Las injusticias son siempre dramáticas. Esa es la razón por la cual un número significativo de clásicos de la literatura cuentan historias de mujeres y hombres que son víctimas del poder, y tienen que luchar para que se les haga justicia. Una de estas historias, para mí una de las mejores y más icónicas, es la de El conde de Montecristo, la obra cumbre de Alexandre Dumas.  

Edmond Dantès, el protagonista, llevaba una vida en ascenso: a punto de convertirse en capitán, a días de casarse con Mercedes y siempre rodeado de su familia y amigos.  

Danglars y Fernando Mondego, sus enemigos, representan la antítesis de la justicia. Movidos por la envidia y la codicia, acusan a Dantès de ser un agente bonapartista: ante la ausencia de pruebas, decidieron fabricarlas para después presentarlo frente a la autoridad que, incluso dudando de la culpabilidad del acusado, dada su reputación social, decide encarcelarlo en el castillo de If, en donde pasó 14 años, después de los cuales logró escapar y eventualmente probar su inocencia.

Parte del éxito de este tipo de relatos radica en el hecho de que la mayoría de los seres humanos despreciamos por naturaleza las injusticias, nos ponemos del lado de las personas oprimidas, y protestamos cuando las autoridades creen estar por encima de las instituciones y las utilizan para llevar a cabo venganzas personales o actos que atentan contra el orden social.

El conde de Montecristo y muchas otras novelas de este tipo calan hondo en la sociedad, porque reflejan la realidad de cientos de miles de personas que fueron tratadas injustamente por el sistema que, en teoría, debería protegerlas.

El sábado pasado, después de 117 días de estar detenido ilegalmente, José Manuel del Río Virgen dejó el penal de Pacho Viejo, en Veracruz. Hoy se reincorporará como secretario técnico de la Junta de Coordinación Política del Senado, tratará de recuperar su cotidianidad y su rutina, y se reencontrará con familiares y amigos que lo habíamos estado esperando, seguros de que su liberación era cuestión de tiempo.

Sin embargo, lo cierto es que nadie podrá regresarle los seis meses de vida que estuvo detenido sin más motivo que el uso faccioso de quienes se empeñaron en utilizar y pervertir las instituciones del estado de Veracruz, para llevar a cabo lo que hoy con certeza podemos decir que fue una persecución política.

Como si de una novela se tratara, José Manuel fue detenido en diciembre de 2021, sin ninguna prueba que lo pudiera relacionar con el caso, bajo la acusación de su presunta participación como autor intelectual en el homicidio de Remigio René Tovar Tovar, quien fuera candidato a la alcaldía de Cazones de Herrera, Veracruz.

Desde su detención, que fue acreditada por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos como arbitraria —por haber violentado sus derechos humanos, a la seguridad jurídica y al acceso a la justicia—, su proceso de seis meses en prisión preventiva se vio plagado de irregularidades, por lo que su reciente liberación nos deja emociones encontradas y sinsabores, ante la impunidad con que actúa la fiscalía estatal, como un brazo operador del Poder Ejecutivo, y no como una autoridad independiente y comprometida con el cumplimiento de las leyes y el Estado de derecho.

Aun cuando un juez de distrito concedió el amparo a José Manuel, la Fiscalía de Veracruz impugnó esa resolución con la obvia estrategia de alargar el proceso de su liberación, lo cual llevó a la confirmación del criterio del juez local por parte del Primer Tribunal Colegiado en Materia Penal del Séptimo Circuito, con lo que se acabaron los recursos y las excusas para seguir privándolo de su libertad.

La gravedad de lo que pasa en Veracruz nos exige dar seguimiento a la gran cantidad de personas encarceladas simplemente para cumplir una cuota de arrestos o para enmascarar la impunidad que campea en el estado. Uno de los siguientes pasos deberá ser precisamente corroborar que a quienes se procesó por el otrora delito de ultrajes a la autoridad recuperen su libertad, además de seguir luchando para que la justicia en la entidad sea la norma y no la excepción. Por eso, nos daremos a la tarea de apoyar y asesorar legalmente a cientos de inocentes, para intentar que recobren la libertad que les fue arrebatada de manera injusta.

Una de las afirmaciones plasmadas en El conde de Montecristo es que “todo mal tiene dos remedios: el tiempo y el silencio”. Coincido parcialmente, pues aunque el tiempo siempre le dará la razón a quienes sufren los embates del poder, como lo muestra la historia misma, el silencio es un enemigo para lograr resarcir los daños que el abuso de autoridad genera.

No podemos guardar silencio frente a casos como el de José Manuel ni ante cualquier situación en la que una persona sea tratada injustamente. Por eso, me atrevo a decir que todo mal tiene dos remedios: el tiempo y la lucha.

ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

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