Mucha tinta ha corrido sobre la consulta de revocación de mandato. Más que el resultado (el 82% de abstención que habla por sí sola), se puede analizar a la luz de la lucha de la izquierda y de los principios que desde el poder se traicionaron durante esta jornada.

Desde luego, los ejercicios de democracia participativa han formado parte de la agenda progresista. Pero concebidos para que se conviertan en instrumentos en manos de los ciudadanos para convertirse en auténticos contrapesos. Pero jamás para reafirmar el culto a la personalidad que con su tufo autoritario se aleja mucho de los anhelos democráticos. Convocar a una consulta desde el púlpito presidencial y pretender revestirla de participación genuina “del pueblo” es traicionar los ideales por los que han luchado muchos mexicanos y mexicanas, camino que por cierto se ha pavimentado con sangre.

Como dice el clásico, “el pueblo no es tonto”, y entendió que su participación no tenía sentido, transformando su silencio en un claro resultado: terminas y te vas.

Pero lo más grave no es eso. La grosera intervención de los gobiernos de todos los niveles y el desprecio absoluto a la Constitución son una afrenta a la pelea que desde la izquierda se ha dado por décadas, en particular desde 1988. Si algo estableció Cuauhtémoc Cárdenas en los álgidos momentos que se vivían por el fraude electoral, es que se seguiría el cauce constitucional, la vía legal, para conquistar la democracia.

Tuvieron que pasar muchos años y muchos muertos para que se lograran derrotar las prácticas fraudulentas y nulificar hasta cierto punto la injerencia gubernamental. Cómo olvidar que producto de esta lucha surgió un órgano electoral autónomo que garantizó los primeros triunfos de la izquierda. Primero en el ámbito local, luego en el corazón del país, la capital de la república. Cómo olvidar que previo a la elección del 6 de julio de 1988 se tuvieron que enterrar a las primeras víctimas de esta gesta histórica: Francisco Xavier Obando y Román Gil, a los que le siguieron muchos héroes y heroínas que dieron su vida para impedir esas prácticas de acarreo, presión y compra de votos.

Esa izquierda tuvo cimientos sólidos. Jamás mandó al diablo a las instituciones y fue ganando con la movilización y con la ley en la mano, construyendo nuevas instituciones como el INE (que ahora paradójicamente tenemos que defender). Pero recordar este origen es pedir mucho. Un buen porcentaje de los que utilizaron sus cargos públicos, con absoluto descaro para acarrear, hacer propaganda, coaccionar, lucrar con los programas sociales, no estuvieron en aquel histórico 88 ni vivieron en carne propia sus consecuencias. Muchos estaban en la trinchera de enfrente (¿algo nos dice el apellido Bartlett?) y tal vez por eso no les costó nada violentar los principios que el cardenismo y la izquierda han enarbolado. Entonces si se va a utilizar la fuerte palabra traición, lo justo es decir que si en un lugar se anidó fue en las filas de los que hoy detentan el poder y de su partido, porque no tuvieron empacho en convertirse en lo que tanto se había repudiado. Traicionaron, en fin, a cientos de hombres y mujeres que murieron para conquistar la democracia y una patria para todos y todas.

Política mexicana, feminista

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