Una ola de acontecimientos concentrada en una sola semana sirvió para arrastrar por el fango, todos con el plumaje enlodado, a partidos políticos , a líderes del ayer pero también del hoy, en un circo de señalamientos, videos y filtraciones .

La sociedad presenció, más azorada que indignada, evidencias sobre una profunda podredumbre , la que alcanza al PRI y al PAN, pero también a Morena. Ello incluye al cacicazgo de Manuel Velasco en Chiapas, para lo que se ha valido del PRI, del PVEM y ahora del partido del presidente López Obrador , a cuyo hermano, Pío, ordenó grabar cuando recibía dinero para tener una moneda de cambio que protegiera su control sobre ese estado.

El resultado de esta especie de catarsis nacional con epicentro en Palacio Nacional parece estar a la vista: hoy es más difícil sentirnos representados por nuestros representantes formales. Parece valer menos la pena acudir a las urnas para apoyar a uno u otro.

Tiene razón el presidente López Obrador: las denuncias del exdirector de Pemex, Emilio Lozoya , revelan una clase política engarzada por el saqueo de la riqueza nacional y el dinero que aportamos los contribuyentes. Se cumple una de las viejas máximas: en política, lo que se compra con dinero sale barato. La corrupción no es parte del sistema, es el sistema mismo.

Las acusaciones de Lozoya Austin contra expresidentes apuntala la narrativa de Palacio Nacional: antes de nosotros, todo estuvo podrido; 70 años de PRI nos estancaron y degradaron; la alternancia de partidos en la Presidencia, las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón , supusieron cambios cosméticos. No quisieron o nos los dejaron impulsar el quiebre de régimen que se requería. Ello derivó en una frustación expresada en las siglas “PRIAN”, y trajo la versión del PRI más incompetente, corrupto y cínico que hayamos conocido. Esto es verdad. También lo es que AMLO exageró el manejo político del caso Lozoya, al grado de que pareciera asumir de antemano que el campo judicial no lo llevará a ningún lado. Sus posicionamientos constituyen un manual de demolición del debido proceso. Un día pidió que todos supiéramos más sobre sobornos a políticos del PRI y del PAN, y el video con las “maletas de dinero” estaba en horas en las redes. Llamó a que fluyeran las pruebas, y corrió por todos lados el expediente Lozoya contra los expresidentes.

El poder es como los botellas: se filtra desde la parte más alta. Y esta historia apunta hacia la fiscalía general “autónoma” de Alejandro Gertz Manero como fuente de las dilaciones, bajo presión del Ejecutivo. Demostrarlo deberá ser tarea de abogados, pero podría lograrlo un estudiante recién graduado. Lozoya no necesita pagarle a Baltasar Garzón y a Antonio Navalón millones de euros para demostrar que todo fue contaminado por la motivación política.

No es difícil imaginar que un juez sea convencido de que Lozoya fue “forzado” a usar parte de los sobornos recibidos para que su madre, su esposa y su hermana compraran mansiones en México y el extranjero, y que sus amigos de la mafia rusa se compadecieron de este ser humano para pasearlo por varias naciones, presumiblemente con bellas compañías, para acabar refugiándolo en un palacete en Málaga, España.

Es posible que Lozoya y su parentela queden pronto libres de cargos. Quizá en alguna “mañanera” se les tome por heraldos del México que ya cambió. Entonces voltearemos a ver nuevamente, porque ahí siguen, a nuestros 60 mil muertos de Covid , y contando; a nuestros millones sin empleo, a la violencia desbordada. Lejos de la catarsis, regresará el México amargo.

rockroberto@gmail.com

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