El México de hoy no es igual al del 2018. Estamos viendo el surgimiento de un “México encabronado”; un país de gente que ya no responde a los argumentos y hasta desconfía de las evidencias si estas no responden a sus deseos, creencias y expectativas. Un México donde el ciudadano que antes era pacífico hoy se hace justicia por su propia mano y hasta arma sus propias autodefensas para protegerse, decepcionado por la inacción gubernamental frente a la delincuencia organizada.

Ante este contexto estamos llegando a la que podríamos calificar como la más importante de las elecciones intermedias de las últimas décadas, o quizá, de la historia de nuestro país. Estamos divididos entre una clase media estigmatizada, pero cada vez más consciente y exigente de sus derechos y un sector popular lastimado por el olvido de muchos años, que hoy es azuzado en contra de los anteriores gobiernos, precisamente por quien en campaña prometió resolver todos los problemas, pero ante la imposibilidad de cumplir sus promesas, reparte culpas.

Sin embargo, no debe sorprendernos que aún con los peores resultados de gobierno de los últimos años, el presidente tenga altos niveles de aprobación y posiblemente MORENA no mantenga la mayoría absoluta en el Congreso, pero sí la simple o relativa.

A final de cuentas, vivimos en este México surrealista, calificado así precisamente por el padre del surrealismo, André Bretón, en un viaje realizado a nuestro país en 1938 cuando describió: “No intentes entender a México desde la razón… tendrás más suerte desde lo absurdo. México es el país más surrealista del mundo”.

En otro país del nivel del nuestro, las palabras no cuentan: sólo los resultados. En esos países, durante las elecciones los resultados definen el destino del voto.

El discurso del odio dirigido a este pueblo que nunca ha perdido la fe, es lo que sustenta la fidelidad al líder. Cuando se apela a los rencores, se recurre a la “lucha de clases”, que en todo el mundo desarrollado ha perdido vigencia, incluso en Rusia y China que aún tienen gobiernos comunistas.

La lucha de clases es el discurso de quien no ha evolucionado y tiene en su mente una regresión en el tiempo, pero a nuestra idiosincrasia tan emocional, le está envenenando el espíritu.

Sin embargo, la oposición, en este inicio de campañas, ha estado instrumentando estrategias tradicionales que no responden a la complejidad del contexto psicosocial del México de hoy. Evidenciar los malos resultados del actual gobierno desde una perspectiva informativa, como aún hoy se está haciendo a través de los mensajes de televisión, no logrará mover el estado de ánimo de quien no quiere escuchar argumentos, pues su percepción está bajo el influjo de los rencores, alimentados cada mañana desde la hora del desayuno.

Es necesario conectar con los sentimientos de este México encabronado y ofrecerle soluciones inmediatas a sus problemas de hoy, comprometiendo garantías creíbles de cumplimiento. El futuro es la preocupación de quienes tienen resueltas sus necesidades básicas del día de hoy. Sin embargo, los estudios demográficos realizados por la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación, AMAI, describen los niveles socioeconómicos a partir de las cifras que se derivan de los estudios del INEGI y esta define que el nivel socioeconómico “D” engloba al 28% de la población mexicana y el “E”, al 9% y ambos, que juntos suman el 37%, representan al sector más vulnerable de las familias mexicanas, las que viven “al día” pensando en resolver su presente antes que el futuro.

Lo primero que deben hacer PRI y PAN es ofrecer disculpas a la población vulnerada por las omisiones y olvidos de quienes gobernaron bajo sus siglas y a partir de ello, pedir una nueva oportunidad.

Una actitud sincera y comprometida por parte de los partidos de oposición puede abrir una puerta de empatía con el sector de población que ha sido vulnerado por las decisiones irresponsables y las omisiones de este gobierno, como han sido las incongruencias en el combate al Covid, que ya lleva más de 200 mil familias lastimadas, la falta de medicinas, las acciones débiles frente al incremento de la violencia y el crecimiento de la delincuencia, la falta de apoyos a los cuatro millones de micronegocios, lo cual ha llevado a un millón de ellos a dejar de operar, con la consecuente pérdida patrimonial, así como la pérdida de empleos, entre otras.

Es evidente que la oportunidad que tiene la oposición de ganar votos está en su capacidad de actuar a nivel local, en el centro de las comunidades, donde se resuelven problemáticas cotidianas de violencia y salud, por mencionar dos de los más sensibles de hoy. Las comunidades conocen perfectamente quien es quien y en ese ámbito las campañas diseñadas a nivel central, desde la sede nacional de los partidos políticos, tienen menos efecto que lo que sucede en la intimidad de la comunidad.

Seguramente en el trabajo local, comunitario, la actividad de la sociedad civil para generar opinión pública a favor de un voto razonado debe ser fundamental.

POR CIERTO…

El presidente López Obrador en su mañanera del 14 de abril se refirió a la tragedia que viven desde hace varias semanas los pobladores de Aguililla, Michoacán y la visita que les regaló el gobernador Silvano Aureoles. Refirió que: “La SEDENA está ayudando para establecer el diálogo… el gobernador buscaba que se utilizara la fuerza pública… ahí tenemos diferencias”.

Sería oportuno recomendar que se pregunte a los pobladores de Aguililla, sitiados por los cárteles desde hace varias semanas y sin alimentos, con los caminos destrozados y sin acceso a hospitales, además de estar secuestrados en su propio pueblo, si prefieren “diálogo” con sus agresores o entonces el uso de “la fuerza pública”.

Alguien tiene que explicarle al presidente que no se trata de opiniones ni criterios, pues la ley no se negocia en los países verdaderamente democráticos.

Todo indica que este será el sexenio recordado como aquel donde México perdió el Estado de Derecho, pues la ley se sustituyó por la negociación y la Constitución por la “cartilla moral”.

¿A usted qué le parece?

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