La democracia mexicana va avanzando y ganando terreno. Ha sido un enorme esfuerzo colectivo, un largo recorrido, sinuoso y con innumerables obstáculos. Después de décadas, con presencia de convulsiones políticas y pérdida de vidas, de dictaduras y partido hegemónico, por fin se hizo la transición y la alternancia del poder. Es un mérito indiscutible de las mujeres y hombres del pueblo mexicano.

Acabamos de pasar un proceso electoral que puso a prueba la vigencia y la fortaleza de nuestra democracia. El 6 de junio se llevó a cabo la elección más grande e importante del país y se realizó en paz, sin violencia ni sobresaltos mayores. Los verdaderos ganadores son el más de un millón de ciudadanas y ciudadanos que operaron y se responsabilizaron de las miles de casillas electorales. Los ciudadanos, mujeres y hombres que dedicaron su tiempo a depositar su voto para elegir a sus representantes y el Instituto Nacional Electoral (INE) que, como autoridad, estuvo a la altura de las circunstancias. México ganó ante sí mismo y ante el mundo.

Es reconfortante comprobar, y hoy lo ratificamos, que la democracia es el mejor sistema político para ejercer el poder popular. Es el método de participación colectiva que hace posible que las victorias no sean eternas ni las derrotas para siempre. Es la verdadera garantía que permite el ejercicio del poder ciudadano. Esta potestad es el derecho que debemos defender, vigilar y exigir a nuestras autoridades para que sus actos se ajusten a la ley y al marco constitucional.

Acudimos a la elección con un México polarizado, en fuerte disputa por dos grandes corrientes políticas en el país: en contra y a favor de López Obrador. Se gastó mucha tinta y se anunciaron posibles tormentas que podían desbarrancar y colapsar el proceso y entrar en un torbellino de violencia sin fin. Todas y todos celebramos que no se hicieran presentes los fantasmas de la descomposición social.

El resultado electoral está a la vista de todo México. Las cifras duras no dejan duda alguna, los partidos políticos deben aceptar la realidad y hacer una verdadera autocrítica de los resultados obtenidos por cada uno. Morena y sus aliados lograron la victoria en 12 de 15 gubernaturas y la mayoría simple en la Cámara de Diputados. Esto le permite la aprobación del presupuesto y garantiza la vigencia de sus programas sociales. También obtuvo la mayoría en 20 congresos estatales. En Ciudad de México sufrió un descalabro al perder nueve de las 16 alcaldías, también en el Estado de México y fue derrotado en muchas de las principales ciudades del país. La clase media salió a votar en su contra.

Con insistencia se manejó su pérdida de la mayoría calificada, la que permite modificaciones constitucionales. Es un falso debate porque Morena nunca tuvo esta mayoría y, sin embargo, es importante destacar que, a pesar de ello, todas las reformas constitucionales le fueron aprobadas por los partidos de oposición, con algunas excepciones del PAN y de Movimiento Ciudadano.

El Partido Verde, el PT y Movimiento Ciudadano incrementaron sustancialmente su participación electoral logrando avances en el número de sus diputados. El Partido Verde llegó a 42 diputados y obtuvo la gubernatura de San Luis Potosí. El PT alcanzó 38 y Movimiento Ciudadano consiguió 23 y la emblemática gubernatura de Nuevo León, la ciudad de Guadalajara y varios distritos electorales de Jalisco.

La alianza PAN-PRI-PRD no pudo quitarle la mayoría simple a Morena. Su votación, con algún incremento menor, fue similar a la que obtuvo cada partido en 2018, el año del diluvio electoral. Es evidente que los ciudadanos buscaron otras expresiones políticas. El PRI perdió todas sus gubernaturas y en varias entidades no obtuvo ninguna diputación federal, por lo que se quedó sin representación en esos congresos locales. Los partidos políticos tradicionales deben procesar su realidad e iniciar su reestructuración, su democratización interna, encabezar causas sociales y atender a sus militantes. Sus resultados electorales deben ser un toque de alarma política y son resultado del abandono de la gente.

El presidente sigue de frente con su proyecto de transformación. Está convencido de que es su misión y legado político. Va hasta las últimas consecuencias para afianzar su proyecto, sus declaraciones son reveladoras y ha destacado los triunfos de su movimiento; está seguro de lograr apoyos principalmente de los priistas para tener la mayoría calificada en sus futuras reformas constitucionales. Sin embargo, a últimas fechas, las posturas políticas de los dirigentes del PRI, PAN y PRD se han radicalizado y han hecho el compromiso de sostener una alianza legislativa para frenar a la 4T y sus iniciativas de modificaciones constitucionales. El tiempo será el mejor testigo de este compromiso político.

Los partidos políticos, ante el creciente rechazo y malestar ciudadano, han encontrado en la alianza opositora posibilidades de reconvertirse y sostener el frente opositor al gobierno, un instrumento para atraer simpatizantes. Las clases medias y el movimiento feminista constituyen una seria posibilidad de su acreditación y redención política.

El INE salió fortalecido. Demostró profesionalismo e institucionalidad, se conservará como órgano autónomo. Esto no escapa a su transformación interna, principalmente de sus órganos estatales, todavía bajo la férula de quien les paga, y ahora más necesaria por el tinte ideológico de las nuevas gubernaturas. Es momento de oxigenar a la democracia mexicana. Sería un error no aprender la lección que dieron los ciudadanos en el pasado proceso electoral. En política el autoengaño es demoledor; estamos a tiempo de entender su reclamo y facilitar su derecho de ser candidatos. En consecuencia, urge una nueva reforma electoral que abra las candidaturas a los ciudadanos, eliminando los obstáculos y facilitando su participación política.

Es importante destacar y reconocer que nos hace falta mucho trabajo político para lograr mejores resultados y legitimidad electoral. Aceptar esta realidad garantiza las posibilidades de estar alerta y orientar nuestro esfuerzo para mejorar sustancialmente la calidad democrática y el sentido de responsabilidad ciudadana.

El hábito democrático tendrá que prevalecer a futuro sobre la costumbre del poder. Falta tiempo y mucho trabajo colectivo, paciencia y más paciencia. Por ahora la costumbre del poder lleva un largo trecho de ventaja en esta carrera por la dignificación de la política.

Google News

TEMAS RELACIONADOS