El lugar, junto con el modo y el tiempo son elementos clave para la configuración de un delito.
No es lo mismo que un asesinato se haya cometido en la recámara, que en el patio o la cocina de una casa. Ese pequeño detalle puede modificar por completo la teoría criminal de cualquier caso.
Se equivoca en redondo quien afirma que, en la investigación del caso Ayotzinapa, la distancia de 800 metros entre el vertedero de Cocula y la Barranca de la Carnicería es irrelevante.
También quien diga que el hallazgo de los restos de Cristian Rodríguez Telumbre no modifica, en esencia, la verdad histórica presentada por el exprocurador Jesús Murillo Karam, el viernes 7 de noviembre de 2014.
En aquella fatídica conferencia de prensa, Murillo compartió con el país entero —incluidos los familiares de las víctimas— una larga serie de mentiras respaldadas por testimonios de los presuntos inculpados, que luego se supo, habían sido obtenidos mediante tortura.
El actor principal de aquella mascarada no fue el exprocurador sino Agustín García Reyes, alias El Chereje, un sujeto cuya voz sirvió de guía para exponer la teoría inventada por Tomás Zerón de Lucio, quien entonces era titular de la Agencia de Investigación Criminal (AIC).
Primera mentira: según la vedad histórica los jóvenes normalistas tuvieron como propósito reventar un evento de la esposa del presidente municipal de Iguala, María de los Ángeles Pineda Villa.
En aquella conferencia El Chereje afirmó que, al interrogar a los normalistas, ellos “dijeron que venían por la esposa del (presidente) Abarca.”
Tiempo después, las investigaciones del GIEI desnudaron esa precisa falsedad: los normalistas fueron atacados porque se llevaron autobuses cargados de droga. Quien indujo al Chereje a mentir sobre el evento de la señora Pineda no lo hizo con inocencia; quería obviamente apartar el ojo público del negocio de la amapola.
Segunda mentira: también declaró El Chereje que, según sus cuentas, fueron 43 o 44 jóvenes quienes, juntos, habrían sido trasladados hasta la orilla del basurero de Cocula, en dos camionetas de color blanco. En la teatralidad de aquel acto público también se mostraron las imágenes de esos vehículos apócrifos.
La declaración del Chereje, obtenida ilegalmente, falseó los hechos y llevó a que se apresuraran conclusiones sobre lo ocurrido la madrugada del 27 de septiembre del 2014.
Si, en vez de violar garantías a los imputados para que adecuaran su versión a la teoría fabricada por las autoridades, se hubiese procedido con una investigación rigurosa, Jesús Murillo no habría cometido el error de suponer que todos los normalistas fueron incinerados en el mismo sitio y al mismo tiempo.
Tercera mentira: El Chereje aseguró, también durante el interrogatorio difundido aquel día, que todos los cuerpos fueron arrojados al centro del vertedero y ahí se les prendió fuego. Sin embargo, los restos óseos hallados posteriormente en el tiradero de basura desmintieron tal versión.
Sucedió así porque no hay evidencia que confirme la versión del Chereje y otros testigos que se auto inculparon violentados, igual que Agustín García, por la actuación arbitraria de la policía.
Cuarta mentira: el Chereje declaró que los restos calcinados fueron arrojados al Río San Juan. Esta hipótesis no se ha probado aún. Es cierto que algunos restos del normalista Alexander Mora fueron hallados en el lecho de ese río, pero las circunstancias del presunto hallazgo hacen temer que hayan sido sembrados, quizá por la misma autoridad fabricadora.
ZOOM
800 metros de distancia entre una verdad y otra, cuando se trata de una investigación criminal, son demasiado importantes como para desestimarlos.