En horas difíciles, en momentos de incertidumbre y temor colectivo, se ponen a prueba la consistencia y la fuerza moral de la gente. La pandemia, la inseguridad y la parálisis económica son desafíos mayores y exigen cabal compromiso, entrega y un gobierno a la altura de las circunstancias que enfrente con éxito el gran desafío nacional.

Son tiempos de prueba, llegó el momento de reencontrarnos a nosotros mismos, de asumir nuestra responsabilidad, de dejar de ser extranjeros en nuestro propio país y de creer y fortalecer nuestra autoestima, de revalorarnos como mexicanos y estar orgullosos de nuestro origen y destino. Octavio Paz, en «El laberinto de la soledad», habla sobre la falta de identidad del pueblo de México, lo que nos hace huidizos, inseguros y, en cierta forma, temerosos de emprender grandes acciones.

Debemos superar este trauma histórico y reafirmar nuestra identidad. Somos el producto de dos grandes culturas, la española y la indígena, cada una con virtudes y defectos; herederos de acciones heroicas, rompamos nuestras ataduras y, en forma objetiva y sin complejos, entendamos nuestro devenir histórico. Superemos la falsa visión de los buenos y los malos, es un maniqueísmo perverso, ubiquemos los acontecimientos en su contexto histórico. No fueron unos cuantos caballos y 500 españoles los que dominaron a los indígenas mexicanos. La gran Tenochtitlan dio para más. La peste mermó brutalmente a los aborígenes y, además, millones de indígenas se sumaron a los españoles para enfrentar a los aztecas, combatieron todas y todos con gallardía. Se debe revaluar su lucha. El mundo indígena estaba en tránsito a su evolución, en vísperas de su propia dinámica de cambio. Así surgió México, un gran país mestizo. Debemos cesar la búsqueda de lo que no hemos perdido. Nuestra identidad no está en duda, el mestizaje es nuestra fuerza.

Los mexicanos debemos hacernos cargo de nuestro país, es nuestra misión y tarea. Lo que no hagamos por él nadie lo hará. Es cierto y justo reconocerlo: nuestro trabajo no ha sido el más satisfactorio. Estamos en falta, tenemos un país con grandes deficiencias, una tierra rica con pobladores pobres, nos preocupan millones de compatriotas en pobreza extrema. Algo nos pasa, no damos el salto definitivo. Al inicio de la postguerra varios países estaban peor que nosotros; ahora son potencias económicas y políticas. Debemos romper el espejo reflejo del atraso.

Gobiernos van y vienen sin resultados concretos, a la deriva y en la inercia de siempre; tareas inconclusas y tiempo perdido. El reproche social es legítimo y lastimoso. Nos duele nuestra realidad, nuestra fatiga y la falta de compromiso; nos quedamos en la refriega de nuestras contradicciones y en el cultivo de nuestras vergüenzas y debilidades. Cuidado: nos estamos volviendo un país de cínicos. El asalto a nuestra conciencia es inaplazable, es urgente.

El gobierno, por su parte, no ha podido procesar el alcance de su Cuarta Transformación. Su combate a la corrupción y a la impunidad puede resultar el parto de los montes. La tarea no es fácil, sin economía no hay política, sin salud no hay vida. Se requiere de un replanteamiento total de las estrategias y del modelo económico. El Tratado de Libre Comercio abrió las puertas a la exportación y a la globalización. Esta es una realidad incontrovertible, es el mundo que nos ha tocado vivir y debemos aprovechar. Los resultados están a la vista, en unos cuantos años floreció el crecimiento económico de estas regiones del país, nadie pone en duda que debemos seguir fortaleciendo la presencia de estos enclaves industriales y comerciales.

Sin embargo, hay un México bronco, pobre y sin oportunidades. Están a la vista el atraso del sur-sureste y la amenaza de que en cualquier momento puede surgir la violencia social, que tendría un costo incalculable para la República. No lo hemos atendido, estamos entretenidos y satisfechos con el crecimiento generado por el Tratado de Libre Comercio. En realidad, no nos hemos dado cuenta o no queremos aceptar que nos hemos convertido en una economía totalmente dependiente de Estados Unidos.

Es hora de cambiar el modelo económico y fortalecer el mercado interno. No es posible pretender resultados positivos si seguimos haciendo lo mismo, vale la pena atrevernos a desafiar la tormenta e izar las velas en búsqueda de otros puertos que garanticen derroteros para el desarrollo del país; más salud, reactivación económica y seguridad son el reclamo popular. No hay legado sin resultados, el gobierno actual debe aprovechar la coyuntura y convencer a los vecinos del norte de concretar un programa integral de industrialización y comercio en los estados pobres del país. El plan piloto, a nuestro juicio, debe iniciarse en el estado de Chiapas; instalar grandes, medianas y pequeñas industrias, privadas y oficiales, nacionales e internacionales, entre otras acciones de gobierno, que reactiven la economía y generen ocupación, ingreso y bienestar. Es urgente también que el gobierno de López Obrador logre incorporar a México en el magno proyecto de infraestructura de construcción del tren que Estados Unidos y Canadá están desarrollando dentro del Tratado y que sería muy importante continuar desde nuestra frontera norte a la frontera sur, hasta Tapachula y Cd. Cuauhtémoc, Chiapas. No es una petición de dádivas y generosidad, es una obligación mutua, la geopolítica nos alcanzó.

Nuestra propuesta tiene sustento social, económico y político. Los principales problemas son generados principalmente por nuestros vecinos. El narcotráfico por la gran demanda de estupefacientes, el contrabando de armas por el gran negocio que esto implica y la migración por la búsqueda del «sueño americano» y también por la falta de oportunidades de trabajo, ingreso y bienestar. En estas condiciones no es una petición de dádivas, es una obligación mutua, de mayor proporcionalidad para el gobierno norteamericano. Es momento de darle valor a nuestro apoyo y proponer esta importante iniciativa para la cooperación y el desarrollo de México.

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