Causas internas y causas externas. Las primeras, según el materialismo dialéctico, son las determinantes que detonan la revuelta y el conflicto social. Las mismas libras esterlinas que llegaron a las colonias inglesas de América y a la India provocaron distintas consecuencias. En Estados Unidos, con pretexto del té, hicieron posible la independencia. En cambio, en la India provocaron el colonialismo por varios siglos. El Che Guevara encontró en Cuba el éxito guerrillero y en Bolivia, la muerte. Dos realidades internas distintas.

En el México de principios del siglo XX, después de varias décadas de gobierno porfirista, las condiciones internas de pobreza, marginación, olvido y falta de libertades estaban maduras para iniciar la conflagración y la insurgencia. Los días de Díaz estaban contados. Madero inflamó el ánimo democrático y echó a andar la conciencia del pueblo de México.

Sólo 11 meses de levantamiento armado fueron suficientes para que el dictador se fuera al exilio. Antes de abordar el Ipiranga en el puerto de Veracruz, Porfirio Díaz le espetó al general Victoriano Huerta, quien fue el encargado de acompañarlo para iniciar su salida del país: «Madero ha soltado al tigre, vamos a ver si puede domarlo», lapidaria y certera frase del viejo dictador. El pueblo de México había sufrido tanto y tantos años que era abrumadora su sed de justicia y de reivindicación social. Un despertar abrumador y doloroso. Años y décadas en permanente violencia, una guerra cruenta y un parto complicado en el tránsito del Caudillismo a la era de las Instituciones.

Las apariencias engañan. A veces el silencio es preludio de conflicto y violencia; sociedades mansas y tranquilas, sumisas por tanto tiempo, de pronto se transforman en cobradoras de facturas sociales y semilla de exterminio de lo establecido (Stablishment). La insensibilidad política y la falta de compromiso social agotan la conciencia colectiva y se convierten en cimiente generadora de conflicto. Los cambios, los de fondo, los de estructura, generalmente son el resultado de luchas fratricidas. Nuestra historia es fedataria de este acontecer nacional.

La carencia de sensibilidad política, insistimos, conduce al cadalso. Luis XVI, escribe alguno de sus biógrafos, antes de disponerse a descansar anota en su diario lo más sobresaliente del día y escribe la palabra «RIEN» («Nada»). Era el 14 de julio de 1789, día de la toma de la Bastilla e inicio de la Revolución Francesa. ¡Qué tan lejos estaba del hambre y del sufrimiento del pueblo!

La desigualdad es la madre del descontento social. En la injusticia no florecen la alegría y la prosperidad del pueblo. La ignominia es el lubricante que aceita la máquina de la redención. No existe ninguna garantía de confort y paz en medio de la miseria y el reclamo popular. No es posible que en pleno siglo XXI, en un país como el nuestro, con recursos sobrados y una espléndida ubicación, tengamos millones de compatriotas en condiciones deprimentes, sin oportunidades, sin esperanza, sin destino.

Es momento de reconocer esta penosa realidad. Urge un debate nacional para consensuar, entre el gobierno y el pueblo de México, las bases de un nuevo proyecto de desarrollo económico, político y social que defina el objetivo y los instrumentos precisos para lograr en el mediano, corto y largo plazo un país moderno, democrático y con el compromiso fundamental de abrir las compuertas de las oportunidades de empleo e ingreso masivo.

Estamos en plena ebullición política. El actual gobierno representa un cambio de régimen y está haciendo las transformaciones que prometió a su electorado. Sin embargo, hace falta que las oposiciones planteen con seriedad sus propuestas nacionales para sacar adelante al país. Hasta ahora, el debate y la agenda política han sido impuestos por el presidente López Obrador.

Estamos dejando de lado el análisis de los problemas nacionales. Está ausente el debate de las cuestiones que interesan a México. La esencia de los problemas del país no está en la discusión pública. Es momento de discernir, con inteligencia y buena fe, cuáles son las propuestas para relanzar al país a mejor futuro. Estamos paralizados, distraídos en temas menores, el proceso electoral es importante y todas y todos debemos responsabilizarnos de que ocurra en forma pacífica y transparente. El respeto al voto es sagrado, tenemos que validarlo en las urnas el mes de junio.

Sin embargo, debemos cuidar que no se convierta en un distractor político. Démosle su justo valor, pero ocupémonos de otras tareas fundamentales para la República. La pandemia, la vacunación, la crisis económica, la inseguridad son nuestras asignaturas prioritarias y tal parece que no nos estamos ocupando con la responsabilidad que ameritan estos delicados asuntos nacionales. Estamos en otra frecuencia. Evitemos los distractores políticos, retomemos nuestra ciudadanía y exijamos participar con el gobierno en la solución de estos graves problemas.

El modelo económico actual está agotado. Es momento de volver los ojos al fortalecimiento del mercado interno y al rescate de las zonas y regiones en pobreza extrema. Estos y otros son los temas que debemos abordar y no lo estamos haciendo. Estamos al margen de esta discusión.

La globalización abrió las puertas a la comercialización. Era una necesidad de expansión de las grandes organizaciones y corporaciones de las metrópolis, un nuevo modelo económico trasnacional. Los tratados comerciales, su instrumento estratégico.

El tratado entre México, Estados Unidos y Canadá reactivó el crecimiento de las zonas norte, noroeste y centro del país. Las cifras duras del Inegi convalidan esta afirmación. Se ha logrado, por el influjo de la economía norteamericana, enclaves industriales que generan ingreso y ocupación a miles de familias mexicanas.

Sin embargo, el México pobre sigue pobre y más pobre. El gobierno federal tiene la obligación y la oportunidad de aplicar un nuevo modelo económico que funcione y dé resultados. Reactivar el mercado interno creando corredores comerciales y enclaves industriales y cadenas de valor, interconectadas a los mecanismos de exportación y orientar también la producción al consumo doméstico. En muchos rubros tenemos que buscar la autosuficiencia para no hacer vulnerable nuestro crecimiento económico. La realidad es que hemos convertido a la economía mexicana en una variable muy dependiente de la economía de nuestro vecino del norte. Aprovechemos esta ventaja económica, pero hagamos nuestra tarea como mexicanos poniendo en juego mecanismos y políticas públicas que permitan reactivar nuestra economía.

Es el camino a recorrer; la tarea a desarrollar y el momento de nuestro tiempo. No esperemos casualidades que no se van a dar; las ilusiones sólo se pueden fincar en realidades, lo demás es sólo espejismo producto del intenso calor del desierto.

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