Salud y economía son aspiraciones que el coronavirus ha divorciado. Para reducir el riesgo sanitario de la pandemia es necesario limitar severamente la actividad económica.

Este es el consenso mundial frente al cual resulta arbitrario oponerse. Sin embargo, no existe el mismo consenso a propósito del momento en que deban levantarse las principales restricciones.

China, por ejemplo, que comenzó a enfrentar la epidemia hace seis meses, no ha permitido aún que niñas y niños regresen a sus escuelas. A pesar de que algunas regiones han ido volviendo despacio a la normalidad, la mitad del país continúa paralizado.

La economía mexicana no podría soportar medio año de hibernación; desde ya hay voces que exigen el regreso pleno a las actividades productivas.

Como ejemplo, la semana pasada, 327 directivos de empresas estadounidenses exigieron al presidente Andrés Manuel López Obrador que reabriera cuanto antes la industria manufacturera.

Mientras más tiempo tome esta parálisis, peor será el riesgo de que esas empresas extranjeras busquen reinstalarse en otras geografías donde la pandemia ya haya sido trascendida, como por ejemplo en Asia.

El vocero gubernamental, Hugo López-Gatell, ha ofrecido información para fijar en el calendario la fecha de regreso a la normalidad: ha dicho que hacia la tercera semana de mayo estaríamos alcanzando la cima de contagios y muertes y que en las semanas posteriores podrían retomarse paulatinamente las actividades.

También ha mencionado que el pico rondaría los 250 mil contagios confirmados. Considerando que la tasa de mortandad en México anda por encima del 7%, esto querría decir que, hacia el 20 de mayo, se estarían contando sobre 17 mil 500 decesos.

En cualquier caso, no hay condiciones, de ningún tipo, para que la planta productiva mexicana se eche a andar antes de que el país alcance su propio pico respecto a la pandemia de coronavirus, so pena de que estas cifras se multipliquen por cinco.

¿Cuándo entonces volver a la normalidad? La respuesta la hemos escuchado muchas veces, desde que comenzó la crisis sanitaria: cuando nuestra sociedad alcance “la inmunidad del rebaño,” es decir, cuando exista un número suficiente de personas biológicamente protegidas frente a los efectos más nocivos del coronavirus.

Los epidemiólogos afirman que, para lograr esta situación, se requiere que al menos el 50% de la población se haya vuelto inmune a la enfermedad, bien porque el individuo se contagió y sobrevivió, o bien porque los científicos dieron con la vacuna.

Lo que no se ha dicho con suficiente claridad es que, ante la lentitud para lograr la inmunidad de rebaño vía contagio, la invención de la vacuna podría llegar antes. El problema es que la comunidad médica afirma que tal cosa no va a ocurrir antes de la primavera de 2021.

Estudios celebrados recientemente en la ciudad de Nueva York mostraron que, a pesar de la furia con que la pandemia ha venido golpeando a esa población, a la fecha solo uno de cada cinco de sus habitantes se ha vuelto inmune.

En efecto, reabrir la economía sin alcanzar la inmunidad de rebaño (por contagio o por vacuna) sería sanitariamente suicida, pero no hacerlo será económicamente mortal.

Hay una solución imperfecta que podría ayudar en este dilema: las pruebas masivas de anticuerpos.

No es eficiente realizar pruebas masivas para saber de manera temprana si el virus ha contagiado a una persona; sin embargo, existe la posibilidad de testar si el individuo ha desarrollado anticuerpos para sobrevivir la enfermedad.

Se trata de las llamadas pruebas serológicas, las cuales no miden la existencia del Covid-19 en el organismo, sino las defensas que éste haya desarrollado porque ya fue contagiado y salió bien librado.

ZOOM: las pruebas serológicas tardan quince minutos en ofrecer resultados, son muy económicas y pueden fácilmente masificarse. Este podría ser el mecanismo para determinar qué regiones, poblaciones e individuos pueden volver a la normalidad económica y cuáles no.

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