Antes que nada hay que reconocer que todos caímos en la trampa que nos tendió ese gran mago de la política que es Andrés Manuel López Obrador. Que al estilo de los viejos prestidigitadores nos llama la atención con una mano, para que no veamos lo que hace con la otra.
A ver, el Presidente sabía que la segunda parte de su mandato sería desastrosa: con un crecimiento económico de cero, una inflación galopante, las cifras explosivas de la criminalidad y de manera notoria y ofensiva el fracaso estrepitoso de sus fantochescas obras insignias: el aeropuerto de Santa Lucía al que ni líneas aéreas ni pasajeros quieren ir y es ya un mamotreto fantasma, el Tren Maya, que es el proyecto más improvisado, desarticulado y destructivo de todos los tiempos, y la inoportuna refinería de Dos Bocas, que se inaugura aunque funcionará quién sabe cuándo. Todos costando miles de millones de dólares, o sea cientos de miles de millones de pesos más de los previstos.
AMLO no podía recurrir a sus otros datos. Desde que concluyó la elección intermedia del 6 de junio de 21, supo que la realidad lo estaba alcanzando; así que al estilo de Copperfield, extendió la gran pantalla de la sucesión adelantada para ocultar todo lo que hay detrás.
Así que hoy estamos todos preocupados porque si a uno ya le dio Covid, de que el otro ya mandó a hacer playeras, que la otra ya toca —es un decir— la guitarra y nos muestra su humilde departamento. Pero no estamos ocupados en la mortandad cotidiana que nos aleja de la civilización y nos coloca en la barbarie; en los descabezados y ejecutados a plena luz del día, en las calles cubiertas de sangre y el dolor de los miles de víctimas de desapariciones forzadas o en la aberración de 10 feminicidios por día. Tampoco al gobierno le importan el caos en la distribución de medicamentos, el drama de los niños con cáncer, el aumento cotidiano en los precios de la canasta básica o los millones de desempleados sin destino. Porque a este gobierno, lo único que le interesa es ganar elecciones. Punto.
Lo grave es que todo este circo lo pagamos todos los mexicanos. Y no solo el costo de tener un gobierno de ínfima calidad. Sino que los recursos de estas frenéticas campañas anticipadas provienen de nuestros impuestos. Son dinero público usado de la manera más cínica posible. Y nosotros les pagamos para que gobiernen, no para financiar sus ambiciones.
Lo grave es que este episodio de las bufaladas tipo 4T, nos está dejando una muestra pestilente de la degradación del lenguaje político: dejarse llamar “corcholatas” es la aceptación de que se puede rebajar la dignidad, con tal de alcanzar el poder que promete el amo. El Señor que establece los tiempos, diría uno de los elegidos.
Peor aún. Ahora más que nunca, se está pisoteando la ley en materia electoral. Por eso PAN y PRI están denunciando que Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, los destapados por el dedo presidencial, están incurriendo abiertamente en actos anticipados de campaña. Y es posible que el Tribunal Electoral les dé la razón a los demandantes. Pero ocurrirá lo de siempre: Morena, el partido en el poder, se burlará de la legislación. Al fin y al cabo su líder real ya fijó la anarquía: “a mí no me vengan con eso de que la ley es la ley”.