Mientras el país descubre incrédulo, -a través de videos que circulan en redes sociales-, provocaciones de la delincuencia en contra de las fuerzas armadas, así como exhibiciones de poderío militar de éstos frente al Ejército, -que queda en posición de espectador-, en las mañaneras se discuten temas muy ligeros, de política partidista, de confrontación con adversarios, o anunciar quienes se integran al clan de las corcholatas.

Sin embargo, la preocupación por el tema de la seguridad pública crece entre la ciudadanía porque cada vez más se hace patente la profesionalización de los cárteles, que están utilizando las redes sociales para mostrar a la sociedad que donde ellos toman control, hasta las fuerzas armadas les respetan. A su vez esos videos subidos a la Web pretenden delimitar su territorio frente a las bandas rivales.

Mientras tanto el presidente reitera contra viento y marea que no cambiará su estrategia de combate a la delincuencia y la sensación de vulnerabilidad frente al crimen organizado crece entre la sociedad.

La autoridad moral que generalmente los mexicanos reconocemos a las fuerzas armadas se deriva de una larga trayectoria de servicio en favor de la sociedad como por ejemplo el DN3 aplicado frente a los desastres naturales, además de una gran historia de heroísmo y lealtad institucional al pueblo de México.

En contraste, ver el rol que actualmente deben asumir las fuerzas armadas porque han sido maniatadas a partir de una política de seguridad pública tibia, confusa y medrosa por parte del actual gobierno, nos genera, -a un importante sector de la sociedad-, una sensación de impotencia frente a este trato indigno que están recibiendo dos instituciones caracterizadas por el honor y los valores patrióticos.

El asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora no es un hecho más de carácter local que pueda ser controlado internamente por el presidente López Obrador. La muerte violenta de estos dos miembros de la orden religiosa a la que pertenece el Papa Francisco ameritó una llamada de atención desde el Vaticano hacia el gobierno de México, la cual tuvo repercusión mundial.

Seguramente el asesino de los Jesuitas, - “El Chueco”-, pensó que había asesinado a dos curas diocesanos, -denominados coloquialmente como “párrocos de pueblo”-, sin entender el significado que este crimen tendría de cara a la opinión pública mundial, lo cual impactaría directamente a la imagen del presidente López Obrador y a su gobierno.

Estos dos sacerdotes que tuvo enfrente el asesino forman parte de la compañía de Jesús, que es una élite intelectual dentro de la Iglesia Católica, de mucha tradición en el ámbito educativo y de donde han salido grandes pensadores, así como líderes sociales. Esta orden religiosa ha representado dentro de la Iglesia Católica quizá el sector más afín a los valores que dice promover la 4T. Representa el ala vanguardista del pensamiento político de la Iglesia Católica, y quienes nos formamos como profesionistas en sus escuelas, conocemos la claridad y profundidad de su pensamiento, así como su compromiso con su comunidad.

Sin embargo, la forma banal con que fueron asesinados describe la pérdida del respeto por la vida, actitud soberbia que caracteriza a los delincuentes de hoy. Esto echa por tierra ese intento del presidente López Obrador de crearles una imagen humanizada para justificar la inacción de su gobierno frente al crimen organizado, lo cual tiene un tufillo de cobardía e irresponsabilidad.

El presidente no ha descubierto aún que la delincuencia organizada es un torbellino incontrolable, que ni siquiera él, -con su carisma y con sus mensajes afectuosos-, podrá dominar nunca, pues está conformada seguramente por miles de sicarios que actúan impetuosamente, disfrutando del poder absoluto que les da un arma de alta tecnología y el placer que les significa la capacidad de decidir sobre la vida de sus víctimas.

Mientras tanto, el presidente López Obrador utiliza las mañaneras para distraer la atención pública, ignorando los problemas cotidianos que verdaderamente afectan a la ciudadanía, -como lo es esta violencia desbordada-, pues 91 ejecutados sólo el pasado miércoles 22, o los 96 asesinados el día 13, ni en la guerra de Ucrania.

Sin embargo, con su actitud de “aquí no pasa nada, todo eso son mentiras de mis adversarios”, nos distrae con sus corcholatas y la sucesión presidencial adelantada, que no es un tema prioritario en un país donde diariamente desaparece gente, donde hay una violencia sistemática en contra de las mujeres, secuestros, asesinatos, extorsiones, cobro de piso y otros delitos que vulneran a la sociedad mexicana, así como otros temas que terminan opacando a aquellos que le son complicados o desfavorables.

Es evidente que su narrativa está estructurada para evadir responsabilidades y cargárselas a la herencia de otros gobiernos, como ha sucedido con este brutal asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, pues ya ha responsabilizado al gobierno de Chihuahua por las condiciones inseguras en que se vive en la sierra de ese estado, a merced de la delincuencia organizada.

¿Qué más debe suceder para que reconozca que está aferrado a una estrategia fallida que no restablecerá la seguridad?... Todo por creer que esa tolerancia a la que se aferra, evitando tomar las decisiones que con claridad define nuestra Constitución, es una virtud política que lo enaltece como humanista.

DE IZQUIERDA A IZQUIERDA

El triunfo de Gustavo Petro en Colombia, político de izquierda y exguerrillero, -militante activo del movimiento M19 durante los años 70 y 80-, podríamos suponer que será una incógnita desde el punto de vista ideológico. Debemos perderle el miedo a las etiquetas, pues ya no describen la realidad. Lo importante es la visión personal de los políticos. Tenemos el caso de Pepe Mujica, expresidente de Uruguay quien en su juventud formó parte del movimiento guerrillero Los Tupamaros, durante los años sesenta y pasó quince años en prisión. Sin embargo, no obstante ser de izquierda socialdemócrata y con pasado guerrillero, como presidente fue mesurado y muy respetado por su honorabilidad y congruencia y hoy a los 87 años mantiene ese reconocimiento. Hasta el 2020 fue senador de la república.

En contraste, hay quienes se dicen de izquierda y apoyan a las dictaduras más retrógradas de América, como Venezuela, Cuba y Nicaragua, represoras de los más elementales derechos humanos.

El caso de Chile también es muy descriptivo, pues la izquierda ha sido civilizada, democrática e impulsora del desarrollo como lo fue durante la presidencia de Michelle Bachelet. Gabriel Boric, hoy nuevo presidente de Chile con tan sólo 36 años y también militante de izquierda, también es una apuesta, respecto a su estilo de gobierno.

Si Lula gana la elección en Brasil, seguramente no generará preocupación ni a los brasileños que no voten por él, -ni a la comunidad internacional-, pues en su gobierno anterior fue mesurado y respetuoso del estado de derecho y de la actividad empresarial.

Y qué decir de Felipe González, que como presidente español de izquierda empujó a su país por la senda del desarrollo.

En contraste la auténtica izquierda mexicana no reconoce a este gobierno de la 4T como parte de esa ideología política. Preocupémonos por quienes se dicen de izquierda y sólo toman la etiqueta para hacerse de cargos políticos y lucrar con ellos en su beneficio personal, viviendo como potentados, en la riqueza. De esos hay muchos en este país.

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