“Caballeros, somos perdidos, aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines.” Esas fueron las palabras que el cura Miguel Hidalgo y Costilla pronunció cuando lo enteraron de que la conspiración independentista había sido descubierta.

Fue Juan Aldama quien llevó la noticia y cuentan que Ignacio Allende propuso a los instigadores que se escondieran hasta que las circunstancias fueran favorables. Pero Hidalgo se negó. Era en ese momento que debía ocurrir el levantamiento así que en la madrugada del 15 de septiembre de 1810 acudió a liberar presos y tomó 20 mil pesos que había en la subdelegación de Dolores.

Hacia las cinco de la mañana el padre de la patria hizo sonar la campana. Para ese momento se habían juntado más de 600 personas dispuestas a tomar lanzas y espadas en contra de un gobierno que no tenía suficiente legitimidad.

Un par de meses después, el levantamiento social encabezado por Miguel Hidalgo sumó casi 80 mil almas: una genuina revuelta popular que incendió el país para derrocar al mal gobierno.

El malestar de los habitantes de la Nueva España tenía un doble origen: de un lado trescientos años de jerarquías arbitrarias donde el solo hecho de haber nacido en la península ibérica concedía privilegios repudiables, sobre todo en contra de los mestizos y los pobladores originarios.

Del otro, la coyuntura hizo que la invasión francesa sobre España y el apresamiento de Fernando VII, a manos de las tropas de Napoleón, desanudara el último tramo de aprecio que quedaba a las autoridades peninsulares del virreinato.

La inteligencia política de Hidalgo consistió en haber leído con agudeza el momento justo en que debía ocurrir el arranque del movimiento a favor de la independencia.

Había palpado el resentimiento acumulado entre la población y, por su posición privilegiada como sacerdote educado e influyente, también sabía que las élites novohispanas estaban divididas respecto a su proceder político ante la crisis de Madrid.

Esa doble fractura del régimen virreinal fue lo que permitió que el movimiento convocado con una campana de la iglesia de Dolores hiciera erupción de manera tan exitosa.

Intentos a favor de un levantamiento popular hubo muchos en las décadas previas a la Independencia, sin embargo, cada vez la élite novohispana cerró filas para sofocarlos.

En septiembre de 1810 fue diferente porque al malestar social latente se sumó la fractura entre dos grupos que antes habían estado unidos: los criollos y los peninsulares.

Es en este contexto que la frase de Hidalgo cobra significado: “A coger gachupines” quería decir que el pacto previo se había finalmente quebrado.

La historia había puesto a los criollos en una circunstancia irreversible donde ya solo quedaba perseguir a quienes previamente habían gobernado privilegiando, sobre todo, a sus hijos nacidos en la Nueva España: la élite criolla.

Esta reconfiguración de las alianzas no es exclusiva de la guerra mexicana de Independencia. Prácticamente cualquier revolución popular que haya tenido éxito comenzó con la traición del arreglo que antes había permitido someter al conjunto de la población.

Nunca han sido la injusticia y la explotación argumentos suficientes para detonar la erupción social. Cuando esta ocurre es porque los antes aventajados pierden a sus principales aliados.

Las revoluciones francesa y estadounidense, ocurridas durante la segunda parte del siglo dieciocho, y también la inglesa que sucedió más de cien años atrás, fueron exitosas porque se agotó la alianza entre la nobleza europea y la naciente burguesía.

La guerra de Independencia mexicana no es la excepción. El quiebre de la burguesía criolla, en su relación con los peninsulares, y el realineamiento de las complicidades hicieron posible que Hidalgo y los demás conspiradores obtuvieran apoyo popular en los primeros meses de aquella gesta.

Sin embargo, el mismo estamento que vio al principio con simpatía la convocatoria del cura Hidalgo muy pronto retiró su apoyo porque los ánimos sociales se desbordaron multiplicando las muertes y las pérdidas materiales.

Cuando aquellos conspiradores de Dolores quedaron rebasados, la burguesía criolla desconfió y devolvió, al menos en parte, soporte a los peninsulares. Esa fue la razón por la que nos tomó once años consumar nuestra Independencia.

ZOOM: A los mexicanos nos fascina nuestra historia, acaso porque en sus páginas continúa representándose el presente.

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