El país no está en calma. Está inquieto. Hay agitación política y en algunos estados, zozobra, encono y malestar. En general, en la confrontación se han perdido las formas y se llega al insulto y a la degradación. También debemos reconocer el pleno ejercicio de la libertad de expresión. Todo mundo puede decir lo que quiera como quiera y, en contrapartida, el presidente, en fuerte y mordaz réplica, tiene un manejo estratégico de la información de inteligencia, construyendo escenarios imaginables, montajes y contramontajes.

La reconstrucción, crónica y narrativa del pasado neoliberal son fuentes generadoras de popularidad. La condena presidencial ha sido demoledora. La corrupción, el saqueo de los recursos públicos y la falta de resultados de los pasados gobiernos, su gran palanca de fortalecimiento. Las «mañaneras», una auténtica correa transmisora de penetración colectiva. Ahí se construye la agenda política nacional. Los verdaderos problemas del país pasan a segundo término. El escándalo del día, el de la semana, el sembrado a propósito, alimentan el morbo y la picaresca política.

La crónica ha sido precisa y eficaz. Los conservadores y los neoliberales, la materia prima y predilecta para la denuncia y denostación pública. Por supuesto, la alianza opositora está en su derecho y es su obligación armar su defensa y deslindarse del oprobio y la sinrazón política. «No todo está podrido en Dinamarca». No todas y todos los priistas, panistas y perredistas son rateros y saqueadores; merecen un deslinde que no se ha dado. Las dirigencias, arrinconadas y en la oscuridad, sin rostro, invisibles y en el silencio cómplice. Su discurso no tiene contenido ni defensa de causas sociales; su alianza obedece más al reparto de la tajada del poder y a protegerse con el fuero de la diputación federal.

La gente no quiere más de lo mismo, exige caras nuevas, jóvenes y mujeres en la contienda. No se hizo, se perdió esa magnífica oportunidad de reivindicación ante la militancia de cada partido. Los votos no están en Ciudad de México, están en la provincia, en las regiones, en los estados, en los municipios, en la sierra, en la costa, en los pueblos y comunidades, en las rancherías y en los acahuales. El «hubiera» no existe, pero es un referente admonitorio: en 100 distritos, con 100 prospectos de candidatos de la sociedad con prestigio y reconocimiento popular se hubiera marcado la diferencia y una contienda más equilibrada.

El otro instrumento de lucha democrática es, sin duda, el discurso político. Brilla por su ausencia, no existe, no tiene sustento popular; alegorías sin sentido y sin compromiso con los electores. El discurso es el instrumento por excelencia de convencimiento de la gente. Debe estimular los sentidos más delicados y sensibles del ser humano: el auditivo, el visual y los sentimientos. Una sola palabra puede ser determinante, el «NO» generalizado corrió a Pinochet en Chile. La palabra mueve montañas.

La oposición no debe dejar solo al gobierno, es momento de exigir unidad para lo fundamental. Los problemas nacionales merecen el concurso mutuo de autoridades y pueblo; urge un buen diagnóstico, serio y convincente, de la realidad política del país. Está en juego nuestra salud y nuestra vida, entre otras cosas. Nos duele México, es nuestro hogar y nuestro destino.

El país está en todo, menos en lo trascendente. Nos aqueja la enfermedad y estamos atentos y ocupados con los «distractores políticos», nos urge reactivar la economía y estamos entretenidos con las «mañaneras» y, muy delicado, hemos perdido la capacidad de asombro ante el desastre de la inseguridad y la violencia.

No nos engañemos, «que no haya ilusos para no tener decepcionados». El proceso electoral del próximo 6 de junio no será referente de civilidad y tranquilidad ciudadanas. Nadie quedará conforme, se ahondara la polarización. El INE en la picota y en el banquillo de los acusados. Se exigirá una nueva ley electoral y apertura a las candidaturas ciudadanas. Ese es el escenario que se contempla para la próxima sucesión presidencial, ¡al tiempo!

Navegamos en un mar proceloso. No pongamos en riesgo a toda la tripulación, incluyendo a las viajeras y viajeros e inclusive al capitán del barco. Se antoja, para bien de todos, una tregua política y sumar esfuerzos para garantizar la marcha salvadora del país y superar la pandemia, vacunación nacional, economía y seguridad.

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