Diez años tiene que Carlos Monsiváis abandonó el balcón privilegiado que solía brindarnos para la conciencia y la crítica pública.

Muchos nos preguntamos qué estaría diciendo o escribiendo en estos tiempos tan extraños.

En 1995 la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) le entregó el doctorado Honoris Causa. Durante la ceremonia pronunció un discurso que contiene argumentos tan poderosos que han viajado en el tiempo sin perder gravedad ni agudeza.

Hoy me pareció oportuno compartirlos en estas páginas que también fueron las suyas. Como cualquier otra selección de citas, este ejercicio no escapa a la subjetividad. Proviene de una interpretación personalísima –no por ello irrespetuosa– sobre las palabras de quien ya no está.

El discurso de la UAM tuvo como eje eso que Carlos Monsiváis llamó las causas perdidas y que, en realidad, nada tenían de derrota sino de dignidad y libertad.

“¿Qué decir ahora de las causas perdidas?, interpela el pensador. “Causa perdida es aquella de la que nunca se esperan las ventajas.”

Continúa el tren de su reflexión distinguiendo entre derrotas y victorias: “las derrotas no se eligen, y nadie, por ejemplo, participa en un movimiento con la ilusión perfecta… La primera gran victoria ocurre cuando se hace a un lado el criterio del éxito rápido y perdurable, cuando no se enarbola la ansiedad del encubrimiento.”

Para Monsiváis, el rigor es valor superior entre los seres humanos: “sucede que al examinarse los hechos y las situaciones, lo que parece definitivo es el rigor primero y último de los actos y las personas que conjuntan libertad y dignidad.”

En efecto, el rigor es esencia clave de la critica: sin él no hay critica sino opinión atiborrada de fatuidad y merengue.

¡Cuánta carencia de rigor hay en esta nuestra época! Quizá sea por este motivo que la dignidad y la libertad anden a hurtadillas.

Carlos Monsiváis ejerció el pensamiento critico, sin fatigarse, porque estaba convencido de que “el vigor de la circulación de las ideas destruye las pretensiones de la inmovilidad y de la inercia y de la resignación que arrasan o quieren arrasar con las urgencias morales del cambio.”

Dedicó por tanto muchas páginas de su escritura para señalar a los poderosos que querían inhibir o silenciar el pensamiento crítico: “Lo más ridículo es llamar ridículas a las zonas ingobernables de la crítica, la malicia, (y) la movilización.”

Desafió también las pulsiones que profundizan la pereza mental: “Pienso … en todos los que mantienen la racionalidad de la República, con razón, que consiste –¡oh, André Gide!– en desconfiar del impulso adquirido.”

No hay peor interlocutor que aquel que se repite, como disco rayado, o que reacciona predeciblemente, porque depende en todo de los reflejos que lo condicionan.

La democracia es un régimen que no coincide con la fe sino con la ciencia. Es un régimen dispuesto a tolerar el ensayo y el error, porque es en ese ir y venir de los equívocos que la especie humana sobrevive mejor.

“La desilusión y el desengaño existen poderosamente, pero también la democracia que ejerce (y) va cristalizando en la discusión, en la resistencia y (en) el tuteo mental irreversible con los poderosos.”

Antes de cerrar este texto, dos entradas más para el pensamiento de Carlos Monsiváis, a diez años de su muerte; una dedicada a la izquierda y otra a las obsesiones con la historia.

“Si la izquierda partidaria, que fue el primer espacio natural de la disidencia, no asimila lo que ocurre, suya será la responsabilidad y el pasmo.”

Respecto al culto a la historia no escatima nada: “He aquí un obstáculo mayor a las causas perdidas, el culto a la historia, la idea que atraviesa indemne el siglo XIX y que concibe la entidad única, la historia, un juicio final con expedientes, detalles y sentencias categóricas”.

ZOOM

“El culto a la historia ha sido el distractor inmenso del examen crítico y autocrítico, es el anacronismo que de varias maneras evita confrontar al adversario, al enemigo obsesivo de las causas perdidas.”

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@ricardomraphael

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