La navidad es ocasión propicia para recuperar su origen. Además de quitarle el ruido del abuso comercial y sentimentalista, hay que recuperar la práctica de Jesús, cuyo nacimiento se celebra en estas fechas.

La novedad de Jesús es sacar la religión del templo. La práctica de Jesús narrada en los evangelios muestra que la fe en Dios no consiste en rituales a cumplir en un espacio religioso (el templo), sino en la vivencia de valores y actitudes en la relación con las demás personas (el “prójimo”).

Los dichos de Jesús, pero sobre todo sus hechos afirman que el “reinado de Dios” está “en medio” de nuestra historia, y que se manifiesta cuando “los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia esta buena noticia” (Lc. 7, 18-23).

La práctica de Jesús va más allá de “hacer el bien”. Su misión consiste en que las personas excluidas recuperen su dignidad. Jesús refuta la creencia de que la marginación sea consecuencia de una supuesta condición “impura” o “pecadora”. Así subraya que la exclusión no es “obra de Dios”.

Jesús no pretendía curar a todas las personas de todas sus dolencias. Lo que hace al sanar a personas con lepra o al devolver la vista a un ciego, es mostrar que esa situación no es “obra” de Dios, ni es producto de su “misteriosa” voluntad. El Dios de Jesús libera e incluye, no castiga.

Y es que la enfermedad en tiempos de Jesús además del sufrimiento, empobrecía a las personas por no poder trabajar y las excluía de la comunidad por estar “impuras”. En lenguaje actual diríamos que la religión las “revictimizaba”.

Por el contrario, Jesús “levanta y pone de pie” a las personas postradas por condiciones de marginación en las que se combinaban la enfermedad, la pobreza y el estigma religioso. El evangelio subraya este movimiento de “levantar” y “poner de pie” como la acción clave del encuentro con Jesús.

Para Jesús, la mejor explicación del mandamiento de “amar al prójimo” consiste en narrar la parábola del “buen samaritano” donde compara a un “hereje” con dos practicantes de la religión (Lc. 10, 25-37).

Ante la pregunta tramposa sobre ¿quién es mi prójimo? (tramposa porque busca distinguir, quién no lo es) Jesús contesta con una historia, donde un samaritano acude en auxilio de una persona abandonada en el camino, después de ser herida por asaltantes. El hereje estigmatizado por no practicar la religión dominante (el samaritano) es quien “levanta” al herido, le da primeros auxilios y lo conduce a donde lo cuiden, paga la atención y sigue su camino. Mientras que los dos “profesionales” de la religión pasan de lado.

El sentido de esta parábola es mucho más profundo que comparar a alguien bueno que sí ayuda a los demás, con otros “malos” o “egoístas” que no lo hacen. La conducta del sacerdote y del levita que no se detuvieron a ayudar al herido del camino tiene como fundamento su religión. Si hubieran tocado al herido habrían quedado “impuros” y no hubieran podido cumplir su función en el Templo. Su religión les impidió actuar ante la necesidad del herido del camino.

Esa es la novedad de Jesús, poner a las personas al centro y en especial a quienes padecen exclusión y por ello, encontrar ahí a Dios, en la vida y en las acciones de “dignificación”. Por eso Jesús no estableció ritos religiosos, sino una cena para recordarlo y renovar el memorial de sus hechos, especialmente de la invitación a compartir. Pero eso será materia de otro texto, quizá en Semana Santa.

Consultor internacional en programas sociales.
@rghermosillo