El Frente Amplio por México (FAM) es mucho más que la suma de sus partes. Debe serlo. Se trata de crear una nueva lógica política para el país, una que corresponda a las realidades y potencialidades del Siglo XXI, sin las nostalgias distorsionadas de los siglos XIX y XX que algunos quieren volver a imponer.

En el Siglo XXI los individuos en todo el mundo han encontrado —o están encontrando— su voz singular potenciada o su identidad comunitaria poseedora de megáfonos comunicacionales. Vivimos, como en la Grecia antigua, un momento en el que los ciudadanos tienen un peso e importancia personal enorme.

Las redes sociales, los medios de comunicación y la tecnología han recreado un Ágora efectiva en la que los ciudadanos griegos de hace 2,500 años se sentirían en casa. Es cierto que la nueva plaza pública incluye a millones, es virtual y ocurre en gran parte en el ciberespacio, pero es tangible. El ágora de nuestra era, al igual que la de la civilización que inventó la democracia, intenta que el centro de la sociedad sea un espacio abierto ubicado en lo que los antiguos helenos llamaban la ciudad baja, en sustitución directa de las sociedades gobernadas desde la ciudad alta de palacios y fortalezas.

Un gobierno construido desde la plaza pública, con la colaboración e interacción de voces mezcladas en la igualdad y nunca desde el Palacio y el púlpito, es una de las características vitales de la democracia. El FAM está y debe seguir caminando esa ruta, no sólo porque es la ruta correcta, sino porque si se hacen bien las cosas, también puede ser la más efectiva.

No hace mucho las autoridades de un país podían decirles a sus gobernados que callaran, pues debían guardar respeto a la autoridad y la doctrina que la guiaba; hoy eso sería impensable en el mundo democrático: hasta los más poderoso presidentes o primeros ministros tienen que escuchar con respeto al ciudadano que quiere ventilar sus opiniones o inconformidades en el ágora en la que todos esperamos decisiones informadas y correctas, jamás decisiones verticales.

En ese sentido se tiene la obligación de insistir en que la tarea del FAM es ser al ágora de México, es convertirse en esa expresión política que permita que de los muchos surja uno (e pluribus unum). No se trata de ensamblar piezas de un rompecabezas imposible, se trata de agregar distintos elementos en un crisol. No se trata de pegar, sino de fundir para crear algo nuevo, o en realidad algo muy antiguo: la aspiración del individuo a que su destino lo defina ella o él mismo y no una doctrina o un grupo militante.

Si creemos que la tarea del FAM es tan sólo sumar, nos estaríamos equivocando. La verdadera tarea del FAM es ciudadanizar la democracia en México convirtiendo a los partidos políticos en pilares del foro público. Un foro que convoque a la abrumadora mayoría ciudadana que en el 2018 probablemente no estaba satisfecha con la dirección que llevaba el país y los magros resultados de su democracia apenas electoral, pero que en ningún caso respaldó al modelo nostálgico y proto-autoritario que la sustituyó.

Hay que decirlo fuerte y claro, en el 2018 se construyó una mayoría legal que con apenas 30 millones de votos decidió de forma unilateral que tenía el mandato para imponer sus criterios sobre un ágora mexicana que era de 90 millones.

En esta ocasión el ágora nacional comprende a 97 millones de ciudadanos y sólo un FAM que sea más que la suma de sus partes podrá construir una verdadera mayoría legal y legítima de la plaza pública frente al Palacio convertido en Estado.

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