El fin de semana pasado se conmemoró el 107 aniversario luctuoso de Francisco I. Madero, evento que nos invita a reflexionar sobre la importancia histórica que sus ideas y las políticas implementadas durante su corta presidencia han tenido para México.

Madero entró a la Ciudad de México el 7 de junio de 1911. Ese día, miles de personas se dieron cita en la estación de ferrocarril Colonia —donde hoy se encuentra el Monumento a la Madre— para recibir a quien en noviembre de ese mismo año se convertiría en presidente.
Una de sus primeras acciones fue establecer la libertad de prensa y dejar de subsidiar a los diarios que estaban controlados por el régimen porfirista. Como consecuencia, y aunque los periódicos ya no eran víctimas de censura, muchos decidieron atacar al gobierno maderista.

A esto se sumó que diarios como El País, El Mañana y La Nación, controlados por grupos de poder contrarios al nuevo régimen, al percatarse de que ya no eran silenciados, pasaron de defender al porfiriato a servir como megáfonos de los sectores reaccionarios más recalcitrantes.

Desde la prensa se empezó a difamar y a insultar al presidente, mermando su legitimidad y su apoyo popular. Frente a estos ataques, Madero permaneció estoico y, a pesar de los consejos de algunos integrantes de su gabinete por ejercer control, el mandatario se mantuvo firme en el respeto a la libertad de expresión.

El grado de influencia de la prensa en el destino del experimento liberal maderista es todavía discutido. Sin embargo, en un contexto en el que se estaba iniciando el cambio de régimen, y en el que Madero estaba intentando llevar a cabo una revolución democrática y de conciencias, no poder contar con una prensa objetiva que transmitiera tanto las dificultades como los logros que iba obteniendo, definitivamente impactó en el rumbo de los acontecimientos.

Paralelamente, Madero enfrentó las presiones de los revolucionarios: representados sobre todo en la figura de Emiliano Zapata, exigían una pronta restitución de las tierras que habían sido ilegalmente arrebatadas al campesinado. Madero, por su parte, pensaba que la solución del problema requería formular leyes que permitieran devolverle al pueblo lo robado. Este desentendimiento generó un levantamiento armado en Morelos, mismo que el presidente trató de resolver sin violencia a través de la figura conciliadora de Felipe Ángeles. En éste y otros episodios, Francisco I. Madero mostró un alto grado de humanismo, característica que erróneamente algunos han confundido con debilidad.

Un tercer problema que Madero enfrentó durante su presidencia fue la permanencia de cuadros porfiristas en las instituciones del Estado, principalmente en el Congreso y el Ejército. Madero, contrario a los que muchos querían, no disolvió el Congreso que había sido electo en 1910, sino que esperó a que, a través de elecciones, la XXVI Legislatura fuera votada libremente por la ciudadanía a mediados de 1912. Esto le restó tiempo valioso para poder aprobar reformas importantes que permitieran profundizar la modernización del país.

Otro elemento relevante que Madero combatió desde el principio de su administración fue la corrupción, junto con las absurdas concesiones económicas que algunas empresas extranjeras habían recibido durante el porfiriato. Por ejemplo, se negó pagar el soborno que el embajador de Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson, recibía por parte de Porfirio Díaz, y al mismo tiempo empezó a acotar los privilegios fiscales de las compañías petroleras y mineras que Díaz había otorgado. Poco después, Wilson sería uno de los artífices del golpe de Estado en el que Madero fue asesinado.

Finalmente, el presidente enfrentó también la resistencia de los grupos conservadores que se negaban a permitir un cambio en el statu quo. Desde la derecha, Bernardo Reyes y Félix Díaz, los viejos comandantes del ejército porfiriano, intentaron derrocar a Madero pocos días después de que fuera electo. Las conspiraciones fueron frenadas por miembros del Ejército federalista, entre cuyas filas se encontraba Victoriano Huerta. Meses después, sería él mismo quien diera la orden de asesinar al presidente Madero y al vicepresidente Pino Suarez.

Siempre resulta injusto juzgar el actuar de personajes del pasado desde el presente. Aun así, hay quienes hoy opinan que Madero se equivocó y que no debió firmar el Tratado de Ciudad Juárez, sino destruir todas las estructuras del régimen; que tuvo que ser más autoritario con la prensa y más represor con las rebeliones alzadas; que no debió haber confiado en el Ejército, y que habría tenido que ser menos institucional y liberal.

Lo cierto es que, en medio del porfiriato, régimen autoritario y sanguinario, Madero demostró un valor sin precedente al atreverse a sembrar la semilla de la democracia en el imaginario mexicano en un momento en que la sociedad no terminaba de entender el valor de esas libertades. Madero tuvo también la visión de que la transformación de nuestro país debía descansar no en el autoritarismo y la represión, sino en la legalidad, la tolerancia, la honestidad y el humanismo. Así es también como hoy se está llevando a cabo la Cuarta Transformación de México.


ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

Google News

TEMAS RELACIONADOS