La economía de Estados Unidos acaba de ofrecer un dato que podría marcar un punto de inflexión en el desarrollo de la humanidad. El PIB norteamericano creció 4.3% en la medición trimestral más reciente, mientras el empleo prácticamente no se movió. Puede ser un error de medición o puede ser algo mucho, pero mucho más relevante.

A lo largo de la historia económica ha habido episodios de desacople entre crecimiento y empleo, sin embargo, en este caso el fenómeno tiene una característica singular: todo indica que el crecimiento sin empleo solo puede explicarse por un aumento real de la productividad estrechamente vinculado al uso intensivo de Inteligencia Artificial (IA).

La señal no aparece aislada. Coincide con récords históricos en los mercados bursátiles, con utilidades extraordinarias concentradas en empresas tecnológicas y con una ola de inversión en IA sin precedentes.

Conviene hacer una precisión esencial. No es cierto que crecimiento y empleo siempre se muevan al unísono. La industrialización del Siglo XIX, la electrificación de inicios del Siglo XX o la difusión de las computadoras en los años noventa generaron importantes saltos de productividad que, durante ciertos periodos, alteraron esa relación.

Justo en estas semanas, la IA habría dejado de ser una promesa futura para convertirse en infraestructura económica real. Ya no solo automatiza tareas repetitivas; sustituye procesos cognitivos complejos, optimiza decisiones, reduce tiempos y multiplica la capacidad efectiva de trabajadores altamente calificados.

Si esta lectura es correcta, podríamos estar frente al primer trimestre con evidencia clara de crecimiento económico impulsado directamente por la IA, no como discurso ni como proyección, sino como dato observado. Y eso cambia el debate económico, geopolítico y de futuro inmediato de la humanidad a fondo y muy en serio.

El problema es que la productividad, por sí sola, así venga de la IA, no garantiza prosperidad compartida ni una sociedad más feliz o justa. Históricamente, los grandes saltos tecnológicos concentran beneficios en sus primeras etapas. Hoy, la IA genera rentas extraordinarias para quienes controlan datos, capital tecnológico y plataformas digitales, mientras presiona el valor de ciertas habilidades laborales y desplaza tareas completas hechas por profesionales que hoy nutren la clase media.

El riesgo es un crecimiento que eleva el PIB y los mercados financieros, pero no se traduce automáticamente en más empleo, mejores salarios o mayor movilidad social; por el contrario, trastoca toda esa estructura de armonía de una sociedad.

Este punto es crucial para México. Si la economía global entra en una fase donde la productividad depende crecientemente de inteligencia artificial, quedarse atrás ya no significa crecer más lento, sino quedar estructuralmente rezagado. Un país que no invierte en educación, infraestructura digital, talento y marcos regulatorios moder nos corre el riesgo de integrarse al mundo apenas como consumidor de tecnología, y ya no como generador de valor de largo plazo.

Al cierre de este año y de cara al inicio de 2026, el dato funciona como advertencia temprana. El mundo productivo está cambiando más rápido de lo que solemos admitir. Entonces, el verdadero riesgo no es que el mundo avance, sino que nosotros nos quedemos atrás cuando ya era evidente hacia dónde se movía. Ese dato económico en Estados Unidos es un momento Sputnik, es una llegada a la Luna, uno que bien puede pasar inadvertido… si nos arriesgamos a no mirar.

Senador de la República por Yucatán

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