¿Qué pasaría si un día desaparecieran las alcaldías? ¿Cómo sería México si un día cerrara la ventanilla del primer piso que tiene el Estado mexicano? ¿Cuánto tardaría en derrumbarse el gigante si sus pies le fallaran?

Como aquella película que llevó por nombre “Un día sin mexicanos,” igual de caótica sería la vida cotidiana del país si el municipio se extinguiera.

Y, sin embargo, se trata del ámbito de gobierno más despreciado por el penthouse político asentado en la Ciudad de México.

Más allá del discurso, que siempre es robusto cuando se pronuncia la palabra municipio, en los hechos a este ámbito de gobierno se le ha debilitado sin cesar. La anemia financiera, la debilidad de sus capacidades humanas, el equipamiento anticuado, la policía de proximidad desmantelada, la corrupción, la inhabilidad para planear, en fin, todo conspira para mantenerlo en minoría de edad.

Es injusto generalizar porque hay muchos municipios y de tipo distinto en el país. No es lo mismo, obviamente, hablar de Ecatepec, en el Estado de México que, de Tlapa en Guerrero; de las Margaritas, en Chiapas que, de Garza García, en Nuevo León. Pero un común denominador les reúne a todos: a los gobiernos federales los municipios les son irrelevantes.

No es argumento para atenderlos que se trate del ámbito más importante para la ciudadanía: es a los municipios donde las personas gobernadas acudimos con mayor frecuencia e intensidad.

Los temas relativos a nuestra comunidad como la basura, la seguridad, el alumbrado, el esparcimiento, los parques, los jardines, las relaciones vecinales, la cultura, el transporte, los permisos de construcción y un muy largo etcétera son asuntos esencialmente municipales.

No es exagerado decir que, en México, el 95% por ciento de las demandas sociales van dirigidas a la autoridad municipal, mientras ésta administra solo el 5% de los recursos públicos.

Para sorpresa de muchos, en este tema la Cuarta Transformación no ha sido, hasta hoy, en nada distinta a las transformaciones anteriores: tampoco parece haber cabida para el municipio en el nuevo régimen.

Prueba de ello es que el presidente Andrés Manuel López Obrador no ha tendido puentes de diálogo con los munícipes, ni con sus cabildos. No habló con ellos después de la elección de julio, no se ha reunido desde que se colocó la banda presidencial, no lo quiso hacer ahora que se abrió la crisis por un recorte presupuestal de alrededor de 5 mil millones de pesos.

Unos cuarenta munícipes se presentaron a las seis de la mañana el pasado martes en Palacio Nacional para exigir ser atendidos. Explican que esa manifestación tuvo como antecedente el menosprecio que han recibido por parte del Ejecutivo.

Lo que no esperaban estos representantes electos del Estado mexicano es que, en revancha, fueran a rociarlos con gas pimienta, y luego los acusaran de opositores ansiosos y desesperados.

Con el gas y el discurso, que son igualmente hirientes, el presidente dio un trato injustificable a los ediles.

Se equivoca López Obrador cuando trata como iguales al presidente de la Suprema Corte o a los líderes parlamentarios, pero mira para abajo a los gobernantes municipales.

Para decirlo en términos muy suyos, ese trato es fifí, en la peor acepción del término.

El gobierno de la República necesita del municipio para salir adelante. Es eslabón fundamental del Estado. Por tanto, la estigmatización generalizada es una torpeza que merece reclamarse.

Así como no todos los municipios son idénticos, tampoco se debe caer en la trampa de juzgar a todos los munícipes con igual rudeza.

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: Así como la corrupción ha de barrerse de arriba hacia abajo, en la misma dirección deberían impulsarse los buenos modales de la política democrática.

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