En plena crisis sanitaria (que se suma a la de inseguridad y anticipa una debacle económica), el país presencia una imagen de suyo inverosímil, que en las actuales circunstancias agrava la percepción de que sufrimos el extravío del gobierno.

La determinacióm del presidente López Obrador de realizar una gira inopinada por el muncipio sinaloense de Badiraguato (la cuna de las mafias del narcotráfico), desembocó en un encuentro con la madre de Joaquín El Chapo Guzmán, el criminal más famoso del mundo. La escena, que recorrió el mundo el minutos, está teniendo un efecto cruel, aplastante, en el ánimo ciudadano.

Los espacios de comunicación entre la comunidad militar (correos electrónicos, chats) se vieron ayer nuevamente inundados de cartas admonitorias presunta o realmente firmadas por miembros de las fuerzas armadas, donde parece dominar desde hace tiempo la certeza de una grave incompetencia, en el mejor de los casos, entre los funcionarios civiles que tienen la tarea de combatir el infierno de violencia, inseguridad e impunidad en el que se ahoga México.

El desaliento que este episodio nos impone, mucho más en estas horas difíciles, encuentra mayores asideros en la medida en que la lupa de observadores bien informados se acerca a la escena referida.

Los videos difundidos dan cuenta de un camino en proceso de construcción en el mencionado Badiraguato. Es posible percibir que un convoy de vehículos oficiales, en uno de los cuales viajaba López Obrador, se desplazaba por el irregular terraplén que alguna vez será una carretera. El estado de los trabajos refleja lo incipiente de los mismos. Es evidente que si requieren una labor de supervisión, la misma corresponde a un ingeniero residente de obra, a un equipo de topógrafos quizá, no al simbolismo que encierra la presencia del presidente de la República.

Nada en el video ayuda a entender por qué el convoy se detuvo en el lugar que lo hizo, se diría que providencialmente, frente a una brecha que topaba en forma perpendicular con la obra pública y por ello se cortaba ahí mismo. Quien haya tomado esa brecha perdería sin remedio su tiempo. Salvo que acudiera a una cita previamente concertada.

Pues hasta ese punto llegó la señora María Consuelo Loera, a bordo de una camioneta que llenaba todas las formalidades de la narcocultura: espaciosa, pesada, de buen modelo y rodeada de vaya usted a saber cuántos ayudantes-guardaespaldas. Sería una ingenuidad suponer que no portaban armas.

Las versiones indican que doña María Consuelo se ausentó, para el efecto, de un rumboso festejo por el cumpleaños 30 de su nieto Ovidio Guzmán López. Sí, el ahora ya famoso hijo de El Chapo detenido brevemente el 17 de octubre pasado por fuerzas federales de la Secretaría de Seguridad Ciudadana y de la Fiscalía General de la República.

Descartada la posibilidad lógica de un evento fortuito, lo que no sabemos aún es si el presidente López Obrador aceptó acudir a ese encuentro antes o durante su gira por Sinaloa. Y quién lo convenció de atender esa cita. ¿Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y responsable del fallido operativo de octubre? ¿El gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz, un priísta convertido en zalamero promotor de Morena y de la 4T, en su momento aplaudidor de la liberación de Ovidio?

El aludido video presenta a López Obrador acercarse virtualmente solo a la camioneta de la madre de El Chapo. En torno al presidente existe siempre un triángulo de acero, infranqueable, formado por escoltas experimentados, muchos de ellos miembros del oficialmente extinto Estado Mayor Presidencial. Pero en ese momento ese cerco parece abrirse, disolverse, justo frente a presuntos pistoleros del Cártel de Sinaloa, en su propia madriguera… ¿Qué reporte habrá recibido el secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval? ¿Cómo lo explicará a sus compañeros de armas, estupefactos, ofendidos, tan dolidos?

El multicitado video registra al presidente retirándose ya. En el último momento parece colarse a la escena un personaje: se trata de un abogado de la familia de El Chapo, que alcanza al mandatario desde atrás, como lo pudo haber hecho cualquier otro. Le habla al oído, cruza el brazo por la espalda presidencial, lo palmea…

rockroberto@gmail.com

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