«Lo que el viento se llevó» es la nostalgia de una época, la añoranza del pasado, el recuerdo idílico de una forma de vida, comportamientos y convivencia humana. Estamos concluyendo una época, la pandemia ya nos cambió, termina una etapa y se inicia una nueva experiencia de vida. ¿Vendrán tiempos mejores? ¡Quién sabe!, dependerá de nosotros, nadie vendrá a salvarnos. Somos responsables de la nave y de su conducción depende atracar en buen puerto.

No esperemos milagros sin cirios encendidos ni trabajo esforzado. No soñemos con vida nueva si seguimos haciendo lo mismo. Ya no somos los de antes, escribamos otra historia, una diferente, con una narrativa novedosa y un diagnóstico realista que nos permita pintar el nuevo lienzo con colores distintos y líneas atrevidas, propias de los nuevos tiempos.

Vamos a salir adelante, el ser humano hace milagros. La tormenta es temporal; nuestra confusión, transitoria. Sin embargo, hay temor y miedo de no encontrar la brújula que nos enseñe el camino y la salida del túnel. Una luz tenue sería suficiente para apretar el paso, nos da la impresión de que estamos en la inconciencia de la conciencia. «Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas». Nuestra convivencia se desgastó y trastocó, todo cambió, todo es movimiento. Las campanas doblan invitando a nuevas relaciones y comportamientos y a una nueva cultura de respeto a la naturaleza.

Somos responsables del desastre ecológico, del calentamiento global y sus consecuencias. La labor depredadora ha sido brutal: los bosques desaparecidos y el Polo Norte en persistente deshielo, las tormentas, los ciclones, los movimientos telúricos a la orden del día, destrozando todo a su paso y sembrando muerte y desolación.

Llegó la hora de cambiar. La emergencia nos alcanzó, no hay alternativa posible, está de por medio nuestra existencia. El ritmo de la vida es único e irreversible; su cadencia, vertiginosa. El tiempo pasa para nunca volver, su prisa es excepcional e inalcanzable. La vida transcurre sin darnos cuenta, es la inconciencia de la premura, la imposibilidad de detener su marcha. Lo único rescatable, real y tangible es la trascendencia, lo que deja huella, lo que abona y suma al esfuerzo colectivo. Todo lo demás es irrelevante e inicuo, liviandad del ser humano.

Los ciclos principian y concluyen, el nuestro está por llegar a su fin. Es el despertar de la mañana y la penumbra de la noche. Es el Trafalgar de la existencia y el alumbramiento: la niñez, la adolescencia, la madurez y la vejez es el recorrido de la vida misma expresada en permanente movimiento, espacios y temporalidades.

¿El destino qué es y qué significa? ¿Existe? ¿Tendremos encomienda y misión? Entonces, ¿cómo explicar la inequidad, la pobreza, la miseria humana y las grandes diferencias sociales inexplicables? Somos un misterio, un resultado inacabado, una promisión aventurada y una razón inescrutable.

Cada uno una historia, grande o pequeña según las circunstancias, la suerte o algo que no alcanzamos a comprender, lo que moldea y conforma la narrativa de cada ser humano y la biografía social. Somos viajeros de un mundo desconocido. La pandemia es sólo una luz y una alerta, ha cercenado millones de vidas y esperanzas. Cortó de cuajo el confort y la molicie, su efecto ha sido demoledor y no nos reconocemos a nosotros mismos. Extrañamos a nuestros seres queridos, a nuestras y nuestros amigos, nos hace falta la convivencia social, clamamos luz en medio de la obscuridad y gritamos en el silencio de la noche. Nunca como ahora, el desafío es monumental para los habitantes de este planeta.

La responsabilidad es nuestra, única e intransferible. Nos exige transformarnos y liberarnos de nuestras ataduras, convertirnos en mejores seres humanos, lograr que brote lo mejor de nosotros y desterrar la pesada carga que nos impide caminar y encontrar la felicidad. Llegó el momento de escribir el manual de nuestra nueva convivencia. Hemos estado entretenidos en la impronta, en lo banal, en lo superfluo; almas muertas como las llamó Gógol, desorientadas por la tragedia y asustadas por el fantasma de la muerte. El más allá está aquí, entre nosotros. Ya llegó.

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