La política es la actividad más antigua de la humanidad, está en su génesis, surge para servir a la gente. Son la mujer y el hombre con iniciativa y liderazgo quienes apoyan y ayudan a los suyos. Es el origen del poder y la guía para transitar por los caminos sinuosos de la vida. Con el tiempo, el abuso y el aprovechamiento de lo ajeno, así como la falta de responsabilidad social, la degradaron y desprestigiaron ante la comunidad. Los actores olvidaron su misión y la convirtieron en un instrumento de riqueza y corrupción.

Para que funcione y conserve su legitimidad, el Estado requiere de ciudadanos responsables y de políticos honestos, confiables, comprometidos con la gente y que garanticen credibilidad y certeza en la conducción colectiva. Sólo así puede cumplir con su obligación de brindar felicidad y bienestar al pueblo.

La corrupción de los políticos ha degradado esta noble actividad humana. Se ha ganado una pésima opinión pública; la falta de compromiso social ha generado el divorcio entre políticos y ciudadanos. Cada quien camina por su lado. Lo más delicado es que, de alguna manera, ha convertido a la política en un nicho de mercado, atractivo y rentable en términos económicos.

Esto es un hecho lamentable y de graves consecuencias para la sociedad. El objetivo generoso de la política ha sido sustituido por el afán de obtener recursos, de apoderarse del mando y del patrimonio social. Hay que rescatarla para volverla a sus orígenes: servir a la gente con honestidad y voluntad ideológica. Sin duda, es una tarea difícil y compleja, ha corrido mucha agua bajo el puente, los falsos políticos se han encargado de lograr, con gran eficiencia y hechos concretos, su desprestigio.

Ante esta realidad somos los ciudadanos los que tenemos que avocarnos, asumir nuestra responsabilidad y hacernos cargo del destino de nuestra comunidad. Debemos exigirles a los políticos su puntual cumplimiento, hacerles sentir que los ciudadanos somos los patrones y que con nuestro voto y nuestros recursos los investimos de la responsabilidad para cumplir a cabalidad. Mejores ciudadanos y políticos honestos son indispensables en el país. Es la garantía de una convivencia democrática, el medio para hacer realidad nuestras libertades y desarrollo.

Los países que han tenido mayor desarrollo humano, político, económico y social son aquellos que han logrado conformar y construir ciudadanos responsables, mujeres y hombres libres con valores macizos, garantes de cuidar, vigilar y exigir sus derechos y conminar y obligar a los servidores públicos a que den resultados en sus encomiendas.

El candado mágico resulta de su poder de mandatar y nombrar a los gobernantes. Su voto en las urnas es definitivo y determinante. De esta forma, la democracia es el valor y fuerza demoledora del ciudadano. Sin ciudadanos no hay futuro, sin ciudadanos florece la dictadura. En la democracia los triunfos no son para siempre y las derrotas no son eternas. El marco constitucional y la cultura de la legalidad son el dique que frena al autoritarismo, a la corrupción y al envejecimiento de las estructuras de gobierno.

Vivimos un cambio de régimen con todas sus consecuencias. El reacomodo de las fuerzas políticas no ha sido fácil, está en plena confrontación en espera del próximo proceso electoral. Aquí es donde el país cala a sus ciudadanos y a sus políticos. Nos ha costado mucho trabajo y esfuerzo lograr avanzar en democracia; sólo una sociedad activa y participante hace posible el ejercicio libre del sufragio que salvaguarda nuestras libertades. Nos urgen ciudadanos y políticos honestos, su ausencia hace al país vulnerable, debilita su autoestima y compromete su destino.

En México es evidente el déficit ciudadano. Debemos aceptar esta realidad que ha debilitado y carcomido el nervio para reclamar derechos y responsabilidades. El silencio ciudadano es cómplice del acontecer nacional. Es nuestra oportunidad de crecer, de cambiar y de redescubrirnos a nosotros mismos, debemos emprender la marcha por nuestro país.

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