La clase media es el instrumento fundamental de la transformación de la sociedad; es el motor y el combustible de la vida política, económica y social. La Revolución Mexicana y sus gobiernos pueden presumir este legado histórico. Las políticas públicas y sus programas económicos y sociales crearon una poderosa clase media en México. Es justo reconocerlo, es un legítimo avance de la sociedad mexicana y ha sido bujía del desarrollo del país.

Emanados de la Revolución, estos gobiernos, unos más y otros menos, crearon instituciones públicas que abrieron camino para transitar en un recorrido que, con trabajo, esfuerzo y dedicación, permitió a la gente escalar todas y hasta la máxima posición posible en la sociedad. Una auténtica movilidad social. La clase media es el producto de esta narrativa histórica y no se puede gobernar sin su apoyo. Los presidentes de México han surgido de ella: Calles, Cárdenas, Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz y Echeverría, entre otros.

Esta es una realidad inobjetable, a ninguna mexicana o mexicano se le ha obstaculizado su ascenso social por condiciones de origen y clase. En realidad y en la práctica ha habido gran capilaridad social; los gobiernos están comprometidos a conservar y vigorizar estas oportunidades de realización del ser humano. Debemos estar orgullosos y defender esta conquista política y social, es nuestra garantía para construir una sociedad democrática. En los últimos tiempos, la clase media ha adquirido importancia política en el país. En las pasadas elecciones demostró su fuerza al votar en contra del gobierno actual y su Cuarta Transformación y le hizo perder bastiones tan importantes como Ciudad de México y otros muchos en el país.

El hartazgo de la sociedad hizo posible el triunfo de López Obrador en 2018, se desgastó el modelo económico neoliberal y se degradó la política, la corrompieron. En ese entonces la clase media le dio su voto y depositó su confianza en las urnas electorales. Ahora, después de varios años de este gobierno, le ha retirado su apoyo. La clase media es la más informada, la que tiene esperanza de mayores oportunidades de desarrollo y la más sensible para ratificar o rectificar su voluntad política electoral. Es un error político del presidente satanizar a la clase media y no reconocer su importancia es un despropósito también político. Su alejamiento tendrá un costo muy alto para su gobierno. A pesar del descrédito y del desprestigio de los partidos se vieron favorecidos con su voto a falta de otras expresiones políticas. De ahí la urgencia y la necesidad de que la nueva reforma electoral contemple abrir a plenitud las candidaturas ciudadanas, quitando todos los obstáculos y trabas democráticas para buscar su participación política y oxigenar nuestra democracia.

El actual gobierno está sufriendo un desgaste delicado y prematuro. Corre el riesgo de perder el respeto y credibilidad de la gente por la ausencia de resultados concretos; el hablar y no actuar y el denunciar y no proceder están carcomiendo su cruzada del combate a la corrupción y la impunidad. Las expectativas políticas no corresponden a la realidad. Los resultados de la pasada elección alentaron la esperanza de la oposición de recobrar el poder y juntos, con la alianza legislativa y política, se han comprometido a arrebatar el poder a Morena. La Presidencia de la República será el gran objetivo de los aliancistas. La clase media, las organizaciones y los nuevos movimientos como el feminista y otros más serán factor importante que acudirá a las urnas buscando la remuda del poder. Es la gran oportunidad de la oposición política.

Los partidos de oposición no tienen alternativa: o asumen y entienden su momento histórico o quedarán en el olvido y con el repudio popular. Les urge limpiar la casa, renovar dirigencias, definir con precisión las plataformas ideológicas y programas de acción, así como atender causas sociales y a su militancia. En otras palabras, sacudirse el fardo del síndrome de la culpabilidad que le ha endosado este gobierno y que se ha convertido en una carga muy pesada que no los deja caminar, librarse de su prisión interna y dejar de ser rehenes de la nómina.

El presidente está en lo suyo, ya aceptó el desafío de la pérdida de la ciudad y seguro pondrá manos a la obra para su rescate y hará lo mismo en todo el territorio nacional con sus nuevos gobernadores. Su crecimiento político territorial fue exponencial y ganar 12 de 15 gubernaturas y los 20 congresos estatales no es cosa menor. Quien mejor entienda esta realidad tendrá fuerza y posibilidades de triunfo; los partidos políticos y la oposición tendrán que redoblar su trabajo, fortalecer sus estructuras y organizaciones y multiplicar sus alianzas para hacer frente y competir en los próximos procesos electorales de 2022, 2023 y 2024. Concluyendo con el tema de la clase media, esta tendrá una gran participación y es muy probable que su voto lo deposite a favor de las alianzas y en contra del gobierno.

Tiempos borrascosos. México está en una encrucijada. La inseguridad se ha enseñoreado en el país; se ha apoderado de amplias regiones y estados de la república. Es doloroso reconocerlo, pero es una realidad cotidiana y del dominio público. El gobierno, aun con el ejército en las calles, no ha logrado garantizar seguridad a los ciudadanos, la muerte está presente provocando angustia y desesperación. La masacre de Reynosa, con lamentables pérdidas de vidas civiles, en plena calle de la ciudad, es una muestra flagrante del empoderamiento de la violencia y de los criminales y una demostración de la fragilidad de la gobernabilidad y de la ausencia de autoridad. Este hecho lamentable, doloroso e indignante pone en riesgo la legitimidad del gobierno y en franca duda su capacidad para garantizar seguridad y vida a los ciudadanos, su principal responsabilidad constitucional.

Los desafíos y retos de este gobierno son mayúsculos. La falta de resultados es su carga más pesada ante la sociedad. La esperanza social está marchita y amenaza con sequía perniciosa. Los tambores de la guerra están sonando. Los medios y los columnistas, en pie de guerra; los empresarios en contra, simulando inversiones que no harán. Los partidos políticos PAN, PRI, y PRD como los tres mosqueteros, unidos hasta la muerte; su alianza legislativa es un dique para frenar reformas constitucionales. La clase media, las organizaciones del campo y la ciudad y los movimientos sociales como el feminista, entre otros más, todos en contra de la Cuarta Transformación. El coctel tiene una gran carga explosiva. El discurso político y la denuncia pública han perdido fuerza y pronto dejarán de impactar en la opinión pública. El combate a la corrupción y la impunidad ha quedado en el vacío y carece de credibilidad. Ahora resulta que en el renombrado y publicitado juicio a los expresidentes quitaron sus nombres de la pregunta de consulta. Es una entelequia y engañifa política, una burla y un gasto innecesario. Debe cancelarse y si tuvieran ellos alguna responsabilidad que se les aplique la ley. De lo contrario será un bumerán político en contra de este gobierno.

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