuestra hermana de género, la licenciada Dolores Padierna, que nos dio un emotivo discurso de promesas hilvanadas –cosa rara: a través de su megáfono, a pesar de que éramos solo seis.

Tres años después, mis cinco vecinas la buscaron en su grandísima alcaldía de cemento blanco, por un asunto del reglamento de construcciones catalogadas como históricas. Nuestra alcaldesa nunca les dio cita. Tenía otros asuntos de mayor calibre que los problemas de sus representados. Vaya, de hecho, nunca la volvimos a ver, más que en la tele.

Y es que el porvenir de “nuestra representante” ya no dependía de sus electores de la Condesa, dependía de su partido, el PRD, que la habría de volver a nominar para puestos de mayor altura.

Es lo normal en nuestra Democracia de falsa representatividad. Nos dicen que los ciudadanos manejamos el autobús de la Democracia, cada seis años nos invitan a subir a visitarlo y a votar en las urnas, luego nos bajan a la calle y el autobús parte a toda velocidad rumbo a las cimas del Poder.

¿Cuándo fue la última vez que su diputado o senador visitó su colonia? ¿Nunca, nunca o tal vez nunca?

¿Cuándo fue la última vez que desde la tribuna del Congreso expuso las necesidades de su poblado? ¿Jamás, jamás o jamás?

Es un cuento de hadas. Votamos para que sean nuestros representantes –y al día siguiente de electos, oh magia, se han transformado en duques, princesas y monarcas.

No es problema de un partido o de otro. Más bien, el problema es un sistema donde los partidos capturan la comunicación entre representantes y representados. “No importa quiénes voten, lo que importa es quién nomina”, reza un adagio cínico –y no se equivoca. Los partidos nominan a los candidatos y es a ellos que “los representantes” se deben.

La Reforma Electoral que pronto se discutirá en el Congreso camina con dos pasos en la dirección correcta para desarmar a la partidocracia. Morena propone que los partidos nominarían a los candidatos, pero los electores les darían con su voto su jerarquía en la lista nominal; y los electores elegirían a los consejeros electorales. Otros partidos han anunciado que propondrán otras enmiendas útiles, entre las que sobresale el voto electrónico, que permitiría realizar con frecuencia consultas y revocaciones de mandato.

La pregunta es si los legisladores actuales, cautivos de la partidocracia, aprobarán reglas que debilitarían a la partidocracia.

Yo lo dudo. Más bien preveo lo contrario, nos darán un espectáculo de cómo la partidocracia inmoviliza a la Democracia: votarán en bloques de partidos: los de Oposición en contra de cualquier enmienda electoral, los afines a Morena en pro de la totalidad de la reforma.

En todo caso, ya veremos si por un luminoso instante algunos “representantes del pueblo” deciden ser leales a los electores y se ponen a trabajar en pro de nosotros.

¿No sería glorioso que los votantes de Sonora pudieran destituir a “su” senadora L illy Téllez ? En tiempos de votación se les presentó como una mujer de Izquierda, ya en el Senado se volvió panista y ahora trabaja para la ultra-derecha. Las diatribas que lanza desde el podio del Senado contra una sola persona —AMLO— nada tienen que ver con la necesidad de pozos en el desierto de Sonora.

Sincerémonos. Los problemas más graves de los mexicanos de a pie trascienden la división ideológica que los partidos representan. Todos queremos que acabe la inseguridad. Que acabe la corrupción. Que los servicios sanitarios y la educación gratuitos sean excelentes.

Si no desarmamos la partidocracia, seguiremos votando y votando sin obtener nada de eso.